No bastardear la actividad política
En la gama de desastres dejados por la dictadura, cuyas consecuencias seguimos padeciendo, hay un aspecto que cada día que pasa se agrava aún más.
El régimen cercenó cualquier libertad de asociación o de reunión. De forma delirante prohibieron a los jóvenes reunirse en las esquinas del barrio y a los mayores en cualquier sitio que no pudiera ser bien controlado y vigilado.
Nada “raro” se podía hablar y casi ni pensar.
Una actividad básica de un régimen democrático se eliminó. Los partidos políticos todos desaparecieron del escenario público y casi todos pasaron a la clandestinidad. Tuvimos políticos asesinados, presos y perseguidos.
El retorno, rengo a la democracia (con políticos presos y/o proscriptos), nos mostró un camino de restablecimiento del funcionamiento armónico de los partidos políticos.
Pero se puede decir que hoy, cuando entramos ya en la octava elección nacional posterior a la dictadura, siguen apareciendo luces amarillas sobre las colectividades políticas y por ende en sus hombres más representativos.
¿Actividad personal o colectiva?
Hay una pregunta que sin perjuicio de ser obvia, debe ser puesta encima de la mesa. ¿Es la actividad política una cuestión unipersonal o es un asunto básicamente colectivo?
Si entendemos que la misma solo puede llevarse adelante como forma colectiva, debemos concluir que esa actividad no puede nunca ser llevada adelante por solo individuo, sea quien sea y posea las cualidades que posea.
En tanta actividad colectiva hasta el presente el elemento aglutinador de ideas, programas, planes y propuestas está dado en forma excluyente por los partidos políticos.
Y esos partidos políticos deben necesariamente contar con una base organizativa, ideas macro que aglutinen a sus dirigentes, afiliados, militantes y seguidores , además de proyectos y planteos concretos que sean comprendidos y aceptados por todas esas personas en forma más o menos homogénea.
Por tanto el grado de cohesión, el convencimiento el sentimiento de pertenencia a un partido, será el revelador de la fortaleza del mismo.
Seguramente la ambigüedad, debilidad, desorganización y caos, posicionaran en peores condiciones a un partido ante otro cuyo funcionamiento, fortaleza, nivel de adhesiones y disciplina sean significativos.
Por tanto cada organización política en su afán de llegar al gobierno, principal objetivo de la actividad política, deberá contar con una estructura orgánica con autoridades y reglas de convivencia estrictas que permitan al elector evaluar y establecer sus diferenciaciones con los otros colectivos.
¿Deberían los partidos políticos a través de sus legítimas autoridades y estatutos vigilar y controlar la actuación de quienes invocan su pertenencia para pedirnos el voto?
Y llegado este punto parecería que el optimismo biológico de aquel ilustre presidente aurinegro, se desvanecerá al ver algunos ejemplos que marcan el arranque de la presente campaña.
Tres casos preocupantes
Juan Sartori
Luego de una picardía política del veterano ex diputado del Movimiento Nacional de Rocha, Alem García, apareció Juan Sartori optando por el Partido Nacional, para intentar acceder a la Presidencia de la República.
Recordemos que según dirigentes integrantes del Honorable Directorio nacionalista, por ejemplo Jorge Gandini, Alem García no explicó su solicitud de sub lema debidamente.
Esto es; ocultó que todo ello se hacía “en representación”, del hasta ese momento desconocido candidato. Luego de ello lo sabido, la campaña publicitaria violatoria de las normas electorales uruguayas (aunque sin sanciones previstas), el despliegue imponente de recursos y las “conversadas” de dirigentes de segundo y tercer nivel en el interior del país.
Hasta el día de hoy vinculan esa candidatura con consejos dados en Europa por nada más ni nada menos que el ex presidente José Mujica a instancias, parece, de su ex secretario Diego Cánepa.
A pesar de esas dudas la dirigencia blanca casi que en forma unánime no ha expresado parecer sobre el tema.
Ya encaminada su campaña el hombre empieza a preocupar.
Llegó el tiempo ya no de saber de dónde salió, cosa por demás dudosa, sino por saber lo imprescindible para que una colectividad, autorice o no el uso de su lema a una persona.
Su adhesión partidaria es dudosa, ya que ha demostrado desconocer hitos básicos de la historia partidaria. Su adhesión a las ideas principales del Partido Nacional se desconoce ya que difícilmente se lo escuche hablar de “su partido”. Planes y programas de gobierno dice no tener aún. Equipos técnicos para mostrarle a la ciudadanía, con qué capital humano cuenta para gobernarlos, tampoco se conocen.
Conocimientos indispensables para mostrarse ante los compatriotas como alguien comprometido con el día a día de los uruguayos, claramente no los tiene. Prueba de ello son sus respuestas en la entrevista realizada por el periodista Gabriel Pereira sobre aspectos básicos de la economía nacional como salario mínimo y desocupación.
En cambio ofrece mucho show, teatro de verano, carnaval de Artigas, Patria Gaucha, cancha del club Nacional, indicándole a su esposa que vaya camiseta aurinegra puesta al CDS y nada más.
Vuelvo a las preguntas ya formuladas: ¿es la actividad política una cuestión unipersonal o es un asunto básicamente colectivo? ¿Deberán los partidos políticos a través de sus legítimas autoridades y estatutos vigilar y controlar la actuación de quienes invocan su pertenencia para pedirnos el voto?
Novick, Facello, Zubía
Otro ejemplo es el partido De la Gente y sus últimas decisiones, con respecto a los ex legisladores colorados Bianchi y Facello y al ex fiscal Zubía.
Según ha declarado uno de los involucrados, los organismos de dirección no fueron convocados para tomar decisiones trascedentes en esa nueva colectividad.
El tribunal de ética o comité disciplinario no se reunió en forma para expulsar a Bianchi y tampoco se habría reunido en forma para desplazar al diputado Facello de la vicepresidencia partidaria. Según El Observador, el diputado dijo: “quiero ver fotos de la reunión de la Mesa Ejecutiva”, refiriéndose a la decisión colectiva que lo habría expulsado. Concluyó que ambas decisiones fueron fruto de decisiones unipersonales del cuestionado líder Edgardo Novick, quien no permitiría ningún tipo de competencia democrática en pos de la dirección del partido. En ese caso parecería que la respuesta fue clara: Tolerancia 0 al funcionamiento democrático del Partido de “la Gente”.
Manini Ríos
Un tercer ejemplo, quizás a cuenta de mayor cantidad, es la irrupción política del general retirado Guido Manini Ríos al día siguiente de su cese dispuesto por el Poder Ejecutivo, mediante un video grabado y difundido desde el canal oficial del Ejército Nacional, en el cual lanzó una proclama al mejor estilo de los comunicados 4 y 7 tan largamente aclamados y cuestionados por los uruguayos.
A diferencia de los casos anteriores el general, si bien realizó actividad política con un discurso típico de campaña electoral y en campaña electoral, no definió si sería o no sería candidato a presidente aún.
Pero en forma inmediata y rauda un partido nuevo cuya inscripción realizó un ex escribano de Gobierno y por lo pronto 2 o 3 partidos (PN, PdlG y PC), reclamaron a través de voceros notorios, su inmediata adhesión.
Se constituyó en forma rápida en una especie de comodín político. Parecería que calza con cualquier partido, con cualquier estructura, y con cualquier idea.
Cantadas las preguntas nuevamente: ¿es la actividad política una cuestión unipersonal o es un asunto básicamente colectivo? ¿Deberán los Partidos Políticos a través de sus legítimas autoridades y estatutos vigilar y controlar la actuación de quienes invocan su pertenencia para pedirnos el voto?
Alerta de temporal en las estructuras partidarias organizadas
Llegado a este punto, creo que la sensación es que el sistema de partidos políticos vistos como instrumentos organizados y democráticos para llegar al gobierno, está mostrando fisuras.
Cada lector quizá, amplifique con otros nombres y ejemplos estas cuestiones resumidas acá, y seguramente luego de ese proceso el panorama que surgirá será preocupante.
A fines de los 70 e inicios de los 80 el enemigo común nos aglutinaba, pero muchos realizábamos un gran esfuerzo intelectual a los efectos de marcar diferencias entre partidos y matices en las internas. Cada dirigente, militante, adherente, más o menos tenía claro el porqué de su adhesión a tal o cual partido o movimiento.
También tenían claro -algunos- porqué no se sentían conmovidos por ninguno.
Por sobre todo; desde Wilson Ferreira a Sanguinetti, pasando por Seregni y la mayoría de referentes de primera línea del espectro político, que entonces fomentaban la cohesión, la unidad, los consensos de cada fuerza política, ejerciendo la dirección de los colectivos en forma ordenada y firme, sin admitir desalineados o díscolos.
Después del supuesto “cambio en paz”, llegamos a los 90, dónde el pragmatismo en la búsqueda de la “excelencia”, casi todo lo permitía. Y tal “pragmatismo”, llegó a la flexibilización de muchas estructuras partidarias.
Hasta que llegamos a la triste época del “fin justificando los medios”, que denominaríamos, el tiempo de abrazos de “sapos y culebras”, magistralmente defendido por José Mujica y militarmente aceptado y en silencio por sus huestes.
Parece que hoy nos aprestamos a dar un pasito más hacia la “no política”.
Para los que consideramos que la actividad política es una de las formas más puras de servicio al prójimo y de solidaridad entre las personas, para los que consideramos que la actividad política es un asunto que siempre debe ser asumido con seriedad, formación, conocimientos y respeto hacia sí y hacia los demás, estos hechos que hemos mencionados no le hacen nada bien, ni a la república ni a los ciudadanos.
Actitudes como las señaladas, bastardean y prostituyen esa sagrada tarea.
Ojalá la toma a tiempo de conciencia y las nuevas formas de “militancia” ciudadana nos vuelvan a convocar, como nos convocó en contra de la dictadura, para revertir este peligroso fenómeno.
- Sobre el autor: Guillermo Chiribao nació en Tacuarembó y reside en Montevideo. Hijo de un zapatero remendón, es abogado de profesión. Blanco rebelde, orgulloso padre y abuelo.
Sé el primero en comentar