Nombre: Fidel Sclavo. Edad: 64 años. Ocupación: Artista, escritor y diseñador gráfico. Señas particulares: Vive en Buenos Aires, acaba de sacar una nueva novela, es del team invierno, usa celular como teléfono fijo.
Es oriundo de Tacuarembó. ¿Qué le dejó esa ciudad?
– Me dejó el aburrimiento como cosa buena. Es una paradoja que he comprobado. En los lugares que están lejos de los centros culturales y de formación, tenés más avidez por saber y estar al tanto. Si estás más cerca, decís: “Ya me enteré, ya iré”. Como yo tenía esa idea de estar lejos del mundo, tenía más hambre, más sed de encontrar información, escuchar discos y la radio.
¿Considera que ese aburrimiento influyó en su ser artista?
– Creo que sí. Yo reivindico siempre el aburrirse, el espacio vacío, porque ahí es donde pensás, donde buscás alternativas. Uno de los mayores inconvenientes del mundo moderno es que no da lugar al aburrimiento. Paradójicamente, todo aburre, porque nada satisface. Cuando te aburrís, cuando tenés un espacio vacío, cuando no cargaste el teléfono, te tenés que conformar con otra cosa. Cuando era niño, nos divertíamos en el auto, mirando los hilos (cables) de teléfono a lo largo de la carretera o moviendo la mano con el viento. Ahora, si no hay ocho películas y una pantalla, parece que los niños y grandes se aburren. Hay miedo al aburrimiento, al espacio vacío, a la soledad. Si estás en el agite permanentemente, te acostumbrás a la manada.
Es artista plástico, ilustrador, diseñador gráfico y escritor. ¿Cuál es la veta que más disfruta?
– No tengo preferencia por ninguna en especial. De hecho, siempre me interesaron los límites entre una cosa y otra.
¿Las fuentes de inspiración son las mismas?
– Creo que sí. Es un intangible. Es como un lugar que yo visito, que muchas veces tiene que ver con el contexto inmediato, una luz, una idea, un pedazo de una canción, un recuerdo, unas ganas. Puede ser que ese color ocre iluminado por el sol me dispare ganas de pintar eso grande o me traiga el recuerdo de una alfombra que tenía mi madre en Tacuarembó y me den ganas de escribir sobre eso. Mi problema nunca ha sido la hoja en blanco, sino la multiplicidad de caminos.
No es músico, pero sí ha escrito sobre música. ¿Qué es para usted la música?
– Fui músico en los inicios, tenía un grupo de música medieval, renacentista en Tacuarembó, con (Eduardo) Darnauchans y (Eduardo) Larbanois. Se llamaba Conjunto Experimental de Cámara. Yo tocaba flauta, pero ahora hace mil años que no toco. También he escrito, sí, sobre discos de Darnauchans y Spinetta. Soy melómano y solitario. La música me acompaña y abre puertas. Me sigue dando placer y me completa. Siempre es un aliado. De hecho hago portada para discos, trabajo para un sello alemán, que es quizás mi mayor orgullo.
Es fanático de Spinetta. ¿Se siente identificado con él en algún aspecto?
– Sin duda. Es de mis grandes descubrimientos de Tacuarembó. En aquella época, las radios argentinas llegaban mejor que las uruguayas. Lo escuchaba desde muy niño y estaba al tanto de todo lo que sacaba Almendra, su grupo en aquel momento. Para mí, estaba al mismo nivel que los Beatles. Fue ese descubridor que alguien habla con tu voz.
¿Qué recuerdos guarda de su amistad con Darnauchans?
– Una de las cosas que quise demostrar con en mi libro (Zurcidor) es que si bien Eduardo estaba asociado al bajón, la tristeza, el nihilismo, el suicidio, no era lo que definía en la cercanía. Yo extraño el humor y la risa. Solamente te reís así con alguien con el que compartís un código de muchos años y si querés explicar de qué te reís a otra persona, no lo va a entender. Esas son las cosas que uno extraña. Más allá de si leo o escucho algo, me gustaría compartirlo con él. Todavía me sigue pasando de pensar: “Se lo voy a contar”, y enseguida me doy cuenta. Eso no está apagado.
¿Le gustan las redes sociales?
– Hace relativamente poco que tengo Instagram; publico muy pocas cosas. Hasta hace poco ni siquiera tenía celular. Le escapaba. De hecho, no lo uso o lo uso como fijo.
¿Por qué?
– Nunca encontré la necesidad, como yo estoy la mayor parte del tiempo en casa, es fácil; mail o teléfono fijo. De hecho, si ahora alguien me quiere avisar algo, no tengo.
¿Tiene que ver con ese vivir lentamente y detenerse, a lo que usted alude mucho?
– Sin duda. Creo que tengo miedo a la adicción.
¿Cómo hace para vivir lentamente?
– Fundamentalmente con esas cosas. Por ejemplo, mi día nunca comienza antes de las nueve de la mañana. Tengo una casa en Pocitos, donde hay un sabiá, que vive conmigo desde hace años. Cuando vengo, una vez cada tanto, yo sé que él se alegra. Y si pinto afuera, él viene y está al lado. No me teme. Esas cosas yo las disfruto, Sé que si no estuviera en calma, él y yo no podríamos compartir eso. Se trata de establecer prioridades, con lo cual también me pierdo de un montón de cosas. Pero prefiero pagar ese precio y pecar de aburrido.
¿Con quién le gustaría compartir una cena y charlar largo y tendido?
Con Darnauchans, podría ser. O algún amigo de los que ya no están. En esta elección ganan los muertos.
- Magdalena Cabrera Noguez – Extraído de revista GALERÍA (10.10.2024)
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Fidel Sclavo Fernández, nació en Tacuarembó (Uruguay) el 18 de marzo de 1960, es hijo de Iris Sclavo y Lidia Fernández. Es artista plástico, ilustrador y escritor. Estudió dibujo, pintura, grabado, arquitectura y Ciencias de la Comunicación en Montevideo, París y Nueva York. Vivió en Montevideo, Barcelona y Nueva York y desde hace más de 20 años reside y trabaja en Buenos Aires.
Foto: 2 – Eduardo Darnauchans y Eduardo Larbanois en casa de Fidel Sclavo (1973)
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