El cambio más profundo y más dañino que hemos sufrido los uruguayos en las últimas décadas es el ciclo de la droga y su impacto en la sociedad. No me refiero solo, ni principalmente a los aspectos relacionados con la adicción, con la salud de la gente, que ha sido terrible, sino con nuevos y graves problemas surgidos en el país, y creciendo. Es un fenómeno global, me interesa analizarlo en Uruguay, no en base a datos sino a describir situaciones.
Un barrio del norte o el oeste de Montevideo, con un promedio de pobres que supera el 50% de sus habitantes y en algunos puntos «calientes» y helados en invierno, alcanza a casi toda su población. El nivel de consumo de drogas, cocaína, pasta base, éxtasis y otras drogas sintéticas es muy superior a la media montevideana y nacional. La marihuana ha disminuido su importancia y su peso en este ciclo.
La droga es una mercancía que tiene una característica única, crea adicción y para satisfacer el consumo genera la posibilidad de reclutar vendedores al menudeo, es decir sobre todo o casi todos jóvenes, que no solo son proveedores de otros jóvenes adictos, sino que salen a conseguir nuevos clientes y ellos tienen la necesidad y las habilidades adquiridas con su propia experiencia, de reclutar nuevos consumidores-vendedores. Esa es la base del círculo vicioso.
El caso más dramático, por el tipo descontrolado de adicción, es la pasta base, la droga de los pobres. Como el control de los productos químicos necesarios para elaborar la cocaína pura, es bastante eficiente, una parte de la materia prima (la pasta base del clorhidrato de cocaína) que no puede destilarse se distribuye entre los países pobres sin procesar y entre los sectores más humildes, mezclada con cualquier cosa y esto genera un tipo de adicción terrible y destructivo e impulsa a sus consumidores a superar todas las barreras: robarle a su familia, degradarse hasta niveles increíbles.
Pero no se puede reducir todo al combate a la pasta base, todo el ciclo de las drogas es perverso. Asumamos que su consumo se da en sectores sociales y de diversos niveles económicos, pero lo que estamos tratando de analizar es la estructura del ciclo.
Los traficantes, los importadores de las diversas drogas se organizan en bandas que controlan zonas de venta y de reclutamiento para esas bandas, incluyendo la apertura de bocas de venta y si para ello es necesario desalojar a familias enteras para instalar sus actividades delictivas. También controlan sitios comerciales para vender drogas. Consiguen una base de venta y la proveen de personal y de droga para que funcione.
Los ajustes de cuenta o la guerra de bandas que son las causas de muchos de los asesinados que se dan en la capital y en varios puntos del país, se deben a esta disputa entre las bandas.
En la cima de la estructura delictiva hay importadores – exportadores que se especializaron en recibir desde el exterior envíos importantes por vía área, fluvial o terrestre y reexportarla, principalmente a Europa, directamente o con escalas en África. También son proveedores a nivel nacional.
Pero hay otras organizaciones, con base familiar que se dedican a controlar un barrio, una zona. Son los «benefactores», los que respaldan clubes chicos de futbol, organizan campeonatos con fiestas y premios y sobre todo son prestamistas. Todo el barrio sabe que cuando no pueden pagar una deuda pueden recurrir a ese circuito financiero ilegal y con tasas relativamente similares e incluso más bajas y obtener un préstamo. Circulan tarjetas de presentación con números de celulares. La recepción de la plata y el pago de las cuotas se pactan por esa vía.
Nadie te pide garantía, ni referencias, ni nada. La garantía es tu vida, la de los tuyos o tu integridad. No todos los homicidios son por disputas entre bandas, también se mata porque alguien no paga. Es una afrenta que si se permite impunemente arruina todo el negocio. No pagar un préstamo o el consumo de droga es una afrenta que hay que liquidar.
Atrapados en ese circuito hay jóvenes, sobre todo jóvenes que están libres, que salieron de las cárceles o que están en las cárceles. No es solo una forma de supervivencia, tienen su propia «mística», su «relato», y los ejemplos son la gente que tiene un alto nivel de vida a su estilo. Son los modelos que se ganaron ese puesto a pulmón y cojones. Y sobre todo a falta de moral.
En esas familias-bandas-grupos hay muertos, presos y los que mantienen en marcha el círculo y lo defienden de los que quieren ocupar su lugar. A como dé lugar.
Para ajustar cuentas, se les proporciona una o dos armas y una moto si no tienen esos elementos. Se indica un objetivo y se paga de diversas maneras, con dinero o con «merca». Son los sicarios imprescindibles para que el círculo funcione plenamente. Obviamente tiene sus riesgos, la policía, las venganzas, los rivales. Pero también para enfrentar esas circunstancias, además de la necesidad, la desesperación y la tentación, existe el «relato», la imagen.
Los subproductos de este círculo son una parte importante de los rapiñeros y ladrones. Antes en el Uruguay, en particular en Montevideo, no se robaba en el propio barrio, ahora ya casi no hay límites, lo que manda es la necesidad. Y se roba lo más cerca posible de la base, donde haya menos cámaras y menos policías, así los índices de violencia y de rapiñas son sideralmente más altos en los barrios de la periferia pobre de las ciudades. Aunque nada queda excluido, si las circunstancias lo imponen, salen a rapiñar a barrios de la costa o de nivel medio y medio alto: autos, motos, celulares, plata y lo que sea. Hay límites, hay casas donde los delincuentes saben que no deben robar o deben arriesgarse a iniciar una guerra.
El funcionamiento de los círculos viciosos crea una cantidad de normas, de reglas que son propias y que también se van pervirtiendo. A diferencia de Brasil, todavía los comandos manejados desde las cárceles y con afiliación «voluntaria» no han alcanzado niveles importantes. Pero ya están trabajando en esa dirección. Sería caer diez escalones en el nivel del crimen en el país.
No me voy a permitir dar consejos, u opiniones sobre cómo combatir estos círculos viciosos a nivel de la criminología, las experiencias en otros países son siempre de una combinación de mucha inteligencia, penetración en los círculos, vigilancia y control, prevención y represión. Y al final de la cadena, un sistema penitenciario que recupere y no que multiplique los males.
Lo que sí quiero opinar, es que para derrotar estructuralmente a estos círculos viciosos que han cambiado la calidad de la delincuencia y por lo tanto de una parte de nuestras vidas y de forma mucho más dramática la de decenas de miles de jóvenes, no lo podremos lograr JAMÁS solo con la policía, ni siquiera con todas las FF.AA. hace falta un abordaje integral de la causa estructural: la tierra fértil del reclutamiento y la supervivencia, el «otro» Uruguay, es de la desintegración familiar, social, educativa y cultural. Y eso reclamaría el abordaje de un GACH especializado, y el apoyo de todas las fuerzas políticas y sociales. Esa es una pandemia creciendo y permanente.
(*) Esteban Valenti – Periodista, escritor, director de Bitácora (bitacora.com.uy) y Uypress (uypress.net), columnista de Wall Street Internacional Magazine (wsimag.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias). Uruguay.
- UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias
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