Leyendo hace unos días un reportaje a Juan Carlos López, «Lopecito» sobre su experiencia en los medios y en particular difundiendo cultura a partir de una mirada desde el interior profundo, desde pueblos que hay que buscar en Google maps para localizarlos, el incluye una mención a la batalla cultural de la izquierda y resurgió un tema que de una u otra manera se repite en forma permanente.
Aclaro que en general y cuando puedo, sigo los programas de «Lopecito» porque aprendo mucho mirando el campo, sus habitantes, su cultura, desde una visión montevideana inteligente y que no contrabandea su origen y su trayectoria, ni laboral ni política. Es mucho más honesto discutir y valorar cuando se conoce las posiciones políticas de los comunicadores.
Otros editorialistas y columnistas de El País y dirigentes políticos generalmente de los dos partidos históricos hace tiempo que emprendieron una cruzada contra la batalla cultural de la izquierda. Por otro lado también en la izquierda, hay quienes cada vez que aparecen problemas complejos siempre repliegan sus soluciones a la batalla cultural. Es como un comodín.
En realidad, el concepto de «batalla cultural» que se ha instalado en la agenda tanto de derecha como de izquierda, es casi un sinónimo de batalla ideológica, por la hegemonía de las ideas. Por ello el cambio de denominación, contiene en realidad un repliegue de la izquierda, frente a la tradicional definición de lucha ideológica. Y muchas veces puede incluir los más variados temas, desde los más abstractos, hasta la limpieza de una ciudad. Esto sucede cuando la cultura, en la globalización se ha transformado cada día más en parte de un gigantesco negocio industrial y comercial.
Históricamente en Uruguay no se llegó a tanto, pero íbamos en esa dirección, porque si la cultura la sacamos de una acepción simbólica y la llevamos a diversas prácticas e incluso instituciones, por ejemplo la tradición obrera y socialdemócrata de principios del siglo XX, podríamos tomar como referencia lo que dice de Alemania Antoni Domenech en «El eclipse de la fraternidad»:
«Literalmente: a comienzos del siglo XX un miembro de la Social Democracia (SPD) podía asesorarse acerca de cualquier problema legal -no necesariamente laboral- en los gabinetes jurídicos del partido, aprender las primeras letras en una escuela socialdemócrata, aprender las segundas y hasta las terceras letras en una universidad popular socialdemócrata, formarse como cuadro político o sindical en una academia socialdemócrata, no leer otra cosa que diarios, revistas y libros salidos de las excelentes imprentas socialdemócratas, discutir esas lecturas comunes con compañeros de partido o sindicato en cualquiera de los locales socialdemócratas, comer comida puntualmente distribuida por una cooperativa socialdemócrata, hacer ejercicio físico en los gimnasios o en las asociaciones ciclistas socialdemócratas, cantar en un coro socialdemócrata, tomar copas y jugar a cartas en una taberna socialdemócrata, cocinar según las recetas regularmente recomendadas en la oportuna sección hogareña de la revista socialdemócrata para mujeres de familias trabajadoras dirigida por Clara Zetkin.
Y llegada la postrera hora, ser diligentemente enterrado gracias a los Servicios de la Sociedad Funeraria Socialdemócrata, con la música de la Internacional convenientemente interpretada por alguna banda socialdemócrata.»
En Uruguay no llegamos a esos extremos pero antes de la dictadura habíamos logrado tejer una red de instituciones de prácticas culturales e ideológicas en la izquierda, en particular comunista, bastante similar. Y era parte sin duda de la batalla ideológica con nuestros adversarios políticos e ideales.
Un cambio radical lo produjo sin duda la mercantilización de la cultura, la explosión de la televisión, luego de Internet y de las redes sociales que le dieron una dimensión social como nunca antes tuvo la dimensión de la cultura. La izquierda fue adoptando y participando de manera creciente de ese proceso.
Y en él también dio su batalla ideológica integrándola a la batalla política. Como lo hacía y lo hace la derecha desde siempre y desde el poder político y económico, haciendo muchas veces que ciertas ideas dominantes formen parte de un supuesto «sentido común».
Vale una vez más recordar la frase de Roland Barthes que «el sentido común trafica ideología», pero conviene acompañarla con otra de sus definiciones «No sirve de mucho decir «ideología dominante», pues es un pleonasmo: la ideología no es otra cosa que la idea en tanto que domina. Pero yo puedo enriquecerlo subjetivamente y decir: ideología arrogante».
Esta última definición me parece clave, porque asocia la ideología a dos conceptos, «la verdad» y «el poder». La derecha, que llegó hace 30 años a proclamar el fin de las ideologías con Francis Fukuyama se acostumbró que su dominio ideológico era lo natural, el sentido común de ese tiempo y, la izquierda que vio derrumbarse el «socialismo real» en la mayor parte del planeta, consideraba que luchaba por «la verdad» y mediante una ciencia total, capaz de interpretar todas las humanas cuestiones.
La batalla cultural no ha sido ganada en Uruguay en absoluto por la izquierda, ni siquiera en la capital o en la zona metropolitana donde tiene una fuerte predominancia política. No es muy elegante citarse a sí mismo, pero por otro lado hay que resistir el embate del archivo. El 13 de julio del 2006, en Bitácora publiqué un artículo: «Perdiendo la batalla cultural».
«Hoy tenemos el gobierno, ocho gobiernos departamentales, mayoría en el parlamento y muy amplias posibilidades de aplicar nuestro programa. Y la oposición sigue desorientada y lo que es peor enojada, que en política es siempre una gran desventaja.
Esta victoria política estuvo cimentada en una firme base cultural, en avances permanentes en los diversos sectores de la sociedad y en particular en los sectores culturales y generadores de ideas. Hasta nuestros propios adversarios reconocen esa hegemonía».
Y sin embargo hacía una fuerte afirmación desde el título mismo de la nota y agregaba: «¿Con quién estamos perdiendo?»
«La izquierda debería reflexionar seriamente sobre esta polémica, no sólo sobre sus debilidades en la comunicación, sobre sus incapacidades para tener iniciativa y creatividad desde el gobierno, desde las instituciones y sobre todo desde su fuerza política el Frente Amplio. Deberíamos reflexionar sobre la batalla cultural que estamos perdiendo estrepitosamente, no con nuestros adversarios políticos – que están ausentes y no producen más que balbuceos – sino con nosotros mismos y con las ideas dominantes, viejas y superadas».
«¿Dónde se promueve en Uruguay un debate serio sobre el país posible pero sobre todo necesario de la próxima década? No me refiero sólo al proyecto de desarrollo o la política de este gobierno, que está bastante delineada y definida con sus posibilidades y sus limitaciones, me refiero a una reflexión seria y valiente sobre las tendencias dominantes en el mundo y nuestras ideas, las líneas de desarrollo probable para el país, los cambios estructurales más allá de las reformas actuales. ¿Alguien tiene alguna idea sobre eso? Me incluyo en la pregunta».
«Estamos discutiendo lo inmediato, lo episódico pero por debajo de las narices nos pasa la historia. Estamos perdiendo seriamente la batalla cultural. Y la derecha ni siquiera debe incomodarse, le alcanza con esperar y dejar que la realidad, los prejuicios, los miedos acumulados, la costumbre y la idea de una fatalidad pesimista y sin futuro nos gane a todos. Y sobre esa base reconquistar el poder y restaurar su dominio».
http://www.bitacora.com.uy/auc.aspx?242,7
Me interesa mucho reproducir este artículo para aquellos que consideran que mis críticas al Frente Amplio comenzaron a finales de su tercer gobierno. Fue escrito en julio del 2006…
En los 15 años de gobierno del Frente Amplio fueron de un repliegue constante, aunque su impacto político se haya visto sobre el final. Fue el lento declive de nuestra batalla ideológica (cultural) y el dominio del poder sobre nuestras propias ideas, nuestras prácticas y hasta nuestra moral.
Si la izquierda reduce en la actualidad su disputa con el oficialismo multicolor al más chato debate político o incluso formal y no recompone sus capacidades para la batalla ideológica, comprometerá no solo su acción política, sino su futuro como identidad propiamente de izquierda.
Ese es el principal factor de repliegue de la izquierda en toda América Latina.
- De UyPress
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