Cuando era joven mi madre siempre me decía que si llegaba a tener alguna novia pituca, siempre la “corriera” para abajo, nunca para arriba. Ya que la llevara a pasear o comer al mejor lugar, ella siempre podría haberlo hecho mejor. Pero nunca se olvidaría de un baño en enero en una cañada.
Cuando empezamos a recibir gringos en campaña, en su mayoría australianos e ingleses, nuestra preocupación inicial era qué ofrecerles a gentes que lo conocían todo, desde los Alpes a los Himalayas, desde el Coliseo, a la Gran Muralla o Petra.
Entonces decidimos “correrlos para abajo”; ofrecerles un guiso criollo, arriar terneros, desojar ovejas, bañarnos en el monte, andar a caballo al amanecer entre teros y ñandúes, enseñarles a tomar mate y a ensillar solos, andar con velas de noche, bañarse con un quemador a alcohol.. A “ser” gauchos por unos días.
Y anduvo espectacular; aquellos mochileros aislados que llegaron perdidos a Tacuarembó, ahora se convirtieron en grupos organizados de 17 viajeros –“Intrepid travels” de Australia- que llegan dos veces por mes.
Sin buscar cosas espectaculares, sino conscientes que muchas veces la particularidad de una estadía en una estancia no es lo que tiene, sino lo que no tiene; y la espectacularidad bien puede estar dada por una serena y sencilla vivencia antropológica proveniente de la simple, discreta y significativa experiencia de conocer un poco más de esa profundidad que también existe en los rincones olvidados del campo uruguayo.
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