¡No se olviden de Gramsci! / Por Rafael Bayce (*)

Es posible que usted, lector, haya visto un anuncio publicitario de Volkswagen del modelo Nuevo Vento (1), que se emite en algunos canales de cable y seguramente sea un fuerte candidato a los premios de los mejores en su categoría. Es ejemplarmente icónico, visual, digno exponente de la civilización de la neo-imagen, pos-Gutenberg: no hay una sola palabra de los personajes ni hay un narrador que diga nada.

Los diálogos se producen a través de miradas significativas y de solamente un par de textos que aclaran el contenido de algunos mensajes de celular del adolescente a un amigo (lleno de guiñadas generacionales, emoticones).

En el aviso publicitario no se elogian las cualidades del vehículo, no hay adjetivos calificativos ni adverbios aumentativos de ellos. Las bondades del producto resultan de las miradas y gestos admirativos de los personajes: un adolescente (con teléfono smart y amigo conectado), su padre y el Volkswagen azul; sonrisas, miradas complacidas y cómplices, miradas con pupilas brillantes que suceden a la vista general del auto y al despliegue de sus chiches tecnológicos cromáticos y sonoros.

El elogio es indirecto, mucho más efectivo que las usuales letanías recitadas por narradores que pueden no ser muy creíbles a esta altura del desarrollo de la publicidad.

Lo que se ve recuerda al filme Candilejas, de Charles Chaplin, en que una desopilante escena a dúo con Buster Keaton es potenciada con tomas de la audiencia al concierto riéndose a carcajadas de lo que sucede. A Keaton pianista se le caen las partituras, y cada vez se le caen más cuando las recoge apresurada y vergonzosamente, mientras a Chaplin violinista se le acorta una pierna del pantalón a cada desventura de Keaton.

La sucesión surreal de esos hechos reiterados, in crescendo, potenciados por las carcajadas del público a cada gag, producen un efecto de risa compulsiva que siempre me llamó la atención por su comicidad intrínseca multiplicada por el efecto espejo amplificante de la risa de la audiencia. Más de 60 años después de estrenada la película, pero sin intencionalidad histriónica sino seductora consumista, el inteligente recurso produce su efecto en el énfasis de las bondades del nuevo modelo de Volkswagen.

El lado perverso de la seducción

La inteligente y lograda pieza de marketing que acabamos de elogiar es, al mismo tiempo, una repugnante muestra de los valores consumistas que permean hoy las relaciones humanas, inclusive las intrafamiliares, con preferencia desmedida por las preocupaciones consumistas mediadas por la manía del celular y su lenguaje generacionalmente específico.

En este estado de cosas, no habrá gente que vote por la izquierda en el mundo hasta que no se cambie el imaginario consumista y febrilmente interpares por sobre una solidaridad y comprensión intergeneracional que supere a ese mismo consumismo como único factor aglutinante. Esto genera, además, un barril sin fondo y una larga lista de problemas porque tampoco es ‘para todos’, lo que lleva a la desesperación de los adolescentes que no accedan al consumo prestigioso y que no tienen progenitores que se lo concedan. Es, en pocas palabras, un ejemplo evidente de propaganda criminógena.

La izquierda contemporánea, de no atacar este tipo de construcciones y relatos publicitarios, demuestra seguir olvidando el dictum de Antonio Gramsci, que ya tiene cerca de 100 años: no hay dominación económica ni política que se sostenga si no se conquistan los valores de la sociedad civil.

Esto implica que la dominación económica y política pública debe acompañarse de hegemonía cultural civil. Si Marx, antes de Gramsci, ya había superado la fase de los jóvenes hegelianos que focalizaban la crítica a la religión (La cuestión judía y Feuerbach), y también supera la dominación política como objetivo central (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel), termina focalizándose en la infraestructura económica como meta de cambio.

Eso es lo que Gramsci cuestiona, afirmando que el nivel de la superestructura ideológica, del imaginario, de los valores, intereses y creencias, del poder simbólico, debe ser cambiado para darle densidad y duración al proyecto económico y político, hasta para hacer posible la dominación por el voto democrático, anclada no en el voto castigo a los que no me dieron lo deseado, sino en qué se debe desear y cómo se debe distribuir eso deseado una vez producido.

Si la izquierda no se propone cambiar el imaginario moral y emocional de la gente, tendrá que alejarse cada vez más de sus objetivos de izquierda para atraer votantes; porque la publicidad y la propaganda comerciales reproducirán ampliadamente la alienación consumista y la mercantilización de las relaciones humanas, en este caso las intrafamiliares. ¿Cómo se expresa esa reproducción ampliada del consumismo mercantilizante?

Por medio de una insensible acumulación cotidiana de ejemplos, contraejemplos, imágenes, contraimágenes, sonidos, colores, convergentes todos en la construcción de macromensajes; no es el discurso político el mejor constructor, es esa insensible acumulación cotidiana de valores encarnados en personajes, ídolos y héroes que monopolizan ropa, vehículos, mansiones y glamur.

El adolescente del aviso está tirado en su cama manipulando su teléfono. Mantiene un diálogo con un amigo y cuando llega su padre y lo llama, mensajea a su amigo con un “Ufff, es mi padre. ¿Qué querrá?”. La molestia inicial deviene en asombro agradable y admirativo ante la visión de un reluciente automóvil azul. Padre e hijo entran al auto y el chico sigue mensajeando como actividad principal, relatando lo que pasa por medio de emoticones.

A medida que su padre le muestra, siempre sin palabras, los diversos chiches tecnológicos del nuevo auto, el asombro placentero y sonriente se transforma en idealización de su padre como mero facilitador de consumo y aportador de prestigio, distinción y estatus. Más que eso, la escena deja en evidencia que posiblemente ese padre no sería tan apreciado si no fuera un consumista conspicuo que le permite al chico conseguir estatus entre sus pares (el amigo va siendo informado de las maravillas que se suceden).

En síntesis: el padre es molestia hasta que le proporciona consumo personal y estatus y finalmente el chico secundariza el uso del teléfono para intercambiar admiradas miradas hacia su padre (‘Ese es mi papá’), que lo corresponde con igualmente repugnantes gestos de canchero orgullo, no por padre, sino por facilitador de consumo y estatus.

Como dijimos: excelente corto publicitario consumista y asquerosa pieza de reproducción ampliada del consumismo en el imaginario colectivo. Los mensajes son  claros y repugnantes: los padres molestan salvo cuando proporcionan consumo y estatus; solo un objeto con muchos chiches tecnológicos puede hacer apartar la vista del tótem celular; solo un padre de esos, con ese auto, puede recibir miradas admirativas y desviar por un momento la atención del celular y del amigo.

Deberes gramscianos para la izquierda

La izquierda jamás será votada por ser de izquierda hasta que no conquiste y cambie el imaginario consumista, narcisista y hedonista hegemónico de la gente. Mientras los indicadores de gestión de los gobiernos sean solo el PIB, los autos 0 km vendidos y el maravilloso nivel de consumo del ‘nuevo uruguayo’, la izquierda será votada más que nada como voto castigo a gobiernos anteriores, pero luego el votante no le será siquiera fiel porque ahora esa izquierda que le dio un mejor consumo le quiere sacar un poco para darles a otros. El clientelismo, se sabe, no fideliza como antes.

¿Cómo se hace para intentar cambiar los valores progresiva y añejamente instilados por una fina llovizna acumulativa de consumismo triunfante y adorado? No será con cursos ni discursos sobre valores: una ejemplar ignorancia sobre cómo se absorben los valores en la vida lo dan los planes de hacer cursos sobre valores y contra contravalores (horrorosa y equivocada expresión).

Es mediante la crítica del cotidiano y de esa llovizna constante de reproducción ampliada de valores que se da por medio de miles de instancias como la del anuncio de Volkswagen.

Se deberían generar instancias de metaanálisis de tandas, anuncios, seriales, programas de entretenimiento, informativos, prensa deportiva, redes sociales, glamur del jet-set del deporte, la música, la pantallas grande y los likes de las redes. En los liceos, en instancias extracurriculares, sociales. Pueden generar mucha más atención que la columna de los artrópodos, el azimut de Venus y las églogas de Garcilaso de la Vega.

Se han perdido ya muchos años sin intentar absolutamente nada de todo esto. El clientelismo, como se dijo, ya no produce fidelización segura. El voto no es más que un pragmático intercambio de favores: ‘Yo te doy mi voto para que hagas las cosas que quieras y coloques a los tuyos, pero si me das lo que yo quiero, no te debo nada… y si en el futuro veo que hay otro que me puede dar más que vos por mi voto, sorry hermano, son las leyes del juego, calavera no chilla’.

Bueno, esto funcionará así mientras no se cambie el consumismo de padre e hijo en anuncios publicitarios como el de Volkswagen. Que este tipo de ejemplo, entonces, sirva para que se recuerde e implemente a Gramsci; eso sí, tienen que tener muy buenas anclas ideológicas y saber hacerlo, aunque mucho me temo que no suceda, porque si hay algo que no abunda en la izquierda, es solidez y aplicabilidad de conocimientos. Hay consignas, jaculatorias y letanías voluntaristas, en su mayoría, además, obsoletas.

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(1) Se puede visionar en https://www.youtube.com/watch?v=Wyev6wtU21Y.

(*) Extraído de Caras&Caretas

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