Es una pregunta genérica pero que no siempre nos hacemos con agudeza y con sentido de oportunidad. ¿Hacia dónde va el país? Pero también ¿Hacia dónde vamos nosotros? Porque no estamos simplemente subidos a un territorio, rodeados de su geografía y su gente, tenemos nuestra propia identidad, nuestras aspiraciones, nuestra identidad. El mundo actual está mucho más lleno de preguntas que respuestas. Eso en un cierto sentido podría ser positivo, en este momento es mucho más complejo que tener espíritu crítico.
Casi siempre desde estas páginas lo referimos a la situación política y en concreto al periodo de gobierno y a cuanto falta para las elecciones. Cambiemos un poco la mirada.
Colectivamente estamos preocupados, más o menos depende de nuestra sensibilidad, sobre la sequía, sobre el impacto que está generando y sobre la muestra inequívoca de que el cambio climático no es una previsión, se está acelerando. Y esa debería ser la primera o la segunda interrogante fundamental, la otra es la guerra.
Por ahora la guerra está lejos, es entre Rusia, Ucrania y la OTAN completa, pero las señales no son en ningún caso alentadoras, es una escalada permanente con más de 250 mil muertos y con el peligro de que involucione hacia otras regiones y hacia un conflicto general. ¿Nuclear?
Esa hipótesis incluye a todo el planeta.
Las tensiones mundiales aunque parezcan muy lejanas a nuestro país, son parte de nuestro horizonte inexorable. China, Estados Unidos; Estados Unidos y la OTAN vs. Rusia; y los conflictos perpetuos, Medio Oriente, en África, las nuevas tensiones en el mar de China.
América Latina no tiene conflictos bélicos nacionales, pero hay tensiones en Perú, en Nicaragua, en México (por el narcotráfico) y nuevos empujes golpistas, que parecían extintos.
También a nivel global existe una inocultable decadencia de la democracia, incluso en países de Europa y en general, lo que nos incluye. Y ese es un retroceso visible y muy preocupante.
Hay señales contradictorias en las ciencias, aportes en la medicina, en las nuevas tecnologías, en la biología y la biotecnología, en la investigación astronómica, en la robótica. Pero comportan en muchos casos cambios profundos y a veces dramáticos en el mundo laboral, en nuevas relaciones de producción y en el equilibrio con la naturaleza.
La cultura, el arte no es ajena y nunca podría serlo a estas grandes corrientes, en particular las grandes industrias culturales, como el cine, la gigantesca vida en Internet y en las redes.
Nosotros, en nuestras realidades individuales y familiares, en nuestros empleos, nuestros consumos, nuestra salud, nuestro tiempo libre y nuestras expectativas estamos inmersos en estos procesos, aunque no queramos verlo de frente, claramente y tratar de construir un pequeño reducto propio.
Ese es uno de los cambios más importantes e irreversibles, la avasallante presencia del mundo y de los procesos sociales y culturales en nuestras vidas. Los cambios que se producen entre las generaciones, son hoy mucho más profundos que en épocas anteriores.
Pero no alcanza con describir, todos deberíamos preguntarnos, aún en la limitada capacidad de nuestra visión y cultura ¿Hacia dónde vamos? Es imprescindible.
Y cada vez es más difícil, porque no alcanza con nuestra limitada experiencia. La otra alternativa es dejar que los hechos nos lleven, nos conduzcan.
Es muy duro, muy difícil asumir que podemos, que tenemos que preguntarnos sobre nuestro rumbo, no solo como un acertijo, sino para actuar, para incidir en él, para analizar nuestro papel, que aunque pueda parecer mínimo, mucho pero sería si todos asumiéramos la actitud de navegantes extraviados y sometidos a los vaivenes de este mar en tormenta.
Las sociedades en su conjunto, las naciones, las comarcas siguen siendo y deberían serlo cada día más parte de la cadena humana y cultural que tenga impacto por sus acciones en el futuro.
En un planeta con 8.000 millones de habitantes, la tentación de abandonarnos a la deriva es muy grande, también podría serlo el delirio de manejar fuerzas globales. Pero esas fuerzas económicas, tecnológicas, militares y sobre todo políticas existen, vaya si existen.
Vamos hacia un mundo donde la concentración de esos poderes, que nunca antes alcanzaron esa proporción en el planeta y en el género humano, está creciendo y sobre todo ha generado sus propios mecanismos de crecimiento y voracidad.
Las naciones, las mayoría de las naciones ya no tienen la capacidad de determinar resortes fundamentales de sus propias vidas, económicas, financieras, por lo tanto sociales, culturales, deportivas, tecnológicas.
Que lo veamos, que lo analicemos, que seamos sensibles a esos cambios monstruosos, ya es un avance y nos plantea la posibilidad y la necesidad de actuar, de buscar agrupar las fuerzas locales, regionales y también mundiales para actuar. El mundo y nosotros iremos en buena medida en la capacidad de atrevernos a emprender juntos, aliados, grandes proyectos de democratización de las relaciones mundiales, de la vida de nuestras naciones, del nivel de cultura, de humanismo.
La resignación es hoy, encubierta en muchas otras actitudes, el peligro mayor y más próximo. Atreverse a pensar y a actuar diferente hoy puede parecer un delirio, pero hay una larga historia donde se presentaron circunstancias similares, no tan gigantescas, no tan agudas, pero que convocaban a la contemplación y la entrega. Y los seres humanos supimos reaccionar.
No se trata de proponernos siempre responsabilidades gigantescas, sino de dar nuestro aporte a crear corrientes de opinión y de acción que no nos entreguemos a las fuerzas demoledoras de la guerra, de la deshumanización, de la dominación económica y financiera, de la decadencia de la democracia y la libertad. Se puede y sobre todo, se debe.
La peor decadencia, las más dañina es la resignación, es aceptar la realidad, el rumbo, la acumulación de dramas asumiendo la incapacidad de reaccionar, de construir alternativas y esa es la principal batalla cultural e ideal de esta época y de todas las épocas.
La principal herramienta para dar este conjunto de batallas civilizatorias es la política, la que sintetiza todas las disciplinas que se requieren, pero sobre todo la que puede torcer rumbos equivocados, afianzar caminos de progreso y avance de la humanidad.
Lo que resulta difícil de creer que los partidos políticos nacionales, sean capaces de afrontar estos gigantescos problemas globales y se hace más necesario que nunca es conformar corrientes políticas e ideales internacionales. No porque tengan una sola visión, pero compartan el sentido crítico y la necesidad de grandes cambios globales para cambiar el rumbo dominante, en la economía, en las guerras, en la relación con la naturaleza, en la sanidad y la investigación y sobre todo en la gobernanza mundial.
Que lejos estamos de eso.
- UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias
Sé el primero en comentar