Ayudaba a mis padres en su comercio una tarde oscura del mes de mayo.
El destino había ya cumplido su promesa de llevar a mis gemelos hasta el cielo… remontando con ellos las cometas que los merecían.
Una señora muy anciana, pero de ojos tan vivos como el fuego cuando arde aún sin aire… entró a comprar.
Caminaba lento como su edad, sus párpados caían sobre aquellas hogueras titilantes sin atreverse a rozarlas.
Me miró directamente reubicando en los suyos mis ojos perdidos.
Sonrió lábil con la misma dulzura de aquellos abrazos no esperados.
Pide lo que necesita y llega hasta mí para poder pagar.
-«Buen día señorita»… comienza ella. «Usted trabaja siempre aquí? Es la primera vez que vengo pero… parece que el viento me hubiese empujado a entrar»… y sonríe.
– «Buen día señora, trabajo desde hace un tiempo si… por las tardes»
– «Un tiempo doloroso el suyo niña… no?» Yo enmudecí. El fuego de sus ojos superaban mis respuestas y razonamiento posibles. Parecía sabia como mis secretos. Y continuó, acercándose un poco más a mí.
«Usted niña… tiene tres corazones latiendo. Yo los siento. Usted y la piel de su vientre están en pliegues porque la huella de su peso los formó…»
Lloré entonces sin permiso y sin comienzo lento en el proceso.
«Si… hace bien llorar. Usted, sangra en su alma mijita pero créame… cerquita su falta está. Que Dios la bendiga y la proteja…»
Tomó su añejo pero hermoso monedero y en lentitud de las agrestes magias… se fue de allí.
No volví a verla… no pude ver hacia que lado de la calle tomó.
Los muchachos del comercio me preguntaron si la conocía pues hablaba como hilando tejidos de oro y los miraba en risas y paz.
Nunca antes la habían visto por allí ni la conocían.
Miro entonces hacia el suelo y noto caído un pañuelo de tela blanco y rosa con dos pajaritos bordados.
Tiemblan mis manos y la posibilidad de algún movimiento.
El muchacho del comercio me dice entonces:
«Te dijo algo lindo Laura? Porque mientras ella hablaba y vos llorabas… un colibrí se acercó al ventanal por un segundo… pero además… llegó otro al momento y juntos… volaron cuando se iba ella. ¿Qué raro no Laura? Colibríes por aquí… no había visto antes. Y menos dos juntos…»
No respondí.
Mi corazón se crispó como calmándose del frío… y mi voz se fugó en los ojos suaves de aquella señora que llenó de color la fotografía gris de mis días en ese tiempo.
Recé. Lloré. Agradecí.
Pero… del rompecabezas por armar que era mi vida… ese día, una pieza nueva por si sola se ubicó en mí… ya por siempre… inamovible.-
LAURA ROMERO
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