Lucio Muniz ha dicho en un poemario, en “Clave de sombra” (Ed. de la Crítica, 1996), en el poema ‘Breve reflexión sobre la poesía’: “Para apresar un poema ajeno / es necesario / aspirarlo en silencio muchas veces / y muchas en voz alta; / hay que buscar interiormente…”
Sin lugar a dudas esta es una premisa básica, no para la lectura –o la primera lectura- de la poesía, pero sí para su aprehensión, para acceder a compartir con el que escribe la sensibilidad subjetiva de este, que se trocará por momentos en la mirada interior del lector, hacia vivencias propias, sean estas de naturaleza conciente o inconscientes, ya que el poema ingresa en una dimensión psíquica gracias a nuestro proceso volitivo de lectura, pero también conectará con elementos que no permanecen en estado conciente, como eventos pasados y/u olvidados. Fundamentos estos por los cuales el poema, o la obra de arte cualquiera fuera, nos convoca y produce en nosotros una vivencia, aunque alterada –puesto que lo escribió otro-, de que eso lo hubiésemos escrito nosotros dadas las condiciones textuales.
El poema entra en comunicación con el lector y, objetivamente, no es esa comunicación el dato ostensivo y fáctico de lo que el escritor ha querido trasmitir, salvo que este nos lo confiese. Pero sí, el poema –que se precie de tal- tendrá la virtud de comunicar y contactar con la realidad psíquica o vital del lector. En este sentido, se aplica otra vez la máxima lacaniana de que “toda comunicación es un malentendido”. Y es que no se trata de “bien-entender”, o de que el lector ingrese en una especulación radiográfica de lo que el escritor tiene para decir, sino de –siguiendo a Lacan- malentender, o dicho en términos llanos: entender lo que el lector tiene para entender de sí mismo y el otro en cuanto el poema es leído. Pero nos referimos a un entendimiento en un sentido no sólo intelectual, sino también –y a veces sólo- emocional.
No en vano, nada menos que Freud, un infatigable trabajador en pro de la comprensión humana, decía que había que seguir a los poetas para acercarse a la insondable naturaleza de ciertos aspectos de lo psíquico y sus pormenores. Es que el poeta, trabaja, elabora con la materia prima que es sí mismo, conjuntando en sí las voces perdidas, añoradas, deseantes, acalladas, sometidas, de lo humano. El poeta trabaja –salvo contratos editoriales, de los que más vale no ocuparnos ahora- con la duda de la trascendencia, y tal vez con el temor a la intrascendencia. ¿Cuál es el nudo conflictivo aquí? ¿Cuál la dimensión con la cual el poeta no puede, más allá de las palabras y sus retruécanos? Es con el destino de sus versos. ¿Pero de cuáles, de los recientemente publicados? No. De los que –aunque sean los mismos- quedan cuando él no esté. Ese destino no tiene más que ver que con el Tiempo, entidad inasible por antonomasia. El poeta sólo puede asir un ínfimo trazo del tiempo en los versos. Claro que ello cada vez que escribe o es leído, aunque él ya no exista corpóreamente.
Esa “entidad” es la que en la poemática de Muniz aparece presente desde siempre, pero esta vez en un libro puntal, “El juego del tiempo”. El poemario estructura tres poemas, en tres tiempos. Se podría pensar en el usual y ficticio ordenamiento cronológico: pasado, presente y futuro: prosecución por demás ingenua, obturante de cualquier proceso reflexivo. Pero no, los tiempos, o los momentos temporales, se establecen en un hilván lógico y de flagrante realidad: Presente, Pasado y Futuro, en los poemas “Instantánea”, “Raccontar” y “Puzzlesiana”, respectivamente. Es que es el Presente instantaneidad, fugacidad. Siempre estamos en clave presente, es el único tiempo que vivenciamos como tal y del que podemos acceder a su realidad material. El Pasado, en cambio, pertenece al recuerdo, es evocación más o menos sensitiva, pero no es la vivencia. Por su inmaterialidad inherente corresponde a la realidad psíquica, y no a la concreta y real, aunque se haga presente en imágenes y sensaciones. El Futuro, es un signo proporcionalmente contrario al pasado, hay también imposibilidad de la vivencia, pero hay también incertidumbre, duda, y cuando este se vivencie ya será presente, por tanto nunca se vivencia, corre más sobre la especulación imaginativa, sobre la proyección ficticia basada en el pasado y el presente. De esta manera es pura irrealidad, material y también psíquica. Es decir que el futuro nunca llega, cuando llegue –si gustásemos establecer una fecha en el presente, para esperarla- será presente, vivencia; sólo tenemos el pasado, o –volviendo a pensar en el psicoanálisis- el pasado nos tiene.
No en vano, en el poemario de Muniz, el poema más extenso corresponde al pasado, donde el poeta evoca y evoca, racconta “Ejercitando sin esfuerzo la memoria”. En cuanto al presente dice claramente que “No tengo nada que decir / y sin embargo en este instante…”. Es que las cosas suceden y él las cita en el poema, realiza un recorte del acontecimiento, de la simultaneidad de hechos que se encastran en un mismo momento en todas partes en ese instante, apresa la realidad por un momento y la escribe. También la escribe en la segunda sección del libro, en las prosas poéticas, donde también evoca. El futuro es más breve, el poema es más acotado, y el poeta conjetura ese futuro con la seguridad de la mortalidad, aventurando que quizá los otros armen el puzzle de su devenir, que a través del otro se reviva en el recuerdo un pasado del que seremos parte, sabiendo que sólo por ese medio quizá se volvería a vivir, aunque, como dice: “…yo ya estaré en paz. / Rotundamente. / Sin nada que decir.”
Qué fue y qué es de nosotros, cada cual lo sabrá…que será, no lo sabemos, aunque nada más evocativo me surge que aquellos versos de Borges “Para las seis cuerdas”, en una página que, justamente, tituló “¿Dónde se habrán ido?”: “El ruin será generoso / Y el flojo será valiente: / No hay cosa como la muerte / Para mejorar la gente”.
[“El juego del tiempo” de Lucio Muniz, Lo que vendrá/ revista de poesía, Colección A Fuego Lento, Nº 1, 2011. 42 p. 21 x 13 cm. Montevideo. Ejemplares numerados. Contacto: revistaloquevendra@gmail.com].
*(Mercedes, 1978). Investigador y periodista cultural. Psicólogo. Publicó: “Osiris Rodríguez Castillos, pionero del Canto Popular Uruguayo” (2009). En imprenta: “Aníbal Sampayo y la Canción Litoraleña en el Uruguay” (Paysandú).
– El autor autorizó a TACUAREMBO 2030 publicar esta nota.
Sé el primero en comentar