Una aclaración previa, no tengo partido preferido en Brasil y no soy tampoco “hincha” de figura política alguna de ese país. Por tanto; lo que diré, de acá en más, intentará estar desprovisto de “religiosidad” de tipo alguna.
Hace unas horas asumió el nuevo presidente de Brasil en medio de un infernal show mediático, como era de esperar.
Sobre las cualidades y trayectoria del recién iniciado, poco y nada se puede comentar, dado que es a los ojos nuestros una figura prácticamente desconocida.
Hace no mucho, el escenario político brasileño ha estado dominado por figuras tales como Lula, Dilma, Temer, Fernando Henrique Cardozo, Marina Silva, Alckim, Cyro Gómez y alguno más. El nuevo presidente no había jugado en las grandes ligas de la política brasilera hasta el presente. Tampoco su partido (PSL) había tenido un gran destaque. Por lo que a cualquiera analista desapasionado le resultará difícil señalar una historia, una trayectoria o una ideología definida en la fuerza política que lo respalda.
Y para el uruguayo medio, el intentar interpretar esa realidad, se torna en primera instancia difícil.
Difícil porque muchas veces, intentamos comparar lo incomparable. Muchas veces en el análisis solemos meter nuestra propia realidad y a partir de allí interpretar esa otra realidad.
Un imperio como Brasil, no es Uruguay. El sistema político nacional, regional y estadual de Brasil en nada es comparable con Uruguay. La composición e integración de los partidos políticos brasileros en nada se comparan con la de los uruguayos. Y en especial el carisma, la formación y las propias formas de hacer político de los brasileños poco y nada tienen que ver con nuestra política de entre casa.
Por tanto, seguramente coincidiremos todos en que es un profundo error el que se comete al querer trasladar semejante situación a nuestra política de entre casa.
Las circunstancias que permitieron que Bolsonaro ganara una elección son complejísimas. Tienen como ingrediente principal el descreimiento generalizado de los brasileños con sus políticos principales. 14 partidos políticos de Brasil han visto a sus dirigentes pasar por las cárceles acusados de corrupción. Corrupción generada a partir del mensalao, del petrolao, del lavajato, etc., que ha tenido como consecuencia en encarcelamiento del mismísimo Lula Da Silva.
Las poblaciones brasileñas han visto caer y desplomarse herido de muerte al poderoso Partido de los Trabajadores.
Cada uno encontrará sus explicaciones y quizá ubicará en tal o cual bando a los responsables de lo ocurrido. Pero en definitiva el caos brasilero fue y ha sido importante.
Por ello al candidato emergente Jair Bolsonaro no le fue dificultoso estructurar una exitosa campaña para llegar al poder. Encaramado en las ya tristes y famosas BBB (BUEY, BIBLIA Y BALA), armó un discurso a la medida de sus electores desencantados. Violencia, racismo, discriminación, homofobia, misoginia etc., han sido algunos de los calificativos de los grandes medios mundiales para definirlo.
Y poco más, salvo sus expresiones de deseo comunes en las campañas políticas, de terminar con la corrupción o la violencia. Unido a lo que algunos desde estos lados y en forma un tanto apresurada resaltan como su “patriotismo”, que no es más que la adaptación de un discurso de tropa militar a la política. Cuestión que genera más riesgos que seguridades.
En realidad a menos de 24 horas de su asunción poco y nada se podría aventurar. Luces amarillas existen y muchas. Veremos.
Existe sí; otro punto que, visto desde estas tierras, puede llegar a ser algo novedoso y seguramente preocupante. La irrupción de una muy producida primera dama.
Ni la tradición brasileña, ni la nuestra, han contado con la presencia tan destacada de las esposas presidenciales, tal como ocurrió ayer. De hecho, el Estado en su estructura constitucional y legal ni allá ni acá, ubica a la figura de primera dama en su organización. No existe ese cargo.
Por ello llamó la atención que en medio del acto oficial, apareciera Michelle Bolsonaro en el Palacio Planalto, con su discurso en “LIBRAS” (Lingua brasileira de sinais).
Emotivo discurso, que apeló al corazón de los brasileños. Y quizá, contrastando con los discursos de los que asumían, intentó rescatar a los excluidos.
Su función privada en la Iglesia Batista Atitude de Barra da Tijuca, como integrante del “Ministerio de sordos y mudos”, como traductora de señas, dominó esa parte el acto.
Sin dudas que ello, dejó algunas preguntas, en especial sobre, si serán tenidos en cuenta todos los movimientos excluidos y discriminados en Brasil, que son muchísimos y de diferentes instancias como ser políticas, económicas, étnicas, raciales, sexuales, etc.
Pero por sobre todo surge una enorme pregunta cuya respuesta podría en el futuro afectar incluso, la estabilidad del propio Estado.
¿Qué papel tendrá la fe o la religión en el nuevo gobierno? ¿Se hará efectivo el anuncio presidencial, avalado incluso por la presencia de la “religiosa” Michelle en nombre de su Iglesia en la ceremonia, de que por encima de todos estará Dios? ¿Qué papel jugará el estado de derecho? ¿La ley de los humanos dejará su lugar a la “ley divina”? Y por sobre todo ¿quién administrará la interpretación y aplicación de esa “ley divina”?
Señales preocupantes sin dudas a la hora de evaluar la situación sin fundamentalismos ni fanatismos.
No puede haber certezas, solamente interrogantes.
Y bien, en medio de toda esta situación aparecemos los uruguayos al inicio de nuestra campaña política.
En ese escenario es preocupante la forma casi fanática de muchas expresiones traducidas en las redes. A favor o en contra.
No hace mucho sobre esos tópicos religiosos, hubo una pequeña polvareda cuando la esposa del presidente Vázquez, junto al jefe del ejército Gral. Manini, reinauguraron una capilla en el hospital Militar. Por suerte para la república el hecho obtuvo más críticas que aprobaciones y los uruguayos seguimos conviviendo pacíficamente en un país laico que acepta todas las religiones sin formar parte de ellas.
Pero igual preocupan, algunos novedosos movimientos, de personas que apelan a la fe para “salvar la patria”. O que destacan ese “patriotismo” del nuevo presidente de Brasil, y sus anuncios de utilizar balas, violencia etc. Por lo pronto llama la atención la desmedida confianza en ese extranjero que hasta ahora, como se ha dicho no ha demostrado en la gestión una sola carta efectiva. Son pocos, seguro no llegan a un 3% y están condenados a sucumbir.
De todas formas cabe preguntarnos:
¿Será ello un síntoma, una señal, de que nuestra población, en alguna medida, también se está cansando de los políticos actuales?
Quedará para una próxima entrega analizar, si en Uruguay tenemos un caldo de cultivo propicio para que aparezcan algunos de esos “bolsonaritos” o si nuestro pueblo es diferente, tolerante y serio a la hora de elegir sus gobernantes. El año que arrancó, nos lo dirá.
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