El 25 de febrero de 2021 el presidente Joe Biden ordenó un ataque militar en la frontera de Siria con Irak (naturalmente, sobre el lado sirio, para no molestar ni a las autoridades ni a los medios del protectorado iraquí), como represalia por los ataques de una milicia proiraní desde la ciudad iraquí de Erbil. Por supuesto, esta acción no alcanzó los titulares de ningún gran medio de Occidente, todo bajo el lema decimonónico de “fuimos atacados sin razón y tuvimos que defendernos”.
Vieja historia. Ahora no vamos a volver sobre el genocidio indígena en este continente, nunca llamado por su nombre. Sólo por recordar un caso reciente del 22 de agosto de 2008, durante la presidencia de Obama, luego del bombardeo de Azizabad en Afganistán los oficiales del ejército estadounidense (incluido Oliver North, convicto y perdonado por mentirle al Congreso en el escándalo Irán-Contras en los 80) informaron que todo había salido a la perfección, que la aldea los había recibido con aplausos, que se había matado a un líder talibán y que los daños colaterales habían sido mínimos. Mínimos.
Ese es el sentido del valor de la vida ajena. Por entonces no se informó que habían muerto decenas de personas, entre ellos 60 niños.
En un artículo menor para los futuros historiadores, el New York Times del 25 de febrero recogió las palabras del gobierno de Estados Unidos sobre el nuevo bombardeo, según el cual “esta respuesta militar ha sido proporcional y ha sido llevada a cabo en base a las correspondientes medidas diplomáticas”. Como desde el siglo XIX, el gobierno anglosajón asume, ahora sin mencionarlo, derechos especiales de intervención en el mundo para restablecer el orden de Dios y de los buenos negocios.
Como lo publicó en 1858 el United States Democratic Review de Nueva York, en su artículo “El destino de México”, “gente de este tipo no sabe cómo ser libre y nunca lo sabrá hasta que sea educada por la Democracia americana, por la cual el amo gobernará sobre ellos hasta que un día aprendan cómo gobernarse solos… la Providencia nos obliga a tomar posesión de ese país… No vamos a tomar México por nuestro propio interés, lo cual sería una broma imposible de creer. No, vamos a tomar México por su propio beneficio, para ayudar a los ocho millones de pobres mexicanos que sufren por el despotismo, la anarquía y la barbarie”.
Nueve años antes, el diario Springfield de Chicago analizaba la ofensa de los mexicanos por haberles regalado tierras, libres de impuestos, a los ciudadanos estadounidenses en Texas, pero los habían obligado por leyes bárbaras a liberar a sus esclavos: “Nuestros compatriotas tenían derecho a visitar México en base al sagrado derecho del comercio”.
La libertad de los amos de la tierra a la libertad del mercado y del sagrado derecho a la propiedad. Nada ha cambiado, excepto los escenarios y el paisaje tecnológico, por una cuestión simple e inevitable del milenario progreso de la humanidad.
Ahora ni el New York Times ni el gobierno de Biden mencionan que en los ataques milicianos de los salvajes pro iraníes solo un estadounidense resultó muerto y que en esta represalia, aleccionadora y proporcionada, 17 nativos inocentes debieron morir bajo los escombros. Para la gloriosa constitución estadounidense de 1787, un negro valía tres quintos de un blanco (claro, los blancos no estaban en venta; esto era solo para el cálculo electoral en el cual los negros no votaban).
En los bombardeos más recientes, la proporción se establece en 1/17. ¿Alguien sabe los nombres de las víctimas? ¿Qué hubiese ocurrido si el ejército mexicano o el chino hubiesen matado 17 estadounidenses en suelo estadounidense? Esta arrogancia racista, cubierta por incontables capas de maquillaje lingüístico, por el cansancio y la anestesia de la costumbre, continúa tan viva como durante los tiempos de la esclavitud y del colonialismo salvaje.
Nada diferente ocurrió y ocurre en Afganistán. Sí, los talibán son una desgracia. Pero antes de explicar el mal del mundo por la existencia de “los chicos malos” (esa simplificación de la simplificada mentalidad estadounidense) hay que preguntarse por qué existen los chicos malos. ¿No será que son una creación de “los chicos buenos”? ¿No será que “los buenos” son tan malos como los malos pero blancos, ricos y exitosos?
En el caso de los talibán son una creación de Londres, de Washington y de la CIA, cuando en los años 70 y 80 se propusieron derrocar al gobierno socialista del escritor Nur Muhammad Taraki. La secular República Democrática de Afganistán, presidida por una breve lista de intelectuales de izquierda, sobrevivió a duras penas de 1978 a 1992, cuando fue destruida por los talibán.
Si Muhammad Taraki y otros que le sucedieron habían luchado por establecer la igualdad de los derechos de las mujeres (como en 1956 otro socialista árabe, Gamal Nasser en Egipto), los talibán irían por otro camino, como mil años en reversa.
La misma vieja historia de varios otros estados seculares de Medio Oriente. Por recordar uno de los ejemplos más traumáticos, en 1953 la CIA destruyó la democracia secular en Irán e impuso la dictadura del Shah para salvar los intereses petroleros de la Biritish Petroleoum y de las compañías estadounidenses, lo que terminó con la revolución islámica de 1979 y más millones de dólares y años de narrativa mediática para combatir el régimen de los ayatolás.
Un año después de derrocar a Mohammed Mossadegh, Washington y la CIA hicieron lo mismo en Guatemala. De hecho, el plan fue “haremos de Guatemala otra Irán”. El presidente democráticamente electo, Jacobo Árbenz, debió refugiarse en la embajada de México y luego (al igual que el médico Ernesto Guevara) huir a ese país, que a partir de entonces sufriría cuarenta años de masacres a un precio total de 200.000 guatemaltecos muertos.
En los años 80s en Afganistán, la CIA organizó y apoyó los rebeldes muhyadin contra el gobierno socialista. Los muhyadin se convirtieron en los Talibán y algunos formaron parte de Al Qaeda.
La Inteligencia más poderosa del mundo se ha destacado por cualquier cosa menos por inteligente. A los billones de dólares que costaron cada una de sus intervenciones secretas, siguieron aún muchos más billones de dólares para combatir los demonios creados por estos patriotas.
Ahora que Washington ha retirado sus tropas de Afganistán, varias ciudades han ido cayendo como un dominó en las manos de los talibán. Luego de veinte años y de 85 mil millones de dólares invertidos en el ejército de ese país, no son capaces de detener el avance de un grupo de fanáticos medievales. Como siempre, los señores de la Guerra en Estados Unidos creen que puede resolverlo todo a fuerza de bombas y de millones de dólares. Como siempre, se equivocan. O no se equivocan y solo se trata del negocio de la guerra que denunciara el presidente Eisenhower en 1961.
Mientras tanto, los fanáticos de este lado continúan repitiendo eso de “la lucha por la libertad y la democracia”, exactamente la misma lucha y las mismas palabras usadas por los promotores anglosajones de la bendición de la esclavitud en el siglo XIX.
- JM, agosto 2021
Último libro La frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América latina.
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(*) Jorge Majfud Albernaz, nació en Tacuarembó (Uruguay) el 10 de setiembre de 1969. Se graduó en Arquitectura en la Universidad de la República de Uruguay en Montevideo, y se doctoró en Literatura Hispánica en la Universidad de Georgia en estados Unidos. Ha sido profesor en la Universidad Hispanoamericana de Costa Rica, de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Georgia y en la Universidad Lincoln de Pennsylvania. Actualmente es profesor de Literatura latinoamericana y Estudios Internacionales en Jacksonville University (EE.UU). Ha escrito varios libros que fueron traducidos a varios idiomas. Colabora en numerosos periódicos y emisoras de radio a ambos lados del Atlántico así como diversas cadenas televisivas norteamericanas. Reside en Estados Unidos desde 2003. Es habitual colaborador en diferentes medios internacionales.
Imagen de portada: Sputnik Mundo © AP Photo / Rahmat Gul
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