UNA PELIGROSA CRISIS INSTITUCIONAL / Por Gabriel Pereyra (*)

En estos días he visto y oído gente preocupada por si el caso Astesiano es lo más grave que ocurrió institucionalmente desde el fin de la dictadura en 1985. Creo que, aunque derive en grandes impactos políticos, con el paso de los años se irá diluyendo en los entresijos de la historia como un escándalo más.

Sin embargo, hay otras cosas que están pasando no en los recovecos ocultos del poder, sino ante los ojos de todos, y todos los días, y que, lejos de diluirse, prometen ir creciendo hacia el futuro para convertirse, quizás, en una crisis institucional, probablemente precedida de impactos en la economía, el sistema previsional, la profundización de la brecha social, aumento de la violencia y la inseguridad pública y un más grave choque cultural en el sentido amplio de la palabra.

En el sentido amplio significa que la convivencia ciudadana, el cemento que nos mantiene unidos a ciertas normas culturales que nos ayudan a reconocer en el otro a un igual, se vayan (se sigan) diluyendo. Cuando la cultura de un país como cimiento de la convivencia se pierde, se consolidan mecanismos de sobrevivencia, a uno y otro lado de la grieta. A los que dicen que en Uruguay no existe la grieta, los mandaría unos días a vivir con su familia en esas zonas en un entorno de basura, ambulancias que no entran, balazos por la noche, cuerpos calcinados y acribillados por el día, casas de bloque con una camioneta cero kilómetros en la puerta, el miedo de los laburantes a circular y el temor a que una bala perdida le toque a uno de los suyos, todo lo que forma parte del panorama cotidiano.

Y mientras la jefa de hogar se va al trabajo, los nenes quedan a merced del narco, en su lógica criminal, a veces mucho más generoso que el Estado a la hora de tenderle una mano, costosa sí, pero mano al fin.

En estos días le hice una nota al experto en educación Santiago Cardozo, quien maneja modelos predictivos que permiten determinar con altos grados de certezas qué niños entre los tres y los cinco años van a fracasar en su desempeño escolar, es decir, van a repetir, verse rezagados y seguramente abandonar el sistema. Si tuviésemos un buen sistema educativo, aun así, si no los atendemos en los primeros mil días de vida, en la meta de largada hay miles de niños que arrancan con años de rezago.

O sea, podemos tener los nombres, los apellidos y la cédula de los fracasados del futuro. Así de científico, así de feroz.

El Código Penal sanciona un homicidio con 12 años de prisión; el código social le da cadena perpetua en la pobreza a estos niños que su único pecado fue nacer pobres.

“Los niños comienzan su escolarización en condiciones desiguales para enfrentar las demandas cognitivas y comportamentales que requiere la educación formal y para aprovechar las oportunidades de aprendizaje que ofrece la escuela. Parte importante de estas desigualdades se expresa en el nivel de desarrollo de un conjunto de habilidades cognitivas, lingüísticas, socioemocionales y físicas y en una serie de predisposiciones y actitudes hacia los aprendizajes”, lo cual depende, entre otras cosas “de diversos factores ambientales, familiares e institucionales, desde la concepción, el nacimiento y durante la infancia”, dice el trabajo de un grupo de investigadores, entre ellos, Cardozo. (Hay que) identificar de manera temprana a aquellos que, con alta probabilidad, enfrentarán riesgos serios para progresar en la escuela y para desarrollar los aprendizajes previstos en cada etapa”, agrega.

Cuando hablamos de pobreza no podemos centrarnos en los indicadores puramente monetarios del Instituto Nacional de Estadística, que muestran una baja en la pobreza porque alguno recibió 100 pesos de más; deberíamos hablar de vivienda, salud, inseguridad alimentaria (hay 21,5% en los hogares con menores de seis años) y pérdida de cultura de trabajo.

El sociólogo Fernando Filgueira, que junto con la diputada Cristina Lustenberg es de los pocos que mantiene el tema en agenda, dio estos datos: en el año 2000 en Uruguay nacían poco más de 51.000 personas al año. Unos 20 años después, esos 51.000 iban a ingresar al mercado laboral y a ejercer su ciudadanía. Hoy nacen menos de 35.000. En unos 20 años van a sumarse al mercado de trabajo entre 15.000 y 17.000 jóvenes menos por año. Y en el otro extremo etario habrá unos 700.000 uruguayos de 65 años y más (uno de cada cinco habitantes) a los que estos jóvenes deberían financiarles las pasividades. ¿Con qué?

“Se necesita inversión en las poblaciones infantil, adolescente y joven. Se requiere recursos para impedir que un niño o una niña caiga en una situación de infraconsumo para facilitar que una persona en su niñez viva en un hogar que cuente con recursos para elementos básicos”, dice Filgueira.

Y concluye: “Si se mira los egresos de Secundaria, se observa que se pone en riesgo potencial una media de 40% o 45% de cada cohorte. Ello deriva en pobreza e indigencia, problemas de nutrición, ausencia de estimulación temprana, insuficiencia de aprendizajes, repetición y exclusión del sistema educativo. Hay una cadena en lo que se denomina gasto en infancia que hay que empezar a ver como inversión al futuro. (De lo contrario) es una secuencia de desgranamiento de niños, niñas y adolescentes, que quedan al costado del camino de la inclusión plena ciudadana y laboral en el futuro”.

Celia Ortega, representante para del Banco Mundial para Uruguay, le dijo a Búsqueda sobre la educación en el país: “Es realmente una tragedia lo que tenemos aquí. Cuando viene gente de afuera es lo primero que le sorprende. No se siente urgencia probablemente porque con los que hablamos tenemos a nuestros hijos en colegios privados y no salen en las estadísticas”. Ortega advirtió que “la escalera de la movilidad y la integración social se está rompiendo”. ¿Se está?

Imaginemos un milagro: a partir de hoy, gracias a las políticas aplicadas, todos los niños ingresarán a la escuela sin desventajas que les aseguren un fracaso.

¿Qué hacemos con todos los que, por no haber aplicado esas políticas con convicción, dejamos por el camino? ¿Vamos a seguir usando políticas de Estado que buscan que de un día para otro (serían dos milagros, y solo ocurren de a uno) todos salten la grieta y asuman nuestros valores? ¿Qué valores serían? ¿Condenar a madres jefas de hogar que no pueden lidiar con sus hijos a perder la asignación familiar si no mandan a sus hijos… adónde? A la educación pública, donde los investigadores ya nos dicen que la mayoría fracasará. Inmoral.

¿Querrán “ellos” sumarse a esta cultura de esta solidaridad? O soportar la incomprensión, como cuando se los condena porque los pobres compran una pantalla en vez de comida, sin entender que en algunas zonas es una inversión en seguridad: frente a la TV los nenes no son cebo de narco.

¿No será que a la luz del desastre nacional presente habrá que actualizar las políticas sociales sobre la base de un nuevo “pacto social” donde se reconozca que ya tenemos dos culturas viviendo en el mismo territorio y se tratará a la más débil con el cuidado que no se le tuvo hasta ahora?

¿Preocupados por una crisis institucional?

La forma en que el sistema político se viene manejando nos asegura que en algún momento, cuando todo este desastre golpee a nuestra puerta, ya en forma de jubilaciones imposibles de pagar, ya porque la crisis de crecimiento nos alcanzó a todos, ya porque los hijos del narco vienen por nosotros o por nuestros hijos, nos ocurrirá lo mismo que les ocurre a miles de nenes que arrancan la escuela en una injusta e insolidaria desventaja: será tarde.

  • (*) Extraído de Semanario Búsqueda

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*