Sobre cómo y a quién elegimos / Por Guillermo Chiribao

No conozco al señor Cristian Di Candia actual intendente de Montevideo. Por tanto, esta columna no será ni a favor ni en contra, ni de su figura ni de su tarea como máximo jerarca departamental.

La idea de estas líneas es utilizando su ascenso, inesperado para algunos, tratar de desentrañar las reales preocupaciones de los ciudadanos ante la aparición de figuras relativamente jóvenes y por tanto nuevas en la actividad política.

En ese sentido lo que se intentará reflejar es un disparador para la discusión acerca de si los uruguayos estamos dando en el clavo o en la herradura, cuando maduramos nuestro voto o decidimos una posición.

El debate en las redes

Nadie discute a esta altura la enorme incidencia de las redes sociales en las campañas políticas en general. Por tanto nuestra campaña no está apartada de las mismas.

Muchos políticos se están preocupando por esas modalidades, dado que hoy la comunicación se hace dificultosa porque hay tantos foros de discusión y debate como grupos o cadenas se forman en las redes.

Y suele ocurrir que temas distantes de los discursos se terminan imponiendo en la gente y terminan obligando a las improvisaciones de los políticos que muchas veces los dejan desacomodados.

¿Los electores están evaluando capacidades, formación, experiencia, propuestas o acaso las miradas se detienen en otro tipo de cuestiones?

¿Estamos viendo lo esencial o lo accesorio?

El tema Di Candia nos pone de cara ante el problema.

En forma por demás insistente se han visto en las redes comentarios de todo tipo, básicamente sobre 3 puntos, a saber: una foto de Cristian Di Candia joven con vestimentas no convencionales, otra armando un tabaco o un porro y el último la insistencia sobre la formación educativa en un reconocido y caro colegio jesuita de Montevideo.

Con más o menos violencia a favor o en contra se han explayado muchos uruguayos en las redes, en ese circuito que parece no tiene reglas, ni las más mínimas reglas del respeto.

La pregunta es si llegado el caso todo ese esfuerzo fundamentalista, sirve para algo. Si todo eso nos hace mejores ciudadanos o por el contrario nos lleva al fondo del tarro. No hay que ser muy inteligente para determinar que venimos muy mal por ese camino.

Que un muchacho se vista con ropas más o menos raídas en alguna actividad puntual y se saque una foto, ¿significa algo?

Es como decir que porque se vista de tal o cual forma y viva en una chacra a lo pobre, una persona es buena o mala.

Lo otro, si un muchacho se arma un tabaco o un porro cada tanto, ¿lo hace un plancha, un drogadicto o cosa parecida? Es como decir que la persona que cada tanto se toma uno o varios wiskis, vinos o cervezas, se transforma en un alcohólico.

Claro, son políticos son figuras públicas, entonces hay que mirarlos con otros ojos.

¿Y con qué ojos los miramos? Muchos según el cristal partidario que defiendan, cosa que no parece del todo justa.

Y así llegamos al tercer punto, que viene a enredarnos definitivamente: fue a colegio privado, caro y católico y defiende la enseñanza pública.

Y a partir de ahí agreguemos algo más, haciendo de cuentas que estamos ante un caso de laboratorio, llevemos al joven Di Candia, nuevamente al colegio Seminario, pongámosle el prolijo uniforme del colegio y claro hagámoslo rodear de compañeritos de similares “aspectos” y a partir de allí, preguntemos nuevamente con las fotos anteriores, que opinan aquellos que anteriormente lo cuestionaron.

Mucha gente quedaría descolocada, porque en realidad ese chiquilín ha formado parte de los mismos sectores y grupos sociales a los que pertenecen o desean pertenecer los que antes lo crucificaron.

O sea, la discusión queda en la nada, porque las contradicciones surgen de forma violenta y nos descolocan.

¿Evaluamos correctamente a los candidatos?

Llegado el caso, todo ese esfuerzo dialéctico, esos enfrentamientos virtuales, ¿Importan? ¿Contribuyen a que los uruguayos podamos ser mejores ciudadanos o logremos tener una mejor república?

O en realidad hay que analizar asuntos que realmente importan.

A modo de ejemplo:

¿Qué condiciones, formación y capacidades conocidas, para la tarea pública posee el nuevo intendente?

¿Qué antecedentes en la tarea de administración municipal y de gobierno válidas y comprobables ha tenido?

¿En base a qué criterios políticos y organizativos se elaboran las listas para, por ejemplo, la Intendencia capitalina?

En el caso concreto, seguramente si alguien sometiera a ese examen al joven intendente, el resultado sería insatisfactorio. Declarado por él a algunos medios, su formación académica se truncó más de una vez. Claro seguramente quienes le confiaron ese lugar en la lista, le reconocerán sus condiciones y capacidades, pero es dudoso que los votantes las hayan conocido y evaluado al momento de emitir el voto.

Y si se pregunta sobre los antecedentes en la función administrativa y de gobierno municipal, los mismos seguramente habría que considerarlos insuficientes.

La preguntan final sería ¿estamos los uruguayos evaluando correctamente a los candidatos a gobernantes?

O acaso sólo estamos mirando sus aspectos accesorios, si se vistió de tal o cual manera en algún momento, si fumó porro, toma alcohol o fue a institutos de educación públicos o privados.

Da la impresión que nos detenemos mucho más en si el político anda en un monopatín, toca el tambor en las llamadas, baila en el carnaval de Melo o de Artigas, hace una banderita en una columna, se hace el ciclista en Maldonado, se sube a un caballo o una volanta en un desfile gaucho, que en evaluar las propuestas, las condiciones, la formación y la efectiva sinceridad del candidato.

Tal vez lo mejor sería dejar de lado la ropa de Di Candia, su porro y su prolijo uniforme del carísimo colegio Seminario y nos detengamos en lo que realmente debe importar.

Finalmente le pido disculpas al señor Cristian Di Candia, por utilizarlo de ejemplo para exponer el tema de fondo.

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– Sobre el autor: Guillermo Chiribao nació en Tacuarembó y reside en Montevideo. Hijo de un zapatero remendón, es abogado de profesión. Blanco rebelde, orgulloso padre y abuelo.

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