Cuando Uruguay salió campeón de la copa América de fútbol 2011 disputada en Argentina, hubo celebraciones unánimes de los ciudadanos de este país. Aunque algunos ciudadanos, entre los que me cuento, detestamos el patriotismo militarista y los juramentos pomposos y vanos (que no le impiden a un ciudadano traficar droga o violar la constitución para establecer una dictadura terrorista), de todas formas, vivimos este “patriotismo deportivo” como una agradable excusa para una fiesta inocente, la celebración de una cultura particular que nos es familiar, emotiva, añorada, pero nunca superior ni inferior a alguna otra.
Por entonces, recuerdo haber escrito un tweet saludando la obtención del título continental número 16 de Uruguay. Por entonces leí comentarios de aquellos que estaban en el país contra los uruguayos en el exterior del tipo “los de afuera son de palo”, “ahora no se suban a carro” y “se fueron, no la sufren aquí, olvídense”. De todo el equipo de la selección, apenas uno o dos jugaban (trabajaban, vivían) en Uruguay. Pero sí estaba muy bien inflarse el pecho con los goles de Forlán, de Suárez o de Cavani.
Este tipo de mediocridades serían sólo una expresión folklórica, de no ser porque se expresan de diferentes formas legales, como el rechazo repetido en referéndums al derecho al voto desde el exterior, lo cual hace de Uruguay el único país del hemisferio que no permite a sus ciudadanos votar desde el exterior (algo similar al voto observado de quienes no pueden desplazarse en el territorio nacional) sino que, además, les permite a los no ciudadanos residentes votar en todas las elecciones nacionales.
De hecho, aquellos que podemos viajar por nuestro estatus legal o por nuestras posibilidades económicas tenemos “más derechos” que aquellos otros compatriotas que la luchan desde una posición más precaria y limitada. Sólo consideremos que viajar del hemisferio norte al sur implica varios miles de dólares, sin considerar la familia y que para las elecciones nacionales nunca estamos de vacaciones.
¿Es esto democrático?
Uno de los argumentos más comunes e infantiles radica en que “los que se fueron no la sufren” o “no pagan impuestos”, dos falsedades en muchos casos como el mío (quienes pagamos impuestos sin usufructuar ningún servicio) pero que, aun así, son argumentos miserables: no es necesario pagar impuestos para tener derecho al voto. ¿O vamos a quitarles ese derecho a los uruguayos pobres que no pagan impuestos o reciben ayudas del Estado? Alguien que vota, ciudadano o no, ¿acaso no puede irse al día siguiente al exterior y desinteresarse de la suerte del país? De hecho, es lo que hacen aquellos que tienen recursos para hacerlo a su antojo.
Los ciudadanos del exterior (con una población siete veces mayor a la de Tacuarembó, el departamento con el territorio más grande el país) no tenemos derecho a votar como sí lo tiene un extranjero que no es ciudadano. Los venezolanos, por ejemplo, votan en las elecciones de Venezuela y de Uruguay, sin necesidad de ser ciudadanos de Uruguay. Como estoy a favor de expandir derechos y no de restringirlos, esto no me molesta. Por el contrario. Apoyo a cubanos, venezolanos y dominicanos que tienen una voz activa en la política uruguaya, sin importar si mis ideas políticas y sociales coinciden con la de cualquiera de ellos. Son bienvenidos. Ojalá los uruguayos, que por razones de sobrevivencia, sin ayuda de nadie y por fuerzas mayores a nuestros deseos, debimos emigrar, seamos también bienvenidos en Uruguay. No solo nuestras remesas.
Ahora, permítanme hacer referencia a una publicación más reciente de uno de los animadores de los medios más conocidos del país, Ignacio Álvarez. Luego de la goleada de Uruguay ante Bolivia por 5 a 0 en el estadio MetLife de Nueva Jersey, Álvarez publicó en Twitter:
“Qué lindo cuánto uruguayo en EEUU alentando a la celeste… (¿En Cuba y Venezuela habrá tantos?) ¡ARRIBA URUGUAY!”
El animador hacía referencia a la gran cantidad de uruguayos residentes en Estados Unidos presentes esa noche en el estadio de Nueva Jersey. Muchos, sin la posibilidad de volver a Uruguay por su estatus legal. Muchos jóvenes uruguayos (por ley y por cultura) nacidos en Estados Unidos, y que nunca han estado en Uruguay, como muchos uruguayos que nunca han estado en Europa votan en las elecciones europeas. Bueno, esos detalles son materia de implementación, pero el comentario de Álvarez apuntaba, como no podía ser de otra forma, al tema ideológico.
Como lo hemos analizado y probado hasta el hastío en base a la documentación desclasificada, gran parte de ese discurso fue diseñado por la CIA en los años 50s y 60s. No voy a volver sobre eso ahora. Pero como no callamos ni otorgamos, diremos que cuando no se pertenece a la oligarquía o no se ha tenido la suerte de colocarse en puestos estatales o privados favorables al poder dominante de los países latinoamericanos, es lógico que los expulsados, sean exiliados políticos o exiliados económicos (la abrumadora mayoría) no van a emigrar a Cuba o Venezuela o a ningún otro país acosado y empobrecido por la potencia económica del momento.
En gran medida, acoso promovido por los lobbies y por los patriotas cubanos y venezolanos en el Congreso de Estados Unidos. Legalizados y financiados por los grandes, exitosos y multimillonarios negocios, como el que fundó el equipo de fútbol de Miami, donde juegan nuestros admirados Messi y Suárez.
Es una ley universal desde antes del Imperio Romano. Los africanos que escapan a la pobreza, la brutalización y los escombros de las potencias noroccidentales emigran a las potencias noroccidentales. ¿Cómo cree el señor Álvarez que van a trabajar en los peores trabajos y ahorrar para sobrevivir y enviarles algo a sus familias en sus países de origen? No es necesario ser más insensible.
No es necesario ser Albert Einstein para darse cuenta de algo tan simple. Es cierto que muchos inmigrantes hacen un esfuerzo de corazón por evitar “la contradicción” de vivir en el corazón del Imperio y criticarlo. Incluso muchos logran convencerse de que adoptar la moral del esclavo es parte de su libertad de vivir en el centro del Mundo Libre.
A mí nunca me interesó esta tontería. Es obvio que las peores y más brutales dictaduras de la Era Moderna han sido siempre democracias. ¿Estoy contra la democracia? Todo lo contrario. Estoy a favor de democratizar un sistema represivo, una dictadura mediática y económica que se esconde detrás de una máscara de democracia política.
No debemos dejarnos arriar como corderos por los perros del patrón. Ser antiimperialista no es ser antiestadounidense, aunque la estrategia narrativa se empeñe en confundir ambas, así como confunde anti-sionismo con antisemitismo. No, señores, a nosotros no nos van a asustar con semejante zanahoria.
No es contradicción vivir en las Entrañas del Imperio, como lo hizo y lo reflexionó el gran José Martí. Nuestra crítica y activismo es en favor de la liberación del pueblo estadounidense y del resto del mundo.
Contradicción, contradicción es vivir en una colonia y no ser antiimperialista. Más que contradicción: vergüenza es ser cipayo.
– Jorge Majfud, junio 2024.
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(*) Jorge Majfud Albernaz, nació en Tacuarembó (Uruguay) el 10 de setiembre de 1969. Se graduó en Arquitectura en la Universidad de la República de Uruguay en Montevideo, y se doctoró en Literatura Hispánica en la Universidad norteamericana de Georgia. Reside en Estados Unidos desde 2003. Es habitual colaborador en diferentes medios internacionales. Su libro “La Frontera Salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América Latina” está considerado uno de los textos de estudio más importante publicado a nivel mundial. Actualmente es catedrático de Literatura Latinoamericana y Estudios Internacionales en Jacksonville University (EE.UU).
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