CUANDO SEREGNI DECIDIÓ NEGOCIAR / Por Oscar A. Bottinelli (*)

La negociación es la única opción si no hay vías alternativas válidas

AVISO A LOS NAVEGANTES. Muchos de los datos de este artículo surgen de la observación o participación directa y de los diálogos contemporáneos con Seregni1.

Recordar la historia y aprender las lecciones de la historia, aun de la reciente, es la forma de interpretar el presente y pensar el futuro.

Corría el año 1981 y Seregni, preso en la Cárcel Central, concebía su estrategia de salida de la situación autoritaria que pesaba sobre el país, la estrategia que debería impulsar el Frente Amplio. Como se enseña muy bien en las escuelas militares, lo primero es tener claridad en los objetivos; él definía como objetivo central terminar con el régimen militarista2 y hacerlo con el menor costo posible en padecimientos y muertes.

Para estudiar los posibles caminos de salida3, marcado el objetivo, corresponde un claro diagnóstico de situación. Para él:

Uno. No concebía una salida por ruptura interior. No veía posibilidad alguna de ruptura dentro de las fuerzas armadas ni en ninguna de ellas en solitario (diagnóstico compartido por los dirigentes colorados, no compartido por algunos dirigentes blancos que esperaban que con la creación de hechos políticos alguna de las fuerzas se fisurase). Mucho menos una rebelión de mandos medios (Portugal)

Dos. No veía demasiadas posibilidades a una salida otorgada, es decir, a que apareciese un hombre del régimen que asumiese el papel de Baldomir en 1942 (si aparecía, bienvenido).

Tres. No le era imaginable una salida por desplome en ninguna de sus cuatro variantes: ni los militares uruguayos iban a incursionar en ninguna aventura bélica exterior (Grecia), ni iban a ser derrotados militarmente en el interior (Nicaragua), ni era concebible una intervención militar extranjera (Granada) y, por último, que por mayor que llegase a ser la crisis económica no iba a poner en jaque mate al régimen ni era visualizable una consistente desobediencia civil.

Hecho ese diagnóstico, se presentaba frente a sus ojos un solo camino: la negociación. Sin embargo, debía despejar la reticencia a cualquier negociación planteada por algunos dirigentes opositores y una gran mayoría de figuras de la izquierda. La expresión resumen más clara de esta reticencia fue: “que se cuezan en su propia salsa”. En todo caso, la evaluación más optimista suponía una prolongación del régimen que en 1984 podía estimarse en no menos de un quinquenio. Cuando un régimen resiste y se aferra al poder con uñas y dientes, tiende a aumentar la represión.

La alternativa a la negociación, desde el punto de vista de Seregni, suponía proseguir y aumentar las persecuciones de todo tipo, los exilios, las detenciones, las prisiones, las torturas y las muertes. Se sentía en particular responsable, dado que la inmensa mayoría de los perseguidos, exiliados, detenidos, presos, torturados y muertos eran e iban a ser de la izquierda.

Entonces, el refinamiento del diagnóstico fue: o se va a la negociación o se busca el desplome y se está dispuesto a pagar los costos de esa búsqueda. Pero una negociación no es -o él no la veía- como un ejercicio de exclusivo convencimiento del otro, sino como el corolario de una confrontación de fuerzas. El régimen militarista cuenta con la fuerza que dan las armas y con la que da el ejercicio del poder etático.

La oposición debía compensar esa debilidad estructural con cinco elementos: el representar a la mayoría de la población en forma creciente (demostrado en el plebiscito constitucional de 1980 y ampliada esa mayoría en las elecciones de autoridades partidarias de 1982); la concertación de todas las fuerzas políticas; la concertación de las fuerzas políticas con las fuerzas sociales; la movilización exterior para acrecentar el cerco externo contra el régimen; la movilización popular como forma de limitar el poder.

Pero, una vez más, ese poder político-social-movilizatorio – popular no puede alcanzar la capacidad para voltear o implosionar al régimen, sino solo (y no es poco) para equilibrar fuerzas a la hora de la negociación.

Hay cosas obvias, pero las obviedades no hay que obviarlas:

Una. Quienes ejercen el poder, lo detentan, es decir, lo tienen de manera ilegítima, lo usurpan.

Dos. Han cometido inconmensurables y gravísimas violaciones a los derechos humanos

Si no se quiere negociar porque la contraparte es un usurpador o violador de derechos humanos, es lisa y llanamente decir que se va por otro camino y se busca o el desplome, o el derrocamiento, o la ruptura interior. Es decir, se descarta toda negociación y se va por alguno de los otros caminos.

Lo otro claro es que nadie se puede sentar a la mesa sin compartir un objetivo, pero que como punto de partida ese objetivo debe ser un mínimo común denominador; no puede ser un punto de llegada. El mínimo común denominador alcanzado entre junio y julio de 1984, para poder abrir la negociación fue: estamos de acuerdo en que como estamos no se puede seguir, hay que buscar alguna solución y debemos pensar primero que todo en el futuro. Lo demás vendrá durante la negociación y será el punto de llegada, pero no puede ser punto de partida.

Va de suyo que sentarse a negociar supone de ambas partes un espíritu de negociación. No lo fue en 1983, en el Parque Hotel, en las negociaciones de los mandos militares con parte del sistema político (el Frente Amplio fue excluido de las mismas). Un año después, un cambio de cabeza en la principal fuerza armada provocó el cambio de espíritu de los mandos militares.

La fuerza política más perseguida, el Frente Amplio, expresó su espíritu en dos claros mensajes. A la salida de la cárcel, 10 años preso, torturado, Seregni trasmitió el mensaje de mirar hacia adelante y no hacia atrás. Al iniciarse las prenegociaciones, el delegado número uno del Frente Amplio, José Pedro Cardoso, apuntó al deshielo al decir: venimos sin rencores a construir el futuro.

1 Las estrategias del Partido Colorado y del Partido Nacional merecen análisis separados

2 Por comodidad operativa de lenguaje, al régimen entonces vigente se le denomina en este artículo régimen o gobierno militarista

3 Ver “Modos de transición política”, El Observador, febrero 9 de 2019

 

De Factum Digital

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