La situación del sistema de prisiones en América Latina desnuda plenamente una sociedad al tanto por ciento del consumo y con una capacidad extrema de volverle la espalda a aquellos que considera excluidos. O quizás un sistema social que nubla al individuo a observar más allá de sí mismo. El tema emerge hoy tras la matanza de presos realizada por el cuestionado régimen político hondureño, recordemos “el golpe de estado” siglo XXI de hace muy pocos años. En la granja penal de Comayagua murieron asados vivos más de 350 personas, en un sitio habilitado para alojar a 250 había 956, muchos de los presos todavía sin condenas, algo parecido con presidios uruguayos no es pura casualidad.
«Dormíamos casi uno sobre otro», afirmó José Ramírez Rivas, quien resultó con quemaduras leves y heridas en su brazo derecho, y declaró «no sé cuántos murieron, pero los vi pegados a las rejas tratando de salir, pero no pudieron romperlas, allí quedaron pegados y quemados”.
Pero la situación carcelaria o mejor dicho la vida que sufre, otro término no concuerda, quien allí está detenido cumpliendo una pena por un acto violatorio, está muy lejos en convertirse en un centro de rehabilitación y siempre se está propenso a sobrevivir en un régimen donde el Estado de Derecho escasea. Estos conceptos se extienden desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego, y es como decía un pensador latinoamericano: “las cárceles en América Latina son verdaderos campos de concentración”, es una fea expresión pero…
Nuestro país no está ajeno a estas duras definiciones, recordemos las críticas que la delegación de las Naciones Unidas le hizo, en pleno gobierno progresista, por la situación carcelaria. De acuerdo a estimaciones al final de esta administración los encarcelados nacionales alcanzarían a 10.000 y seguiría creciendo y el entorno de los presidios no sería el mejor.
Nos duele como latinoamericanos, y como herederos de un pensamiento guevarista “de una sociedad que fuera escuela para los ciudadanos”, lo sucedido en Honduras, pero también lastima y cuestiona la vida de esos residentes uruguayos tras rejas. No olvidemos la muerte por calcinación de 12 reclusos en una cárcel del departamento veraniego de Rocha y que todavía se está exigiendo respuestas verídicas. No es bueno para una sociedad, envejecida como la uruguaya, incrementar año a año su población penitenciaria, como tampoco que la cárcel sea “una universidad del crimen”, porque a la mediana las facturas sociales y económicas le significarán un costo a la propia ciudadanía, pero también por razones humanitarias. Las causas del crecimiento penitenciario son otro cantar, que también nos corresponde, el tema en cuestión de esta nota es provocar un pensamiento en el lector que permita individualmente acercar a un quite del área de exclusión social al sistema carcelario y que la temática sea abordada desde todos los ángulos sociales, porque quienes habitan las prisiones lo piden a gritos y para la propia sociedad es una demanda ineludible. – Gustavo Bornia (tacuarembo2000@adinet.com.uy)
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