El cielo sigue colgado allá arriba y no se cayó como dijo que iba a pasar el hombre que habla en la radio. Mamá escucha esas cosas y yo después no puedo dormir en toda la noche pensando que el cielo se nos va a caer y nos va a aplastar a todos, pero nada de eso pasó por suerte. Yo no sé ni quien es el señor que dice esas cosas, pero si lo encuentro algún día le voy a dejar bien clarito que el cielo no se puede caer, porque le pregunté a mi abuelo y me dijo que eso es una “metáfora”. Tampoco sé que quiere decir eso, porque cuando le pregunté a la maestra me explicó algo que no entendí; y ella se dio cuenta que no entendí, pero todos los gurises querían salir al recreo y yo no podía seguir demorando con estas cuestiones. Eso si me di cuenta.
Como el cielo no se cayó y ya no le creo las cosas a ese señor que habla en la radio, aproveché la mañana para salir a buscar el tesoro que estoy seguro debe haber escondido por algún lado. Porque en los cuentos que me cuenta el abuelo siempre alguien encuentra un tesoro entonces yo pienso, ¿Por qué no voy a encontrar uno yo también? Preparé mi caramañola y salí. Pero apenas me alejé un poco de la casa vi algo horrible.
Un corderito estaba colgado de una cuerda patas para arriba. Estaba medio degollado y le salía un hilo de sangre por la boca que caía y caía y caía. Además le venían unos temblores que lo hacían moverse y esto era peor. Ahí si pensé que si se iba a caer el cielo o iba a pasar lo peor del mundo. Pero no pasó nada, para todo el mundo no pasó nada, y el cordero seguía allí. A De los Santos, el capataz, parecía que ni le importaba aquello ni le importaba descubrir quien había hecho eso tan horrible. Por primera vez sentí el olor de la sangre. Creí que me iba a desmayar y apenas pude volver para atrás porque me sentía muy débil.
De noche cuando mamá dijo que estaba pronta la comida todos fuimos corriendo como siempre, pero cuando llegué a la cocina vi la carne en la fuente y entendí que nos íbamos a comer el corderito que yo había visto morir de mañana. Mis hermanos se empezaron a pelear por las costillitas y yo dije que me sentía mal y que no quería comer. Mi abuela solo repetía que “estos niños de hoy en día están muy rebeldes, cuando tu padre era chico si no quería comer yo le metía la comida garganta abajo con una escoba”. Esto fue peor, esa imagen me sacó del todo el apetito.
Yo no entiendo muchas cosas pero el domingo cuando vayamos a la iglesia le voy a preguntar al Padre como es eso de que tenemos que comernos el corderito que, como nos hace repetir a mansalva, “nos da la paz”. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz, danos la paz” canto quince veces por día en la iglesia y en todos lados y ahora resulta que así le pagamos al cordero de Dios. Y que no me venga con que es una “metáfora” porque ya estoy sospechando que algo así me va a decir. Ahora resulta que todas las cosas que no se pueden explicar de la vida son una metáfora. Pero a mi alguien me va a dar una explicación, y más le vale al Padre que tenga una buena, porque sino voy a pensar que es un mentiroso como el señor de la radio.
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