El sistema capitalista en que vivimos se asemeja a un ser vivo que muta y crea nuevos dispositivos para extenderse y multiplicarse. Este sistema tiene un sustento ideológico en que se basa y que logra transmitir como las ideas socialmente aceptadas. Es interesante observar algunos de los cambios que a lo largo de la historia ha tenido para mantenerse vigente, aunque sus preceptos básicos se han mantenido inalterables, como el afán de lucro, la jerarquización de la propiedad privada y la acción individual, el estímulo de la competencia ocasionando la supervivencia del más apto y la regulación del mercado por la ley de la oferta y demanda.
En el inicio del capitalismo, con la primera revolución industrial, los avances tecnológicos aceleran y masifican las formas de producción, las fábricas desplazan a los artesanos manufactureros, quienes, en busca de subsistencia, se trasladan a las incipientes ciudades para trabajar como obreros. Dejan de vivir en la campiña, siendo los dueños de su trabajo para vivir en las ciudades fabriles obligados a ser un pequeño eslabón en la escala productiva. Pierden así el amor por su arte manufacturero para convertirse en engranajes automatizados. Werner Sombart es brillante cuando afirma: “el nuevo régimen fabril necesitaba sólo partes de seres humanos: pequeños engranajes sin alma integrados a un mecanismo más complejo. Se estaba librando una batalla contra las demás partes humanas ya inútiles: intereses y ambiciones carentes de importancia para el esfuerzo productivo que interferían innecesariamente con las que participaban de la producción. La imposición de la ética del trabajo (fabril) implicaba la renuncia a la libertad”
En función de obtener más ganancias y reducir costos se cometieron infinidad de prácticas cruentas hacia los más débiles, los niños y las mujeres fueron empleados en las fábricas en condiciones infrahumanas. Las familias vivían tan miserablemente que los niños debían trabajar para aportar al sustento familiar. Comenzaban con 3 o 4 años en todo tipo de tareas, la situación de los huérfanos o asilados en orfanatos era peor, eran vendidos a los dueños de las fábricas, obligados a trabajar sin sueldo.
Los niños eran frecuentemente empleados en las minas, en donde arrastraban pesadas vagonetas llenas de carbón, debían pasar en la oscuridad de los túneles durante 12 horas, inhalando gases tóxicos, lo que les generaba cáncer y otras enfermedades. También se los empleaba en las fábricas, con extensas jornadas de trabajo que rondaban las 14 horas, con apenas media hora de descanso, debían trabajar en máquinas peligrosas sin ninguna seguridad, era frecuente la amputación de miembros y el despido de los heridos para ser inmediatamente suplantados por otro obrero, porque lo importante era que la producción no se detuviera.
Los que trabajaban en fábricas de fósforos, desarrollaron frecuentemente fosfonecrosis, una enfermedad muy dolorosa, que causaba graves daños cerebrales y desfiguraba al paciente. También era peligroso el trabajo en las fábricas de vidrio. Con frecuencia, los empleados sufrían importantes quemaduras o quedaban ciegos Los números indican que en el siglo XIX, Inglaterra tenía más de un millón de niños trabajadores, que representaban el 15% de la fuerza laboral total. La esperanza de vida a mediados de 1830 rondaba los 29 años.
Uno se pregunta ¿Cómo la sociedad del momento podía ser indiferente ante tantas atrocidades? La respuesta está en que los pobres eran considerados una sub especie humana, que no tenía los mismos derechos que la clase dominante. Aquí comparto un fragmento de 1729 bastante ilustrativo, realizado en forma irónica por Jonathan Swift, en su crítica a la sociedad inglesa y su relación con los pobres:
“La masacre de los inocentes: Para los que se pasean por esta gran ciudad, es un triste espectáculo el que ofrecen las calles, los caminos o la entrada a las chozas llenas de mendigas, seguida cada una de ellas por … niños andrajosos, que importunan al caminante pidiéndole limosna. En vez de poderse ganar la vida honestamente trabajando, estas madres de familia se ven obligadas a vagar y mendigar para subvenir a las necesidades de sus hijos…Todos los interesados estarán de acuerdo en que este número enorme de niños en los brazos de su madre…agrava considerablemente la situación del reino y también que en que quien pudiera encontrar una manera equitativa, fácil y poco onerosa de hacer que esos niños resulten útiles a la colectividad merecería por el servicio prestado, que se le levantara una estatua…
Quiero exponerles mis ideas y espero que estás no merezcan la menor objeción…Un norteamericano muy ilustrado que conocí en Londres me ha dado la seguridad de que un niño pequeño, si está bien alimentado, tiene, al año de edad, la carne más delicada, la más nutritiva y la más sana que se pueda pedir, se la ase a la parrilla o al horno, y se la hierva o se la cueza a fuego lento, y no dudo que se la puede preparar igualmente en un guisado. Propongo humildemente al público, que de esos niños…100.000 podrían ser vendidos en todo el reino a la edad de un año, a la gente de medios y de clase.
Y no habría de olvidarse de aconsejar a las madres que den de mamar al niño el último mes para tenerlo bien gordo y rozagante y hacerlo digno de una buena mesa… querría también que a los políticos que no les gustara la idea y que se permitieran refutarla empezaran por preguntar a los padres de esos jóvenes mortales si no considerarían actualmente una gran suerte por haber sido vendidos al año de edad en la forma que preconizo, lo cual habría evitado la interminable serie de desgracias que han sufrido desde entonces, exprimidos por los que tienen una hipoteca sobre su casa o incapaces de pagar el alquiler por falta de recurso o de trabajo, no teniendo con que alimentarse, sin techo, sin ropa para protegerse de la intemperie y con ineluctable perspectiva de transmitir a sus descendientes miserias análogas, cuando no mayores, por toda la eternidad.”
Gertrude Himmelfarb, en su gran estudio sobre la pobreza aporta: “Los mendigos, como las ratas, podían efectivamente ser eliminados con ese método; al menos, uno podía apartarlos de su vista. Sólo hacía falta decidirse a tratarlos como ratas, partiendo del supuesto de que “los pobres y desdichados están aquí sólo como una molestia a la que hay que limpiar hasta ponerle fin”
¿Qué ideología puede sustentar este sistema? ¿Qué valores puede imperar en una sociedad así? Los del sistema capitalista, que desde sus inicios justifica estas realidades en aras del “progreso” y el “desarrollo” tecnológico, o debería decir en aras de beneficiar a una élite.
La sociedad capitalista, desde sus inicios, se fundamenta en una ética que lo nutre y regenera, según Weber en su texto “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, son las creencias de los creyentes protestantes quienes dan el fundamento al capitalismo primario. Los nuevos valores que trae el protestantismo son: el ahorro, la disciplina y la conciencia profesional. “El contexto favorable para esta evolución de los valores es el de la Reforma Protestante (siglo XVI). Para Max Weber, la ética del oficio viene del luteranismo que anima a cada creyente a seguir su vocación, y que hace del éxito profesional un signo de elección divina. En efecto, los creyentes ordinarios…intentan ardientemente encontrar en su vida privada los signos de esta predestinación, como el éxito profesional, con el fin de atenuar su angustia enfrente de la muerte y frente del juicio que la sigue.”
Se comienza a construir la idea que el éxito económico es un favor divino, premio al esfuerzo y la constricción abnegada al trabajo. Los valores impuestos por la iglesia católica, como la vida terrenal virtuosa para ser recompensada luego con la salvación eterna, se ven paulatinamente sustituidos por la convicción de que es en ésta vida en dónde se debe vivir plenamente, es mi éxito actual el que ilustra del favor divino, algo así como: “si soy exitoso es porque Dios me ha dado su reconocimiento” la clave para lograr ese éxito se encuentra en el trabajo abnegado, que garantizará la prosperidad económica. Los pobres son quienes no han logrado (por haraganería o incapacidad) el favor divino y por eso son despreciados socialmente.
Esta lógica que defiende el capitalismo, nos llega hasta nuestros días, tema que abordaremos en nuestro próximo encuentro.
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