La diputada argentina por el partido libertario del presidente Milei, Lourdes Arrieta, se excusó de haber visitado en la cárcel a uno de los más brutales genocidas de la dictadura militar anterior diciendo:
“No sabía quién era Astiz, no sabía porque aparte nací en el ‘93, no tengo idea, yo solamente sé que se juzgaron a quienes se tenían que juzgar, no les conocía las caras hasta ese momento y cuando salí del penal me puse a ‘googlear’ justamente quién era”.
En resumen, no sabía nada de la historia más reciente de su propio país, pero es representante del pueblo en una cámara que escribe y aprueba leyes nacionales.
La respuesta, aparte de absurda, actualmente no es una excepción sino la regla. Bastaría con considerar las respuestas de los estudiantes en varios países o de las múltiples entrevistas callejeras, como la del popular Sergio Rodríguez que incluyo en esta nota sólo a modo ilustrativo.
Cada día, cada año se hace más común la idea de “Yo no sabía nada porque no había nacido” o “No tengo idea de eso porque era muy chico”, lo cual significa un vacío mortal en la educación formal en cualquier sociedad. Nadie o casi nadie vivió en tiempos de Moctezuma II, Napoleón, Theo Roosevelt, Hitler, Stalin, Batista o Árbenz. Nadie vivió sobre todo un país, en cada provincia, en cada ciudad, en cada barrio, en cada clase social mientras era un adulto mientras Onganía daba un golpe de estado y Lyndon B. Johnson aprobaba el uso de químicos mortales en Vietnam.
Muchos vivieron en tiempos de Ronald Reagan sin saber que financiaba en secreto al grupo terrorista de los Contras y a otras dictaduras amigas que dejaron tendales de cientos de miles de muertos. Nadie o casi nadie tiene acceso a los más recientes videos de torturados en Guantánamo, cientos de ellos declarados inocentes por el mismo gobierno de Estados Unidos, pero sin derecho a reclamo.
Aunque los jóvenes más pendejos viven en los tiempos de las cárceles secretas de la CIA por todo el mundo, ninguno de ellos sabe dónde están ni a quién se tortura allí.
Para todo eso está la educación. No sólo para informarse, sino para aprender a pensar y no repetir “No sé porque por entonces yo era chico”. Algo tan absurdo (y al mismo tiempo tan consistente) como el clásico “Yo sé lo que digo porque lo viví”, dicho por esos mismos que ni siquiera sabe qué está pasando en sus casas cuando lo dicen. Como si uno tuviese la última palabra por vivir en un país X durante un tiempo Y.
De nuevo: es otra prueba irrefutable del vacío gélido, mortal, de la educación histórica, filosófica, crítica e integral. No debe sorprender a nadie, obviamente, porque de eso se ha ocupado el poder económico por generaciones. Sólo que sus éxitos son cada vez más obvios: por “Viva la libertad, carajo” se refieren a esta cárcel de hierro oxidado.
- JM, agosto 2024.
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