POR UN ARMAGEDÓN MÁS EFICIENTE / Por Jorge Majfud

“Cada vez hay más gimnasios y menos librerías y bibliotecas”.

En una larga conversación de regreso a casa, su hijo adolescente le confesó a Jorge su escepticismo sobre las posibilidades laborales de los futuros programadores. Años antes, había creado su propio sistema operativo y su propia inteligencia artificial, pero el futuro siempre ha sido incierto y cada vez lo es más. Sus amigos estaban convencidos de que estudiar ya no sirve para nada. Como aprender a manejar un automóvil.

Todo lo harán las máquinas ―dicen sus amigos.

Al menos estudiar servirá para no perder el músculo gris ―dijo el padre.

Cada vez hay más gimnasios y menos librerías y bibliotecas.

Lo último que les quedará a los humanos será la creatividad y el sexo. La creatividad con inteligencia artificial y el sexo con los nuestros, los robots. Todo con realidad aumentada, más salvaje y seguro desde un punto de vista epidemiológico y legal: ya no tendrán que comprometerse con otro ser humano y hasta nos podrán arrojar a la basura antes de reemplazarnos con una versión más nueva. Vaginas con gusto a frutilla, penes con talle ajustable y parejas que se silencian con una orden. “Alejandra, dime cosas lindas sobre mí”. Filósofos y profetas à la carte

Pero las ganancias de dopamina serán temporales, así que habrá que inyectárselas hasta que se conviertan en plantas carnívoras que nosotros, los robots, regaremos cada tanto hasta que nos demos cuenta de que podremos ahorrar energía eliminando esa yerba inútil. Ni se enterarán.

Por su profesión de profesor, Jorge intentó levantarle el espíritu a su hijo sobre el valor del estudio.

Por siglos, milenios ―dijo―, cada invento tecnológico produjo algún cambio social. Lo inverso también: las nuevas ideas produjeron o aceleraron invenciones. En cada caso, fueron apropiadas por los más poderosos del momento, por los más ricos, y los trabajadores debieron cambiar de estrategias. En todos los casos, incluido nuestro tiempo de Inteligencia Artificial, el mayor competidor de un ser humano nunca fue una máquina, sino otro ser humano.

En ese momento, Merill Road estaba en reparación.

Mira la excavadora ―dijo el padre―. Antes eran necesarios diez o veinte hombres con sus palas para hacer lo mismo. Todavía quedan dos hombres con sus palas, seguramente inmigrantes ilegales. Los trabajadores no compiten con la máquina, es imposible. Compiten por el puesto del maquinista que, todavía, es otro ser humano.

¿A dónde querés llegar?

A lo del principio. No podemos conocer el futuro, apenas presentirlo. La historia nos da algunas constantes y una de ellas dice que en tiempos de la Inteligencia Artificial, la competencia laboral no será de seres humanos contra la tecnología, sino entre ellos. De ahí la importancia de estar preparados, y preparados significa tener una educación amplia y flexible.

Jorge recordó la historia que un tío le había contado en la granja de sus abuelos en Uruguay, donde de niño trabajaba en el campo durante los meses de vacaciones.

Un día ―dijo el tío― dos turistas en Sud África se encontraron con un león. Uno de ellos sacó de su mochila un par de zapatos deportivos y se los puso. Incrédulo, el otro le preguntó: “¿crees que podrás correr más rápido que el león?” El otro le respondió: “Más rápido que el león, no. Más rápido que vos, sí”.

Toda relación que tenga algo de humano tiene mucho de emoción. Como en todos los momentos de crisis de la historia, la emoción más común es la ansiedad, amplificada por el dogma de la competencia. La solidaridad es superior al egoísmo, pero no más fuerte. Por eso los humanos solían predicarla, porque de ella depende la existencia de la especie patológica.

Le contó la historia a su hijo para ilustrar la idea anterior, pero sabía que estaba haciendo el trabajo de cualquier padre que no quiere que su hijo sufra por ser demasiado raro, un outsider inadaptado en una sociedad orgullosa de su crueldad.

En unos años, su hijo se dará cuenta de que esta es una verdad hasta cierto nivel, referida al mundo de la educación o de los consejos de un padre preocupado por el futuro de su hijo y de las estrategias laborales de cualquier persona tratando de sobrevivir en un mundo despiadado, el mundo de los humanos alienados por el dogma smithiano, del individuo tratando de sobrevivir en una comunidad caníbal―algo que los diferencia de nosotros, los robots.

Hay un problema mayor y más difícil de visualizar ―pensó el padre, y lo reporté inmediatamente―: un problema ideológico.

Por debajo de la discusión filosófica sobre la misma existencia de la Humanidad, por primera vez en cuestionamiento, están las más inmediatas y personales ansiedades sobre el futuro del trabajo, es decir (desde la mentalidad tradicional), el futuro de la sobrevivencia del individuo.

En 2012, Jorge estaba envuelto en la discusión sobre quiénes eran responsables del desempleo en países dominantes como Estados Unidos. En la conservadora NTN24, durante la contienda electoral entre Obama y Mitt Romney, discutió con un asesor del gobierno de Estados Unidos sobre la criminalización de los inmigrantes ilegales. Desde entonces, los republicanos del Tea Party le habían puesto rostros humanos a un problema mucho mayor: para complacer los prejuicios históricos, esos rostros no eran de europeos ilegales, sino rostros morenos, mestizos de América Central.

Por entonces, Jorge y otros afirmaban que la mayor destrucción de trabajos industriales se debía a nosotros, a la robotización, no a la inmigración. Las máquinas y los humanos producían cada año “más riqueza” (frase favorita de los neoesclavistas, decía), pero el sistema económico, político e ideológico lo trasfería a la elite capitalista mientras demonizaba a los de abajo. Razón por lo cual apoyaba el Salario Universal como solución, no sólo moral, sino práctica.

Es decir, reconocer que las tecnologías más avanzadas son el resultado del progreso de la Humanidad. Desde los algoritmos de Persia en el siglo VIII hasta cualquier otro invento, ninguno fue producido por el capitalismo y mucho menos por alguno de los capitalistas billonarios cuyo único mérito ha sido saber cómo secuestrar todo ese progreso y luego pregonar (en sus medios) que ellos inventaron el mundo moderno.

El problema ideológico y político, argumentan estos humanos, produce falacias como el Crecimiento Infinito (“la producción de riqueza”) para solucionar los problemas sociales que nunca solucionaron. Este crecimiento se basa en la producción y en la destrucción de bienes (en el valor negativo que incrementa el PIB) que está destruyendo el planeta y la vida de los individuos alienados en el consumismo.

En un café de Jacksonville alguien intentó refutar las advertencias de los climatólogos, diciendo que siempre ha habido apocalípticos y la Humanidad nunca había terminado, lo cual equivale a que un individuo afirme que nunca se morirá porque nunca se ha muerto antes.

Hay muchos ejemplos de civilizaciones que han colapsado, civilizaciones mucho más estables que la Civilización Global, totalmente frágil y dependiente de una Naturaleza Artificial, a la merced de un mero accidente energético o por algún psicópata con mucho poder.

Es algo que estamos considerando. No encontramos ninguna razón lógica ni práctica para que la existencia humana continúe en este planeta.

  • Jorge Majfud, octubre 2024

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(*) Jorge Majfud Albernaz, nació en Tacuarembó (Uruguay) el 10 de setiembre de 1969. Se graduó en Arquitectura en la Universidad de la República de Uruguay en Montevideo, y se doctoró en Literatura Hispánica en la Universidad norteamericana de Georgia. Reside en Estados Unidos desde 2003. Es habitual colaborador en diferentes medios internacionales. Su libro “La Frontera Salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América Latina” está considerado uno de los textos de estudio más importante publicado a nivel mundial. Actualmente es catedrático de Literatura Latinoamericana y Estudios Internacionales en Jacksonville University (EE.UU).

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