MALOS ARGUMENTOS CONTRA LA EUTANASIA / Por Ope Pasquet (*)

Una ley basada en la compasión y empatía.

Cuando un enfermo sufre mientras espera la muerte y no hay cura para su mal, debe ser regla general ayudarlo a terminar su sufrimiento. El proyecto de ley de eutanasia que presentamos el 11 de marzo de 2020 sigue a estudio de la Comisión de Salud de la Cámara de Representantes. El Presidente de la República ha dicho que está dispuesto a reflexionar sobre el tema, diputados del Frente Amplio han hecho saber que están elaborando sus propias propuestas y trascendió que legisladores de otros partidos podrían apoyar la iniciativa. Confiamos en que finalmente se llegará a acordar un articulado que tenga los votos necesarios para su aprobación en el Plenario.

El debate sobre la ayuda para morir no se plantea sólo en Uruguay. La prestigiosa revista The Economist le dedicó una nota en su edición del pasado 13 de noviembre. Según The Economist, la muerte asistida es legal hoy, de una forma u otra, en 12 países. Este año entraron en vigor sendas leyes en España y en Nueva Zelandia. El Parlamento portugués aprobó una ley el pasado mes de noviembre, y en el Reino Unido la Cámara de los Lores está estudiando un proyecto sobre el tema. Tras informar sobre la aplicación de las leyes de ayuda para morir en varios países que cuentan con ellas, concluye The Economist diciendo que esa información indica que los peligros son meramente hipotéticos, mientras que los beneficios son reales y sustanciales: la muerte asistida alivia el sufrimiento, y devuelve una medida de dignidad a la gente al final de su vida.

Vale la pena detenerse a considerar algunos de los argumentos que se esgrimen contra nuestro proyecto de ley de eutanasia, para contribuir así al debate público sobre el asunto.

Se dice que lo que está en juego no es la libertad de la persona para poner fin a su propia vida, porque no hay ley que prohíba el suicidio.

Y bien: es cierto que no hay tal ley, pero también lo es que para muchas de las personas que están en situación de pedir ayuda para morir, decirles que son libres de quitarse la vida si quieren hacerlo sería hacerles un chiste de humor negro y pésimo gusto. El parapléjico, que no puede mover ninguno de sus miembros, no puede poner fin a su desgracia sin ayuda de terceros; el enfermo de ELA, que en las etapas terminales de su enfermedad ni siquiera puede respirar sin ayuda, tampoco puede hacerlo.

Y aunque no exista absoluta imposibilidad física, es legítimo y humano que no se quiera morir violentamente, ni arriesgando fallar en el intento y sufrir más todavía. Por lo tanto, el respeto sincero por el derecho de cada persona a decidir sobre el final de su vida, implica aceptar que se le preste la ayuda que necesite para ejecutar la decisión que tome. El que quiere el fin, quiere los medios; y el que rechaza los medios, en realidad no quiere ni acepta el fin, aunque finja hacerlo.

Esto nos trae al segundo mal argumento, que se enlaza con el anterior: el que dice que, si se propone habilitar la eutanasia para los enfermos terminales en nombre de la libertad, también debiera habilitársela para todos los casos, por el mismo fundamento. No es así. Una regla general no deja de ser tal porque admita excepciones, y a la inversa: la existencia de excepciones no demuestra que no exista la regla, ni mucho menos que no deba existir.

A nadie se le ocurre permitir la eutanasia para el joven que cree que se acabó el mundo porque lo dejó la novia, ni para la estudiante desconsolada porque perdió un examen, ni para el comerciante desesperado porque no puede cubrir los cheques que libró. La sociedad quiere que las personas que la integran vivan y cuiden su salud, y debe facilitarles los medios para que lo hagan.

La regla general prohíbe y debe seguir prohibiendo la colaboración para producir la muerte de otros, y por ello el “homicidio piadoso” y la ayuda al suicidio deben seguir siendo delitos. Pero cuando un enfermo sufre mientras espera la muerte y no hay cura para su mal, la regla general debe admitir la excepción que dicta el sentimiento humanitario: el que en esas circunstancias pide ayuda para morir, debe poder recibirla. A eso apunta el proyecto de ley de eutanasia.

En este punto se interpone el tercer mal argumento, según el cual para eliminar los sufrimientos no se necesita la eutanasia, porque basta con los cuidados paliativos para aliviar el dolor.

Por supuesto que está muy bien que haya cuidados paliativos y que alcancen a todos los que los necesiten; eso no está en discusión. Lo que ocurre, desgraciadamente, es que ni siquiera los mejores cuidados paliativos pueden aliviar todos los sufrimientos. Piénsese por ejemplo en el caso de Ramón Sampedro, el marinero español que a causa de un accidente quedó cuadripléjico a los 25 años y pasó los siguientes 30 años de su vida sumido en angustiante postración. Ningún cuidado paliativo podía aliviar esa angustia y por eso sus amigos, violando la ley entonces vigente en España, le facilitaron los medios para que bebiendo una sustancia letal pusiera fin a su sufrimiento.

La película “Mar adentro”, que obtuvo el premio Oscar a la mejor película extranjera en el año 2005, registra ese drama. Hoy España tiene ley de eutanasia y Sampedro una placa que rinde homenaje a su memoria en el sitio donde se accidentó.

En la cuenta de Twitter de Empatía Uruguay pueden encontrarse los testimonios de los familiares de Pablo Salgueiro, una persona que padecía ELA y que recibió cuidados paliativos de buena calidad, pero que en las etapas finales de su terrible enfermedad quería simplemente dejar de vivir, porque los cuidados paliativos ya no eran suficientes para que dejara de sufrir.

Podrían citarse otros casos de repercusión internacional para ilustrar el mismo concepto: los cuidados paliativos son muy buenos y su prestación debe ampliarse todo lo necesario, pero no pueden aliviar todos los dolores; ni los morales o psíquicos, obviamente, ni tampoco los físicos. Desde la perspectiva de la persona que sufre, que es la que verdaderamente importa, no hay oposición entre cuidados paliativos y eutanasia: los dos deben estar a su disposición, para que ella decida si, cuándo y cómo usarlos.

La compasión por el que sufre y el respeto por la libertad de las personas se aunaron para impulsar las leyes que en un creciente número de países habilitan, regulan y garantizan la prestación de ayuda para morir.

Confiamos en que, haciendo honor a su tradición de humanitarismo laico y liberal, también Uruguay avance pronto por ese camino.

(*) OPE PASQUET – Abogado y  diputado por el Partido Colorado.

  • De Montevideo Portal

 

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