Para seguir el vuelo
Poeta y narrador, cofundador de Ediciones de Uno, exdirectivo de la Casa de los Escritores, partió de este mundo en la madrugada del 10 de enero. En redes y en la prensa, se lo celebró merecidamente. He aquí un posible trazado para iluminar sus varias pistas y derroteros con la palabra.
Nacido en la ciudad de Tacuarembó, criado allí con estadías en la campaña fronteriza de Carumbé, que marcarían su infancia y su lenguaje, Agamenón Castrillón (1954-2021) migró a Montevideo en 1975. Su voz, potente y expresiva, talló en coplas y vidalas, atravesando cielitos hidalgos hasta el incipiente canto popular. Diversas líneas en tensión hacen de su estilo un barroco bien distinto al neobarroso transplatino surgido a finales de los años setenta. Para los jóvenes artistas emergentes de la bipartita década del 80 (la resistente y la transgresora, en cada lustro, respectivamente), la poesía como sustento y lo político como poética de liberación (posta recogida de los sesenta) fueron modeladores de sus imaginarios. Lo suyo está ligado a lo «rupturista y contracultural» que Nicolás Gropp señaló como signo y acción del grupo Ediciones de Uno (1982-1994), del cual fue cofundador.
En su trayectoria se visualizan tres etapas cuyas líneas se entretejen a lo largo de 40 años. Se inicia en 1980 con el libro bifronte: Vidrio para cronomapas de una realidad desnuda y Ciudad de las bocas torcidas, junto con su, desde entonces, inseparable compadre Gustavo Maca Wojciechowski. En sus versos resuena entonces la impronta «(de)generacional» (solían decir ellos) que inaugura «la flor en pleno basural». En 1982 fundan junto con Héctor Bardanca el sello editorial Ediciones de Uno; el colectivo crecerá y su experimentación estética y producción innovadora se extenderán hasta 1994.
Lo sigue PerzOnas (1982), en cuya galería de personajes de pueblo está el germen de lo que, 20 años después, serán sus cuentos Costas de la aldea (2009). En aquellos versos procesó la herencia de las coplas de Antonio Machado recibida de sus mentores, Walter Ortiz y Ayala, Circe Maia y Washington Bocha Benavides, en esa «república de las letras» que era Tacuarembó. A cada uno de tales maestros celebró con lecturas y conversas desde los videos de P(M)atrias (2005), objeto con el que inauguró el soporte DVD en nuestra poesía.
En PerzOrales (1984) reunió las canciones con las que junto con el músico Abel García recorrieron sindicatos, cooperativas y escenarios del interior en plena resistencia cultural. Solvente en el uso de las formas fijas de tradición folclórica, Castrillón forjó un cancionero lírico y, a la vez, comprometido con los desposeídos. Cuando en sus recitajes sonaba el estribillo «Líber Panadero, triunfal corazón/ a la soledad la hiere tu voz», la audiencia estudiantil que conformaría la generación del 83 estaba en ciernes.
Su barroco conceptual también se sustenta en relecturas críticas de la historia patria, dejando en evidencia los maquillajes oficiosos. El ideario socializante del pensamiento artiguista es su guía. Inspirado en la pionera pieza de teatro Salsipuedes, el exterminio de los charrúas (1985), de Alberto Restuccia, publicó el poema largo Trece instrucciones y una traición sobre el indio de la Banda Oriental (1985), que da cierre a esta primera etapa.
EL MONO Y EL AVIADOR
La segunda se abre con El aviador en la bahía (premio compartido Feria de Libros y Grabados, 1989). En contrapunto con «la caída en paracaídas» de Altazor (1931), de V. Huidobro, el aviador es figura clave de su poética madura. En esta carnavaliza lo vanguardista y cartografía la frontera-puerto de la bahía montevideana, agitada entonces por las aguas revueltas de la ley de impunidad (1986) y la movida contracultural que identificó a su generación del 80. Traza allí la analogía entre la obra, como legado del artista, y la caja negra del avión, que da cuenta de lo sucedido durante el viaje; en ambas están las claves que iluminarán el arte de volar que aun el mismo piloto-poeta ignora: «Soy aviador. Elegí este corte de la bahía. Entraremos por la misma puerta a la realidad. Cada uno con su caja (negra) y abrirá el diafragma de diferente manera. Después cambiaremos fotos como figuritas de un árbol, que se deshojan y se vuelven a (h)ojear. No se apuren a gatillar. Soy el aviador. No (se) tiren, hasta que no lean el fin de mis disparos. Hay mucho pajarraco que se cruXa al vuelo».
Su puerta de entrada al siglo XXI fue la multimedial revista-libro-disco La del mono (2000), de título polisémico: del griego, ‘uno sol’; traje del aviador; su apodo de liceal. Graba las puestas en voz junto con A. García en el CD adjunto, Ventanas de mi ¼. La revista despliega al polígrafo (poesía, cuento, guion radiofónico, autoentrevista, teatro), quien con guiños da pistas de sus referentes literarios: «reunido el Señor Agamenón Castrillón consigomismo en el local de la calle F. Pessoa, esquina C. Vallejo, siendo la hora cero, resuelve: promover la publicación de una revista de Letras que tendrá una serie de contenidos a determinar por el autor mencionado en la comparecencia».1 Estrena ahí cinco textos que adelantan el libro Cuentos del Barón de Carumbé (Banda Oriental, 2002), el que, con el tiempo, acaso será su más visible legado. El juego de hablas dialectales de sus personajes es muestra cabal de sus creativas hibridaciones lingüísticas. Con referencias al criollismo y a los cuentos de fogón, procesa la imaginación de Paco Espínola, la ocurrencia intelectual de Fontanarrosa y el surrealismo de Juceca en una prosa personal y desopilante que ingresa en esa misma heterogénea tradición. Para ver desdoblamientos pessoanos y barones de carumbé en acción, se recomienda el video Apócrifos (2010).2
LA SANACIÓN Y LO SAGRADO
En Todo asunto (Yaugurú, 2019) compiló gran parte de su obra, incluidos los visuales Poemas para ver (2012), más otro cuaderno inédito, Desfiladeros (2012-2014), que abre el volumen con estas palabras: «Este libro […] fue creado en una etapa donde debí transitar por un proceso de sanación de un tumor de base de lengua (justo a un poeta vienen a tocar su habla) con metástasis y otras yerbas […]. Por clínicas, hospitales, hoteles, aviones, buques y buses lo fui escribiendo. En estos trances se hace patente el nudo cuerpo/espíritu/mente, y en las profundidades del alma siempre presente: la poesía. La circunstancia fue un desfiladero, una garganta abierta a la vida, pero muy estrecha, llena de luces y sombras, donde uno cree estar en un viaje al centro de la tierra y en simultáneo flotando en el cielo».
En esa lucha lo vimos triunfar, decaer y volver a erguirse junto con Helena, valerosa compañera y madre de sus hijos. En ese trance escribió poemas conmovedores, en cuyas reflexiones se eleva una invocación de fuerzas para la poesía como sanación. No es el clásico asunto de lo pasajero de la vida, sino la vivencia tocante del paciente-pasajero que atraviesa internaciones, sin certezas de qué habrá al final en cada ocasión. Sostenidos en esa cuerda floja, sus versos reafirman la dimensión sagrada del tiempo. Se percibe, entonces, a un yo tan frágil como poseedor de hondas verdades. En «Lo sagrado», dedicado al músico David Bowie, que fallecía de cáncer en 2016, dice: «lo sagrado sangra por mi nariz/ y lo pierdo en los anales de las religiones./ Pero tiene que estar ahí…/ ¿abajo? ¿arriba?// Tiene que estar en el orgullo de la naturaleza por sus brotes/ y en la inhóspita urbe de las megalópolis […]// Tiene que estar/ en el estremecido abrazo de los enamorados.// Ayer dejé de buscarlo dentro del poema/ aunque sé que está muy próximo a la palabra […]». Para rematar, pasa del testimonio a la visión redentora: «En la camilla de la sala de radioterapia/ impertérrito y solo/ en el momento que me disparaban las radiaciones/ sentí que me tomaba un pie/ la mano de mi madre/ del más al(l)á/ deSvelando que hay paZ/ en los temp(l)os de lo cotidiano».
En «El tiempo está de mi lado», agrega: «El médico explica un diagnóstico/ y pone el tiempo calibrado en los exámenes// […] Entonces el tiempo pasa a ser mío:/ pienso un rato en el pasado y me salgo/ miro el futuro otro momento y lo borro».
En estas escrituras al filo entre la vida y la muerte, hay un brillo espiritual que da otro cariz al decir de Castrillón, el amigo y poeta-aviador que ya emprendió otro vuelo.
(*) LUIS BRAVO
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- La del mono(edición de autor), 2000. El CD se puede escuchar y bajar aquí
- Apócrifos, video de A. Castrillón. Participan F. Pessoa, C. Escayola, Jorge Turco Haiek, Maca y Gabriel Vieira.
– Extraído de Portal Brecha
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(*) Yamandú Agamenón Castrillón D´Angelo, falleció a la edad de 66 años, el 10 de enero de 2021, en la ciudad de Montevideo. Había nacido el 7 de octubre de 1954 en Tacuarembó.
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