Si nos reducimos a defender lo que ya hemos conquistado o a lo que estamos acostumbrados, renunciamos al principal instrumento del progreso.
“El trabajo y la lucha llaman siempre a los mejores”. Séneca.
Esta debería ser una de las preguntas fundamentales que se formulen las sociedades, incluso la nuestra y, en el marco de la campaña político electoral ya en marcha, es fundamental.
No se resuelve prometiendo decenas de miles de empleos que no se cumplieron en absoluto. La respuesta a esta pregunta define la capacidad y la posición de cada actor político y social, incluso académico, para aportar al futuro desarrollo del país. En torno a ella han rotado los momentos definitorios: el estado del bienestar; el neoliberalismo; el socialismo de Estado; las contradicciones globales de la actualidad.
Cuando nos referimos al “trabajo”, nos referimos al trabajo remunerado, esta es una aclaración fundamental, porque existe una masa muy grande de trabajo no remunerado, de crianza de los hijos, de funcionamiento de los hogares, de cuidados a otras personas de la familia, etc. Y vaya que son trabajo…
Uno de los procesos más duros que se han producido en los últimos años es la perdida de seguridad para buena parte de los trabajadores. Hay una parte muy grande de trabajadores que no saben de qué vivirán en los próximos meses o dentro de algunos años. Los contratos de trabajo se han hecho mucho más débiles e inciertos, no por responsabilidad del trabajador, sino de la otra parte del “contrato”, los empleadores. Eso no tiene influencia solo en la situación de estabilidad emocional del trabajador y contribuye a su alienación, sino de una desventaja creciente en las negociaciones laborales. Lo vimos claramente durante la pandemia. Bajaron los salarios y se aceptó por parte de los trabajadores y los sindicatos, ante el peligro mayor de perder el empleo.
Nosotros ahora hablamos de circunstancias “normales”, no de una pandemia, pero hay que entrecomillar, porque hablamos del desarrollo de la robotización, de las nuevas tecnologías y de la inteligencia artificial, que ya están impactando fuertemente en el trabajo, tanto físico como intelectual. La cantidad de ejemplos es ilimitada y creciendo a diario.
Si partimos del concepto de que el trabajo es la fuente básica y fundamental de la riqueza efectiva de la que se derivan en definitiva, desde la acumulación, el ahorro, la especulación financiera, las prestaciones sociales (pensiones, jubilaciones, servicios sociales), también el comercio y el consumo, estamos hablando del futuro de la humanidad, de las diferentes sociedades. Vivimos en una sociedad del trabajo, donde las personas plenamente funcionales, son las que tienen un empleo remunerado.
¿Cómo combinar el proceso incontenible de las nuevas tecnologías con la necesidad teórica, pero fundamental para una sociedad del pleno empleo, donde los individuos puedan vivir de su trabajo y progresar gracias a su trabajo y hacer progresar a la sociedad? Uno de los mayores logros sería la capacidad de ofrecerle a todos los que requieran un trabajo remunerado y con posibilidades de satisfacer sus necesidades, que serán sin duda crecientes y exigentes.
No se trata de convencernos que lo que debemos hacer es reducir nuestras expectativas de vida, sino de armonizarlas con el equilibrio con la naturaleza y con un nivel cultural-social adecuado y no del despilfarro. Estamos realmente lejos de esto.
Esto implica ponerse a discutir y a cambiar la relación entre el tiempo de trabajo, puntual y de una vida, sus resultados productivos, su organización, sus retribuciones y el tiempo libre. Si nos reducimos a defender lo que ya hemos conquistado o a lo que estamos acostumbrados, renunciamos al principal instrumento del progreso, el cambio, la duda y la capacidad de responderla con audacia y sentido de la historia, pero sobre todo del futuro. Y del riesgo.
Esos cambios en ningún caso los impuso solo el mercado, ni siquiera en el más feroz neoliberalismo, todo partió de concepciones ideológicas y modelos económicos y sociales surgidos del pensamiento de sus promotores en particular Reagan y Teacher. Lo mismo vale para el socialismo de Estado, su creación y su caída.
El Estado del bienestar, del cual Uruguay y unos pocos países escandinavos fueron sus adelantados, también se construyó sobre cimientos ideológicos y culturales. Hoy cuando la inteligencia, la cultura, el conocimiento son de las principales fuerzas productivas, por lo tanto relacionadas directamente con el trabajo, con más razón debemos partir de las ideas y no solo de la práctica, del Estado o del mercado. Si incluimos la “New Deal” en los Estados Unidos, abarcamos el conjunto del estado de bienestar de la preguerra, pero fue después de la Segunda Guerra Mundial y en buena medida como respuesta al socialismo real, básicamente entre los años 50 y los 80, que se desarrollaron en Europa los estados del bienestar más potentes, que luego se fueron agotando. En especial en Alemania.
Partiendo de la base que sin el pleno empleo, con crecimiento permanente de los ingresos y de un círculo virtuoso en cambio y construcción constante no hay posibilidades de un estado del bienestar.
No es pensable que nos propongamos en Uruguay un salto en nuestro desarrollo, en esta época, en este contexto regional e internacional sin la experiencia y la práctica reelaborada del estado del bienestar, donde el trabajo remunerado es la base de todo el proceso.
Y para ello hay dos elementos claves, el capital, las inversiones, públicas, privadas, cooperativas, en un plan sostenible medioambientalmente. Y por otro lado la educación, la preparación para elevar las capacidades de los empleados, los empleadores, los investigadores, los docentes y cerrar un círculo virtuoso, que debe incluir además los valores ciudadanos, la categoría superior de un habitante de una sociedad.
Moviéndose con dos variables inexorables, tiempo y valor, con una diferencia fundamental, el valor puede incrementarse, ahorrarse, acumularse, el tiempo no. Pero marchamos sin falta hacia una reducción del tiempo de trabajo necesario para ganar el valor necesario para vivir, el salario y la jubilación. Incluso las ganancias del capital dependerán del manejo adecuado y con visión de estrategia de esa ecuación a la que se agrega la reinversión. Es decir el capital destinado a la modernización, la capacitación y el comercio.
No se trata solo de sensibilidad social, de respeto hacia los que brindan su trabajo para sus empresas o para el Estado, sino de asumir plenamente que solo las sociedades que tengan la capacidad de acompañar los cambios geológicos de la economía actual, podrán sobrevivir y crecer. ¿Alguien puede creer seriamente que un mundo donde el 1% acumula la inmensa mayoría de la riqueza y el otro 99% no puede vivir de su trabajo y por lo tanto no consume, no se capacita, no se divierte, no se cura es un mundo sostenible, es posible?
Las previsiones de que la desigualdades laborales se verán agravadas, no es solo el triunfo del pesimismo más ramplón, sino la falta absoluta de capacidades ideales y transformadoras; es la resignación. El trabajo y la lucha siempre se han encontrado en los momentos cruciales.
Si aceptamos que estos temas están vetados a nuestros debates, porque son incomodos, rompen moldes, nos crean preocupaciones demasiado pesadas y globales, estamos renunciando a afrontar nuestro futuro, con el arma principal que hizo progresar a los seres humanos: su audacia intelectual.
- UyPress – Agencia Uruguaya de Noticia
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