A quien corresponda:
El cansancio, el agobio, el paso de los años, los problemas personales, – cuando hablamos de referencias en intervenciones en salud- deberían estar en último lugar.
Los gurises, las personas, los pacientes, los consultantes… siempre deben – deberían estar primero.
Si el rol agobia y ello se convierte en una intervención iatrogénica para un otro, simplemente ya es momento de retirarse. El prestador tiene otras muchas herramientas y si siente no estar pudiendo con ello, lo que sí puede y debe: es irse.
A la mayoría nos atrapa el miedo a movernos al respecto.
El «qué dirán».
Cómo nos considerarán si se «denuncia» el poder culturalmente ancestral que aún tiene «M’ hijo el dotor» – tomando esta profesión como representativa, no única-.
Tenga las consecuencias que tenga, las personas, los seres vulnerables, los gurises, siempre estarán primero.
Una frase brusca, burlona, despegada, amenazante e ignorante, puede desatar -en aquel que confía en la intervención de un otro «poderoso»- tormentas internas inimaginables.
La sensación de «no valía», de falta de merecimiento, el deseo de morir y buscar cómo lograrlo son algunas de ellas. Y esto es muy grave.
Y sucede.
Sucede una y otra vez.
Hay roles que se apoderan de los derechos de las personas, una, dos y otra vez. Transgrediendo protocolos de acción.
Tocar erróneamente el alma humana, sobre todo en su máxima vulnerabilidad- ya sea por su pasado, su presente, su edad, sus condiciones- agrava y empequeñece sus caminos.
Creo… que ya está siendo suficiente.
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