En las últimas semanas por diversas circunstancias, estuve en lugares diferentes a los que frecuento todos los días. Fuimos con Selva a Cerro Norte y nos encontramos con una familia que atiende un merendero, me fui a realizar un estudio médico cerca de Tres Cruces, caminé unas cuantas cuadras por la zona y el lunes también tuve que caminar por 8 de Octubre y una conversación en un banco del Parque Capurro. Y siento la necesidad de decirlo, de escribirlo: que lejos estoy de la vida de la mayoría de los uruguayos y uruguayas. Grandes y niños.
Me cuesta decirlo, porque tengo que reconocer que no hay estadística, informe, informativo de televisión que te permita compartir unos instantes con esa gente, normal, igual a nosotros, pero que vive de manera diferente, con otras preocupaciones y esperanzas. El país no se termina, ni empieza en Pocitos, el Centro, la Ciudad Vieja y sus alrededores.
Será la edad pero me hice conversador y eso me ayuda o me somete a la dura realidad de que estoy lejos de convivir con la mayoría de mis compatriotas, de los que laburan o quieren hacerlo, con cierto tipo de pequeños comercios, pizzerías, boliches, pero sobre todo la gente.
Tengo una vida política, que sigue siendo mi principal interés, incluso por encima del periodismo, demasiado elucubrada, imaginada, olfateada, pero con mucho, muchísimo menos roce que la que tenía antes, cuando visitaba barrios, ciudades y pueblos del interior y participaba de muchas reuniones y de encuentros de los más variados.
Ese alejamiento lo sentí especialmente durante la campaña por el SI en el referéndum. Demasiadas encuestas, tecnología, lecturas, pero poco contacto. Lo traté de superar a pura imaginación y oficio, muchas, décadas de hacer política. Pero hay miradas, palabras, frases, sensaciones que son insustituibles.
He tratado siempre de alejarme del poder, de no ejercerlo por resolución administrativa o electoral, pero debo reconocer que hace mucho que estoy cerca y hay que tener un enorme cuidado. ¿Lo tengo?
Es notorio que hago política y que sobre todo me interesa la comunicación, la publicidad, la propaganda. Hoy como nunca no hay una frontera entre hacer política y comunicarla, es imposible. Incluso en el ejercicio excesivo del poder hay siempre un mensaje, por eso estar cerca de la gente es fundamental.
El espacio que me separa de la gente, no se resuelve con las redes, al contrario, es peligroso confundirlo. Ni lo he logrado resolver con algunos ejercicios forzados, de encuentros, de viajes en taxi, de conversaciones con gente que vive en la calle u obreros que están reparando el colector Arteaga en la calle Juan Carlos Gómez. Son sucedáneos.
En esas cuadras que recorrí de más y por zonas diferentes se percibe, se siente el cambio de ánimo de la gente, la cantidad de personas pidiendo y durmiendo en las calles de las maneras más insólitas. Ni siquiera en el 2002 había visto tanta gente desamparada. Las propias cifras que se manejan oficialmente no hacen otra cosa que reconocerlo. Y cada día me cuesta más acercarme a esa gente.
A veces hacemos cosas, tenemos gestos para sentirnos menos inútiles, menos insensibles, pero son solo eso, parches.
Conocer la gente es mirarle los zapatos, la ropa y los ojos y hacerlo con delicadeza, con cuidado pero con mucha atención. Es notorio que estamos peor que antes. No voy a hacer valoraciones políticas, cada uno hará las suyas, simplemente a transmitir mi sensación, mi amargura porque el hambre, la falta de expectativas se puede ver, sentir, oler.
No somos un país pobre, al contrario tenemos un potencial enorme, humano y otorgado por la naturaleza y nuestro trabajo y tenemos grandes posibilidades de avanzar, pero seguimos comparándonos con los que están mucho peor que nosotros y posiblemente tengan un país tan o más rico que el nuestro. Pero es una vergüenza que una de las tareas principales de la política sea buscar justificaciones.
No voy a sumarme a eso y justificarme a mí mismo por no estar más cerca de mi gente, que no son solo mi familia y mis amigos y compañeros, tengo que romper el cerco. No es fácil, pero si quiero hacer política de verdad, tengo que mirar más rostros, escuchar más gente, sentir más hondo lo que sienten mis compatriotas. De lo contrario la política se reduce a una especulación intelectual en el mejor de los casos o en la desesperación por el poder en sus diversas formas.
Es duro reconocer estas lejanías, estas fragilidades, pero mucha más duro es compartirlas con ustedes. Los que me leen con respeto y atención, estando de acuerdo o no y los que no se cansan de agredir, insultar y creen que pueden acallar. Son parte de la miseria explícita de esta sociedad.
Voy a volver a intentarlo.
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Esteban Valenti – Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es), de Other News (www.other-news.info/noticias). Integrante desde 2005 de La Tertulia de los jueves, En Perspectiva (www.enperspectiva.net). Uruguay
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