Sé que es una pregunta demasiado retórica, pero se me ocurrió escuchando a José Mujica cuando le entregaron una condecoración en Buenos Aires, dijo una frase que varios medios argentinos y uruguayos publicaron y levantaron: “Argentinos quiéranse más. Construyan un nosotros”. Había dicho una gran verdad.
Efectivamente creo que una de las tragedias argentinas, madre de muchas otras tragedias, es el desamor, la desunión, las múltiples brechas que surcan la sociedad argentina. La peor de ellas es la fractura enorme que divide una parte de los argentinos. La mayoría, son buenos trabajadores, buenos empresarios, investigadores, científicos, artistas, gente de la cultura, del cine, de la literatura y tantas otras actividades, es el país de América Latina con más premios Nobel y reconocimientos internacionales de todo tipo.
Del otro lado está la política y el sindicalismo, entreverados, entrelazados, con niveles de odios, de desamor por las instituciones, de corrupción muy altos. Obviamente no son todos, pero hablamos de la media, de las fuerzas dominantes.
De los dos lados de esa brecha no se quieren, se desprecian, sobre todo la buena gente que no se siente representada, vota, de alguna manera participa, tiene que convivir y vivir con muchas de las condiciones que impone la política nacional, provincial, local, pero sigue su propio camino. Sin esa buena gente la Argentina no sería el país que cae y se ha levantado tantas veces.
Ahora hablemos de nosotros, los orientales, los uruguayos, los mal llamados «charrúas». Creo que después de la dictadura, cuando conocimos lo peor del género humano que vivía entre nosotros y se hicieron con el poder, vestidos de militares o de civiles, cuando el horror nos partió entre los dictadores y sus sirvientes y la gran mayoría del pueblo, aprendimos a querernos un poco más.
Salimos juntos de esa tiranía, votamos juntos en el plebiscito de 1980, en las elecciones internas de los partidos y en la resistencia popular, sindical a cacerolazo limpio, con oceánicas manifestaciones, con figuras que nos representaban y seguíamos con pasión. Eran la expresión de nuestro honor colectivo y nuestro grito de libertad. Y nos quisimos más, también porque aprendimos que las bestias llegaron porque los demás nos odiamos demasiado.
Pero siempre es bueno recordar la historia, no solo los últimos tramos. Aquí en la Banda Oriental comenzamos queriéndonos, hasta el punto que hace 210 años, recorrimos con el Éxodo detrás de nuestro jefe indiscutido José Artigas (precisamente por ello los dictadores no podían ni siquiera poner una de sus frases en el mausoleo…).
Fue un tercio aproximadamente de la población de la época, de 49.000 habitantes los que marcharon dejándolo todo. Civiles y militares movidos por la traición del triunvirato de Buenos Aires y comenzado a forjar una identidad.
Pero nuestra historia no fue toda de amor entre los orientales, nos acuchillamos, nos lanceamos, nos cañoneamos, nos degollamos en muchas batallas con ferocidad, hasta la última guerra civil en 1904. Y en los años 60, del siglo pasado, volvimos a practicar la violencia y la ferocidad. La tierra purpurea no es el fruto de la imaginación de Guillermo Enrique Hudson, es una pintura de parte de nuestra historia, que no debemos olvidar.
Pero lo superamos o nos fuimos civilizando y cohesionando como nación, como «nosotros».
Un papel importante lo jugaron tres factores, primero nuestra posición geográfica, rodeados de Brasil y Argentina, de sus ambiciones y su enormidad, debíamos construir y pelear nuestro espacio y nuestra propia identidad de orientales. Teníamos que construir una identidad espiritual, al decir de Wilson Ferreira.
Segundo, fuimos en su momento el país más avanzado y democrático de América Latina, construimos el estado del bienestar, cuando en Europa era solo literatura, desde la educación laica y obligatoria como plataforma fundamental, hasta toda la legislación de derechos civiles y laborales y el nivel de desarrollo económico pero también social.
Tercero, luego del inicio de la decadencia nacional, a partir de los años 50, culminando con la dictadura y con su derrota, todos, o casi todos – porque los dictadores no aprendieron nada – todos aprendimos a valorar mucho más la democracia, a respetarla y a construirla juntos. No hay otra manera. Cambiamos mucho y para bien, manteniendo naturalmente las diferencias políticas e ideológicas.
Ahora estamos en otro momento, vivimos en pandemia y en esta larga post pandemia y en general reaccionamos queriéndonos, aún en las polémicas.
Quererse no es ni puede ser la ficción de una vida política e ideológica plana y sin debates, si puedo decir, que nunca vi en mis 60 años de militancia política y en mis discretos estudios de la historia nacional, un periodo y un gobierno con tanta comprensión y poca resistencia de parte de sus adversarios a pesar de las muchas diferencias. Fue mucho más que una luna de miel.
Pero si aquí terminara el relato, sería solo la superficie, hay zonas enteras donde nuestro nivel de cultura, de convivencia da vergüenza. El fútbol por ejemplo, un clásico entre Peñarol y Nacional exige el despliegue de casi mil efectivos policiales. Y medidas que se asemejan a una batalla, con el destrozo de los baños de una tribuna y todo para ir a ver a 22 personas corriendo detrás de una pelota. Y eso sucede en muchos otros partidos de fútbol o de básquetbol. No nos queremos, casi no nos soportamos y lo repito: da vergüenza.
Por otro lado no hay dudas que el futbol, nuestra selección nacional, en este país juega un papel que va más allá del deporte, es parte de nuestra identidad y de nuestro nosotros.
En el tránsito, y me incluyo, para no hablar siempre de los demás, somos intolerantes y a veces brutales y mal educados y eso ha empeorado con el aumento exponencial del parque motorizado.
Por último, la violencia del delito, los asesinatos, las rapiñas, la vida en las cárceles son la expresión de que hay zonas de nuestra sociedad muy enfermas, muy degradadas, que no solo se afectan entre ellos, sino que impactan en toda la sociedad. Y todavía no le hemos encontrado la vuelta. Buscamos a tientas y mirando siempre y casi exclusivamente hacia la policía.
La violencia doméstica es un capítulo aparte, es la demostración más evidente de los enormes retrasos culturales y humanos que seguimos teniendo en el respeto a los más próximos, a nuestras propias familias, compañeras e hijos y, los uruguayos no podremos decir que nos queremos, mientras sigan existiendo los niveles que tenemos desde hace muchos años de violencia doméstica.
Tenemos una ventaja en la construcción del nosotros, no existen diferencias entre los territorios, no hay fanatismo ni nacionalismos locales que nos enfrenten, y hemos mejorado mucho, tanto en la lucha contra la discriminación racial, contra las mujeres y las diversas opciones de género. Eso también forma el nosotros, y el respeto y el cariño entre los habitantes de un territorio.
La fortaleza de una nación, no son solo sus riquezas, y su poder coercitivo, sus leyes e instituciones, hay una base insustituible: el afecto y el respeto entre sus habitantes, eso es civilización y democracia. E identidad.
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Esteban Valenti – Periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista de Wall Street Internacional Magazine (www.wsimag.com/es), de Other News (www.other-news.info/noticias). Integrante desde 2005 de La Tertulia de los jueves, En Perspectiva (www.enperspectiva.net).
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