Es preciso superar la fractura política del Uruguay. Para lograrlo, hay que encontrar y realizar tareas comunes. Y si en ello se involucra la más alta autoridad del país, el paso para hacerlas realidad será gigantesco
Obviamente, la presencia y los dichos del Presidente de la República en el acto celebrado en la Asamblea General, así como su participación en dos importantes entrevistas realizadas posteriormente a dicho acto, constituyen los hechos políticos más importantes – por lejos – de la realidad nacional actual.
A propósito, debo comenzar estos comentarios con una aclaración previa. He criticado la pompa y el ceremonial con que se preparó y se realizó el acto del 2 de marzo. Señalé además el papel jugado por algunas agencias de publicidad y de análisis de la opinión pública, así como de medios de comunicación afines al gobierno en la presentación del evento.
Pero que nadie confunda estas afirmaciones, que mantengo, con una discrepancia respecto a la realización del acto de análisis del estado de la realidad nacional y rendición de cuentas, con la que estoy totalmente de acuerdo.
Sólo que estoy convencido de que esta demostración de responsabilidad ante los representantes del pueblo debería encararse con austeridad, de modo que la estrella no resulte quien viene a encarar en persona su conducta política sino el ambiente de decoro republicano con el que la presenta.
Me parece que el despliegue mediático y por momentos espectacular de la presentación del 2 de marzo también tiene que ver con algunos rasgos que caracterizan a nuestro Presidente. Él ha declarado en más de una oportunidad que quiere estar en todos los aspectos que aborda el gobierno. No sólo no me parece mal, sino que entiendo es un rasgo muy positivo en tanto se posea la capacidad para hacerlo.
No obstante, existe un límite muy delgado entre esta postura y el personalismo, que supone acumular mucho poder y a veces coartar los aportes que pueden realizar otros miembros del gobierno desde las diversas áreas comprendidas por el mismo. Si tomamos como referencia su primer año de gobierno, creo – respetuosamente – que tenemos un Presidente personalista.
Tanto en el acto de la Asamblea General, como en las dos entrevistas largas concedidas posteriormente, no hizo más que confirmar dos connotaciones que han tenido mucho destaque durante su primer año de gestión. Me refiero a la postura ideológica que lo inspira y alienta, anunciada en la campaña electoral, así como su actitud descalificadora de la oposición. Naturalmente, no son rasgos que posea y practique en soledad, sino que es fuertemente acompañado en los mismos por toda la coalición de gobierno.
Una de las vías a las que más se ha recurrido para sintetizar la diferencia ideológica entre el gobierno y la oposición es la que refiere al papel que se asigna al Estado – incluyendo los tres poderes que lo conforman – en la gestación y la puesta en práctica de la conducta política que se sostiene debe aplicarse para alcanzar los fines que se persiguen.
Partamos de la base de que – tanto para el gobierno como para la oposición – esos fines suponen el incremento del bienestar de los uruguayos y la mejora de sus condiciones esenciales de vida. Sin embargo, cuando se observa con detención el papel que se asigna al Estado en las acciones que conduzcan hacia los fines señalados, se percibe una profunda diferencia entre las posturas ideológicas del gobierno y la oposición.
Para el primero, el rol del sector público debe ser reducido al máximo, lo que significa asignar a los actores privados la misión fundamental de transformar la realidad para mejorar las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales de la población.
Por su parte, y apoyada en una larga y rica experiencia mundial, la oposición no comparte la tesis del derrame de la prosperidad de los poderosos y sostiene la imprescindible acción del sector público para asegurar niveles básicos e irrenunciables de acceso a las áreas mencionadas antes, y asignando prioridad a los ciudadanos más humildes y alejados del poder.
Sin embargo, hay otra aproximación para identificar las diferencias ideológicas entre gobierno y oposición. Tiene un carácter filosófico y apunta a algunos de los valores más profundos de la humanidad: la libertad y la justicia.
Desde ya adelanto que no resulta nada fácil pensar con precisión en un enfoque de este tipo. Un punto de partida puede ser el que nos ha aportado el gran pensador italiano Norberto Bobbio, filósofo del derecho y cientista político. A un alto nivel de abstracción Bobbio nos propone que en una concepción ideológica de derecha – que sería el caso del actual gobierno – es la libertad la que tendría una mayor ponderación que la justicia en el pensamiento y la acción política. A su vez, lo mismo ocurriría pero a la inversa, con la justicia respecto a la libertad en el comportamiento de la izquierda, hoy en la oposición y conformada básicamente por el Frente Amplio.
Más allá de la síntesis en el punto de partida de esta reflexión, la enorme dificultad que entraña una aplicación de su contenido en la realidad, es la definición precisa y rigurosa de los conceptos de libertad y de justicia, así como de la interrelación entre los mismos.
En todo caso, pertenezco al Frente Amplio, esto es a la izquierda uruguaya, pero no comparto que nuestro pensamiento sea en detrimento de la libertad. Al contrario, pienso que no hay libertad sin inclusión y que esta última no puede ser lograda con una ausencia notoria del sector público en áreas fundamentales de la sociedad. De esta manera, esta interpretación sobre el concepto de libertad no significa en absoluto negarla, sino más bien precisar su definición a la luz de la construcción de justicia.
En cuanto a la actitud descalificadora de la oposición, estuvo nuevamente presente en las palabras del Presidente, aunque en estos casos tanto en sus discursos como en opiniones vertidas por los diferentes miembros del gobierno, se pretendió destacar positivamente que no haya ingresado en ese terreno.
Cuando en la Asamblea General dice en su primera frase que no va a hablar de herencias, está haciendo lo contrario a lo que anuncia, mientras sugiere implícitamente que es un gesto de benevolencia porque, como ya lo había expresado en otras oportunidades, tiene una evaluación negativa sobre las mismas.
La frase es para que todos recordemos esa evaluación así como las consecuencias que – en opinión del gobierno – tuvieron tales herencias. Y luego, durante el desarrollo de su alocución hubo un par de aportes relevantes en el mismo sentido. Por un lado, la insistencia sobre la transparencia, sugiriendo su ausencia durante los gobiernos del Frente Amplio.
Por otro lado, y nuevamente aludiendo a la izquierda, la afirmación de que el actual gobierno ha generado la credibilidad y la confianza que «otros» no tuvieron.
En una de las entrevistas realizadas con posterioridad a su presencia en la Asamblea General fue más a fondo en el lenguaje explícito. Ante la pregunta referida a las quejas del Frente Amplio por la ignorancia de sus propuestas, contestó que mantuvo muchas reuniones con actores pertenecientes a la oposición, como si esa ignorancia se resolviera conversando y no actuando. Y después vino el adjetivo «trasnochado» para calificar el libreto de la izquierda, no sin antes preguntar quién lo escribe.
No es este el camino para tender puentes entre el gobierno y la oposición. Sin perjuicio de que una buena reflexión sobre la libertad, la justicia y las interrelaciones entre ambas sería un intento por ir a la raíz de las cosas, no hay condiciones en nuestro país para hacer temblar esa raíz con las consiguientes repercusiones ideológicas. Pero si las hay, aunque menos ambiciosas, para buscar puntos específicos de acuerdo en cuya realización podamos trabajar juntos.
Ahora, es fundamental no perder de vista que el lenguaje – como en toda actividad humana – es un ingrediente decisivo en esa búsqueda y los resultados que se procure obtener.
Esta nota no contiene autocritica. Ello no significa que no existan fundamentos para detectar, analizar y corregir los errores de la izquierda. Hoy, simplemente, quise poner el acento en el papel crucial que le corresponde al Presidente de la República en la superación de la fractura política del Uruguay. Para lograrlo, hay que encontrar y realizar tareas comunes.
Y si en ello se involucra la más alta autoridad del país, el paso para hacerlas realidad será gigantesco.
- De Montevideo Portal
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