Si entre mis órdenes de escribir todo aquello que en verdad deseo me es necesario encuadrar… parezco perder parte del equilibrio, a diferencia de lo que dicho significante en sí mismo me está gritando.
Vuelta elección se hizo hoy – a través de mis oídos, de mis cruzados brazos, de mis latidos regentes de vida y de mis ojos- escribir lo que tomó forma en mí luego tanto y todo eso que sin vuelta alguna, ante mí fue dicho.
Una escucha quieta. Una desnudez casi completa de mis sombras, mis atajos, mis desaciertos, incoherencias y el camino a aquella especie de salida. Aún hoy. Presencia abierta. Ilimitada. Estructurante. Simple.
Confianza ante lo más ahogado o bello que puedan llegar a decir mis tonalidades. Recostarse en la mirada que sostiene, y las palabras que acompañan subrayando.
Tan paciente he sido, soy y espero ser… y esperaría desear dejar de ser. Encastre que ya se ha trasladado a mis adentros afianzados. En la vereda del barrio se abraza aquella palabra no dicha y mojada la tinta porque por el llanto se ha profesado.
También desde este lado del escrito se es capaz de escuchar. Se escucha cuando calla y se escucha lo posible de lo que con cuidado… de aquel tan fino y delicado… se intenta sin heridas llegar a decir.
Afecto irreversible porque mi esencia en mayoría no racional responde a efectos esenciales de la vida, donde no se incluye la ciencia. No todos los vínculos, cuáles sean, generan el mismo trípode. Para un lado lo asumo, para el otro lo supongo… atreverme a asumirlo sería renegar de mi humildad.
Ese límite que elegí escribir hoy.
Ese límite que, al cerrarse en el abrazo lo que verdaderamente encuadra es mi absoluta atracción por toda aquella totalidad… que aquel espacio invoca.
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