El próximo 9 de marzo el artista plástico Sergio Álvarez Frugoni será declarado “Ciudadano Ilustre” de Florida. Desde hace días Álvarez Frugoni se encuentra en Florida, visitando a sus familiares y amigos, y con él EL HERALDO departió una amena charla donde nos narró las distintas facetas de su vida y cómo fue que llegó a ser el exitoso y reconocido artista que es hoy en día.
“Nací el 25 de marzo de 1947 en Tacuarembó y por el trabajo de mi padre vinimos a Florida por el año 1956. Hice la escuela aquí y luego llegó el momento en que resolvimos quedarnos en Florida, donde ya habíamos hecho muchos amigos, de esos que duran toda una vida, esos que me traen cada año a ésta, mi “casa grande”, nos cuenta Sergio.
EL DESPERTAR – Sobre sus comienzos en la pintura nos cuenta que “allá por el año 63, en el Liceo Departamental se organizaron una jornadas de Talleres Abiertos conjuntamente con la Escuela de Bellas Artes de Montevideo que duraron una semana. Para mí fue descubrir un mundo, toda esa gente movida por el arte, ver que de sus manos salían cerámicas, grabados, pinturas. Pienso que ahí terminó de despertarse en mí la vocación de ser pintor. Hice amigos entre ellos y comencé a ir ala Escuela de Bellas Artes. Las finanzas estaban flacas y una vez que cerraban la Escuela y con los porteros que hacían la vista gorda nos quedábamos adentro, dormíamos allí con otros alumnos del interior, cocinábamos en los hornos de cerámica exquisitas sopas con las verduras que nos daban en la feria. En esa época aprendí mucho”.
EL MAESTRO – “Luego me vinculé al Taller de Edgardo Ribeiro; duré poco porque era demasiado académico. El Maestro que me marcó fue José Gurvich que pasaba temporadas en Florida. Yo pensaba que ya era un artista pero me bajó rápido del caballo: “…para ser pintor no basta tener un pincel en la mano, es asumir una actitud frente a la vida” me dijo y ahí eso me quedó picando. Iniciamos una larga amistad pese a que nos separaban varios años. Fue cuando por primera vez escuché a alguien que me hablaba del Mediterráneo, de su luz, de sus vinos, de su gente, sus casas blancas; ahí se selló parte de mi vida. Con la gente de la Escuela, con “Amigos del Arte” de Florida, con Curuchet, Gabianni, Videla, Costa, Paganotto, Gurvich, fui descubriendo mi vocación, una manera de vivir, una actitud frente a la vida, una manera de mirar y sentir las cosas”.
UNA DECISIÓN FELIZ – “Cuando tenía 17 años quería independizarme. Preparé un llamado a concurso en la Impositiva y a los 18 comencé a trabajar allí. Me pagaban bien pero yo sabía que aquello poco me iba a durar. Un día renuncié a todo para pintar. María Luisa Rubio vivía en la calle Fernández; su casa tenía un pequeñito altillo con entrada independiente por Cardozo; me lo ofreció, no tenía baño, pero allí me las apañé para vivir; duro pero fui feliz. Un día llevé unas telas a enmarcar a Montevideo y el del taller me dijo: “Canario, ha estado Spayer que es un pesado; se interesó mucho por tus cuadros, tenés que hablar con él”.
EL ÉXITO – Spayer en esos momentos era uno de los mejores marchands de Montevideo y en su galería se exponían obras de los pintores de más renombre. Fui a verlo, luego le llevé cuadros, él me daba telas, materiales y comenzó a venderme. Un día me dijo: “vino un galerista de Buenos Aires, quiere que le lleves cuadros”. Me prestó el dinero para el barco. Cipolla, el galerista de Buenos Aires, se quedó con las telas, pagó mi estadía en un buen hotel y el viaje de regreso. A las tres semanas me llamó; se habían vendido todas las telas, que le llevase otras y bueno, así poco a poco las cosas fueron cambiando. Corrían los finales del 73; siempre fuí un militante de izquierdas; aquí ya muchos compañeros estaban presos, en Buenos Aires comenzaban a caer así que seguí a Brasil para una muestra, y luego definitivamente en agosto del 74 dejé mi país”.
PEREGRINO DEL MUNDO – “Llegué a Caracas trabajando para la Galería“Marcos Castillo” y me fui a vivir en Macuto a orillas del Caribe. Las cosas comenzaron a mejorar, fundé el “Taller69”en Caracas, obtuve reconocimientos como la “Mención de Honor” del Premio Municipal de Pintura. La Galería me pagaba una casa muy bonita pero me cansé de depender de las galerías así que comencé a exponer en Casas de la Cultura, en Ateneos, Centros Culturales. Por ahí descubrí un caserío aislado, entre las montañas a orillas del Caribe. Ese lugar me cautivó, y allí volví para quedarme a vivir. Chichirivichi, pueblo de negros que habían sido viejos esclavos de las haciendas de café y cacao, una vez liberados allí se quedaron, no tenían electricidad, ni cura, ni médico. Allí descubrí un verdadero paraíso y de su gente mucho aprendí, de como compartir, de la palabra como algo sagrado entre los hombres, de cómo caminar por la selva por la noche sin perderte, y ahí me quedé. Para comer había que pescar, para la fruta subir a la selva, todo se compartía. Había cambiado un velero por unos cuadros así que pescábamos y repartíamos. Viví años muy enriquecedores, pinté, pinté mucho, pinté “p’adentro” como digo”.
“Un día les dije a los negros que tenía que partir, que les dejaba el barco y el rancho: “a dónde vas” me decían, ellos no tenían idea que la tierra era redonda, Chichiriviche era el centro. Les señalé el este hacia el mar y les dije “hacia ahí volando medio día”. La respuesta fue: “¡No Sergio! Demasiada agua para un hombre, quedate con nosotros!”
REGRESO CON GLORIA – “Me fui, hice una Exposición en el Centro Cultural Mejicano en Berna, de ahí a Barcelona, Florencia, Roma. En Florencia me dieron un Premio, lo que me abrió muchas puertas. Luego con la “Fundación Joan Miró” me expusieron en Okyo, Okinawa. Había conocido a Renata mi compañera; me quedé en Suiza por unos años, luego fuimos a Venezuela, seguimos a Brasil y pasadas largas temporadas viví en Montevideo del 91 al 97. Mi mercado estaba en Europa así que otra vez maletas. En la isla de Mallorca tenía el estudio desde el 90, así que volví al Mediterráneo y fijé mi centro en la isla, donde vivo y trabajo desde hace años. ¡El Maestro Gurvich también en eso me había marcado!”
RECONOCIMIENTO CONMOVEDOR – Sobre el nombramiento como “Ciudadano Ilustre” de su adoptiva Florida, nos comentó Sergio Álvarez. “Me movió mucho el piso. Pero el reconocimiento debo hacérselo yo a la gente de Florida por todo lo que me dio, por lo que me enseñaron en las aulas y fuera de ellas que fue mucho. Nunca imaginé que me tocaría vivir estos momentos, y pienso en todos los amigos y compañeros que ya no están”.
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ÁLVAREZ PINTOS nació en Tacuarembó, tiene nacionalidad suiza y actualmente reside en la Isla de Mallorca, España. En 1961 se vincula a la Escuela de Bellas Artes de Montevideo. De 1966 a 1974 se desempeña como profesor de dibujo en el Liceo “Nuestra Señora del Huerto” de Florida.
De 1974 a 1983 trabaja en un taller en Caracas y vive en un pequeño pueblo de pescadores del Caribe. En 1982 se traslada a Europa y alterna su trabajo en Suiza, Italia y España. En 1988/89 viaja por Brasil, Venezuela y Uruguay realizando exposiciones. En 1990 a 1995 trabaja en sus talleres de Suiza, Mallorca y Uruguay.
En el año 2001 reside por cuatro meses en la Fundación Aterrana de Liechtenstein exponiendo una obra realizada en ese período. Desde 1996 vive en Alaró, Mallorca.
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