Uno de los conceptos que nos han querido imponer sobre la globalización es que todos dependemos cada día más de lo que sucede en el mundo y sobre todo, en el mundo desarrollado. Todo se define allí. Se define allí la marcha de las ideas dominantes en sus prioridades absolutas, y dependen de esos centros invariablemente en el norte. Hoy, la crisis que se inició con la explosión de una burbuja financiera en los Estados Unidos se ha extendido a Europa y ya es una crisis económica, con profundas repercusiones políticas y sociales. Es difícil seguir los datos diarios de las tormentas bursátiles, de los episodios muy negativos y hay que concentrarse en la tendencia, en hacer un poco de prospectiva.
De esta crisis saldremos con un mundo diferente al que existía antes del 2008, con la quiebra de Lehman Brothers y la explosión de las subprime. El nivel de los cambios es difícil preverlos, pero no hay duda que “grandes verdades” han sido puestas a prueba y han perdido, y que los centros mundiales económicos se han desplazado y se han fortalecido otros grandes actores, como el BRIC y los países llamados emergentes. Un mundo diferente también, porque amplios sectores sociales pagarán con su pobreza, con peores condiciones de vida, con la falta de empleo y de esperanzas en muchos países. No sólo de Europa, sino también en los Estados Unidos, en países árabes y en África. Está claro que la tendencia dominante es que el ajuste de las economías se está haciendo a partir del gasto social, de las inversiones del Estado, de un alto costo para los sectores populares. Las rebeliones en los países árabes tuvieron obviamente una base democrática contra las tiranías pero, además, por el impacto de la desocupación y la pobreza, en particular entre los jóvenes.
En los Estados Unidos, las imposiciones de los sectores más conservadores fueron terminantes: reducir drásticamente el gasto social y no aumentar impuestos a los sectores más ricos. Y ésa puede ser la síntesis del desenlace de la crisis: al final los sectores económicamente más poderosos ampliarán su brecha con el resto de las sociedades y en particular con los sectores más humildes. Ricos más ricos y más pobres con más pobreza. Ya está sucediendo. El costo de la situación no lo pagarán los ricos, ni los grandes banqueros, o los grandes ejecutivos y especuladores, sino los trabajadores, los sectores humildes, los pequeños ahorristas, las clases populares y medias. El norte está distribuyendo en abundancia la mala medicina que nos quiso imponer a nosotros durante décadas. Esa “medicina” que fracasó estrepitosamente y nos hizo perder décadas de desarrollo. Los datos sociales en este sentido son abrumadores. Y nos duelen, porque el sufrimiento de la gente es una injusticia en todos lados. Una última reflexión sobre este mundo en crisis: me indigna y me conmueve que en los ajustes que se hacen no se incluyan nunca los enormes gastos militares, las guerras que se combaten y que se devoran tantas vidas, y miles de millones de dólares en tantas partes del mundo. Con lo que se gasta en una semana en la guerra de Irak y Afganistán se podría resolver la crisis alimenticia de Somalia…
Aquí, en América Latina y en otras regiones “emergentes”, todos nos interrogamos sobre el impacto que tendrá la actual situación mundial en nuestras economías y en nuestras sociedades. Lo primero que tenemos que decir, lo más importante es que mucho de lo que suceda depende de nosotros mismos, de lo que hagamos y de lo que no aceptemos. El cambio más importante que se ha producido es que nuestros pueblos, muchos gobiernos, asumieron una posición diferente, de independencia y de soberanía plena en la gestión de sus políticas. Ese cambio creo que se fortalecerá en el futuro. Nadie puede decir que seremos totalmente extraños a la crisis, que no puede impactar en aspectos comerciales, financieros, económicos, pero lo fundamental es que nuestro gobierno – porque es de izquierda, por la experiencia del pasado -, no tiene como variable de ajuste las políticas sociales, las condiciones de vida de nuestra gente, su empleo, sus salarios, sus jubilaciones. Al contrario, protegerlas, mejorarlas es nuestra prioridad. Y ése es otro cambio fundamental. Nadie nos debe dar lecciones de prudencia fiscal, de manejo serio y equilibrado de la macro economía, de control sobre los principales indicadores, basta comparar los resultados de los últimos 60 años, e incluso más. Cada paso, cada movimiento de nuestra política económica y social -que han sido indivisibles- y de sus prioridades, lo medimos y lo estudiamos desde la óptica de nuestro proyecto nacional, de nuestro desarrollo con justicia social. Aquí la política define un rumbo económico, porque somos de izquierda y porque nos ha dado un gran resultado. Discutimos y aprobamos la reforma fiscal, la reforma de la salud, el Plan Ceibal, ahora la ley de participación Público-Privada, con ese eje: el impacto en la inversión, en la innovación, en el empleo, en el Uruguay productivo, en el desarrollo de la infraestructura y en definitiva en su impacto social. Trabajamos para mantener un círculo de cambios que, a su vez, siga alimentando los cambios.
En el año 2008 este pequeño gran país, fue uno de los cinco en todo el mundo que siguió creciendo, y eso se debió al conjunto de las políticas que aplicamos, al crecimiento del mercado interno, del consumo, del salario, de las jubilaciones, de los ingresos familiares, que formaban parte de nuestra política económica y social. Hay dos cosas que no hay que hacer ante las crisis: asustarse y la otra dejarse llevar por la corriente, flotar. Hay que actuar, hay que profundizar los cambios, hay que aprovechar las oportunidades, la excelente imagen de seguridad y confianza que tiene hoy el Uruguay. Un dato es seguro: en todo el mundo no ven al Uruguay como un país en crisis, todo lo contrario. Y ese es un capital de todos los uruguayos y tenemos que saber utilizarlo. Tenemos que afrontar los nudos que nuestro desarrollo: la construcción de modernización del Estado, las mejoras la formación profesional, la calidad de seguridad. Estamos trabajando en esas direcciones y también en las políticas sociales que nos permitan incorporar cada día nuevos sectores a una vida digna y a una sociedad integrada, porque eso es también parte esencial de la política económica y social. Estamos cambiando la cultura de la decadencia, de la mediocridad, de la resignación y avanza la confianza que los uruguayos tenemos en los uruguayos. Y ése es un valor cultural y espiritual extraordinario. La crisis se la enfrenta con serenidad, con prudencia, pero también con audacia y con ideas nuevas. No nos debe animar una pizca de conformismo. El conformismo nunca es de izquierda. La izquierda tiene además la obligación –que va mucho más allá de su tarea de gobernar de investigar, de criticar, de proponer alternativas frente a la crisis mundial, a sus injusticias y a las limitaciones cada día más visibles de un sistema que no da cuenta de las exigencias y las necesidades de la humanidad.
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