Doña Bárbara Calcagno de Ortiz

Memoria viva de un Tacuarembó que fue…

Guarda la coquetería de las damas tacuaremboenses de principios de siglo: Así no me fotografío, estoy por engriparme y no ha venido la peinadora”, le dijo a Moas, “vengan otro día”

Recuerda al detalle un Tacuarembó antiguo, acompañó a una de nuestras figuras políticas más relevantes y es testigo de diversos acontecimientos de épocas que han ido pautando nuestra historia hasta el presente. Nació antes que el siglo, un 8 de marzo de 1897, aquí en Tacuarembó. Hija de padres italianos, doña Bárbara Calcagno Ocello de Ortiz, posee una memoria por la que desfilan nombres y circunstancias pintando otros tiempos, otros hombres, otras mujeres…

Con 94 años, nos asombra con su memoria al contarnos que fue a la “Escuela Filantrópica de Olimpia Pintos, que estaba ubicada en calle General Flores entre Ituzaingó y Sarandí, junto con Isabel Restuccia, Artigas Menéndez, Lola, Idolia y Mila Píriz. La escuela era algo espléndida, era particular, tenía un orden y la maestra era encantadora, María Olimpia Pintos. El sexto año venía a hacer un primero de liceo, se hacía mucha práctica, nosotros íbamos a las ocho de la mañana hasta las once y media, volvíamos a las dos de la tarde hasta las cinco, recuerdo que los jueves teníamos Educación Cívica y Urbanidad. Fueron maestros María Virginia de L’Olivier, Ángela Pietrafesa, Carlos María Reineri…”

¿Cómo era la ciudad en ese entonces?

– Se vivía divino, era una sola familia, todos nos dábamos. Se realizaban reuniones familiares; íbamos al Club donde había lo que se llamaban `recibos improvisados’, y siempre iba una señora con nosotras.

¿A qué Club?

– Al Tacuarembó, que estaba frente a la Plaza 19 de Abril, dónde hoy está “Oscar Sánchez”.

¿Y los bailes en la Intendencia?

– ¡Ah, hermosos! El 17 de junio, cuando declararon ciudad a Tacuarembó, hubo un baile, pero de lujo, de vestimenta espléndida. Se iba con un atuendo… zapatos de raso, salida de baile. Cuando entrábamos estaba la comisión esperándonos para acompañarnos al toillette, nos aprontábamos y entrábamos al salón. La música era del pianista de Ernesto Zóboli, un italiano padre de Juan y Alberto Zóboli. Cuando esos bailes el intendente era Nietto Clavera.

Además de bailes, se realizaban otro tipo de reuniones sociales…

– Sí, existían muchas fiestas. Estaban las ferias, donde íbamos todas paquetísimas, hasta con sombrero de verano. Íbamos al hipódromo, que vendría a estar ahí por el barrio Montevideo y era muy lindo, tenía un galpón precioso y se bailaba muchísimo “la jota”. Recuerdo a una señora de Moroy que bailando cansaba a más de uno. A los bailes iba con mis amigas, las de Olivier, la de Tachini, las de Ríboli, y me acompañaba mamá pero con permiso de papá. También se hacía paseos a caballo – cosa que yo nunca hice porque tenía miedo -, también se jugaba al tenis en los sitios baldíos; recuerdo que Luisa Martínez ganó un campeonato. Y “las viejas” practicaban mucho la lotería, mientras tomaban chocolate por las noches. También estaban las retretas en la plaza, que era donde nos encontrábamos con los muchachos, nosotras dábamos la vuelta contraria para encontrarnos con ellos.

¿Y los carnavales?

– Preciosos, preciosos… como no lo son ahora. Arreglaban las calles con farolitos, habían troupes, comparsas, carros alegóricos hermosísimos tirados por caballos, hubo uno llamado “Rosas de Japón” que hizo época acá; las muchachas concurrían arregladísimas y habían batallas de flores que se tiraba de arriba de los carros y muchas veces les poníamos un cordoncito en el ramo para recogerlos nuevamente y los muchachos nos seguían detrás. ¡Quedaban colchones de serpentinas de tanto que se jugaba! Los corsos eran por 18 y 25, de plaza a plaza, las calles eran de pedregullo…

Era en los bailes, retretas y carnavales que se iniciaban los noviazgos, ¿no?

– Si, y fue en un carnaval donde empezó mi noviazgo.

¿Le tiró un ramito de flores?

– No, estaba de mascarita yo, él no me conoció… Luego nos casamos, tuvimos tres hijos y hoy tengo hasta una tataranieta: una hermosa chica llamada Lucía.

La vida pública de su esposo Celiar Ortiz alcanza parangones importantes con acontecimientos políticos-históricos, no solo regionales sino nacionales, cosa que especialistas en la materia algún día deberían profundizar; pero, resultaría interesante que usted nos señalara algunas referencias.

Tenía una vida política muy activa y muy derecha. Antes la política no era como la de ahora, antes eran más honestos.

¿Ahora no?

– Serán, pero no todos. Celiar fue Jefe de Policía, estuvo en la diputación y fue Ministro de Defensa cuando Andrés Martínez Trueba era Presidente de la de República. Martínez Trueba era una gran persona, convivimos con él y visitó Tacuarembó muchas veces para reunirse con mi esposo.

Supongo que usted sería colorada como su esposo…

– Sí, fui batllista, pero de “Don Pepe”. Siempre fui de don Pepe… y no fue porque en mi casa fueran colorados o porque lo fuera mi marido, sino porque tuve gran admiración por don Pepe. Para mí José Batlle y Ordóñez fue un hombre excepcional, en estructura y en todo.

¿Y Luis Batlle Berres?

– Lo conocí mucho, tuve mucha simpatía por él, era buen mozo y políticamente a mí me gustaba.

Un acontecimiento que debe haber incidido en su hogar fue la dictadura de Terra…

– Me acuerdo de la dictadura de Terra, que hizo tanto mal. Nosotros vivíamos en la chacra de Manuel Álvarez, ahí en la ruta 26, y Celiar venía todos los días a la ciudad. Una vez en el Paso de las Costales le pusieron un hombre tirado en el camino para que él parara el auto y poder tirarle, pero Celiar vio que unos hombres estaban escondidos, armados y mandados por Feliciano Viera, y siguió la marcha. Una noche fueron a buscarlo a la chacra pero él no había regresado. Luego nos vinimos a vivir a la casa de papá, porque no podía seguir viviendo allá. Celiar había sido amigo de Gabriel Terra, pero después estuvieron enfrentados.

Existen referencias que los actos proselitistas en vísperas electorales provocaban considerable movimiento de gente.

– Yo iba muy poco pero iba, me gustaba mucho. Había reuniones en los barrios, en campaña, en la plaza se hacían actos inmensos, los del tiempo de Rodríguez Correa fueron famosos. Cuando nombraron intendente a Paunessi, que era batllista, venían columnas de Tranqueras. Habían pocos autos, también se trasladaban en carros, en carretas y en volantas que habían unas cuantas.

La actividad partidaria era esencialmente desempeñada por hombres.

– Si, eran otros hombres, era otra cosa. La mujer participaba menos pero trabajaba mucho, por ejemplo, Victoria Paunessi fue una de las que trabajo muchísimo también doña Julia Beloqui…

De las figuras que acompañaron a Celiar Ortiz en su tarea dentro del Partido Colorado, ¿recuerda a alguien en particular?

– Tantos. Por ejemplo a Manuel Rodríguez Correa, que cuando él vino ya Celiar había actuado mucho en política, pero fue un regio político, muy trabajador y que hizo mucho por Tacuarembó.

¿Y figuras de relevancia nacional, de los últimos tiempos, que concurrían a su casa?

– Zelmar Michelini. Yo lo admiraba muchísimo y me pasaba hasta la una de la mañana oyéndolo hablar en casa, era muy amigo de mi esposo. Era una persona brillante. Fue una infamia lo que lo hicieron.

Pero, según me comentaron, el Dr. Jorge Batlle le enviaba flores…

– Si, Jorge Batlle siempre fue muy atento, también me enviaba bombones, pero yo le enviaba bizcochos y tortas. Ya cuando mi marido no estaba en nada, él vino expresamente a visitarlo.

¿Qué causas impulsaron a Celiar Ortiz a retirarse de la política?

– Porque pronosticaban que iba a pasar lo que pasó. Se retiró completamente. El entendía que la política no se estaba manejando como él creía que debía ser: limpia, honesta…

Aquellos líderes actuaban más de frente…

– ¡Ah, mucho más! Además eran tan leales, tan bien. Celiar se sintió siempre cómodo y cuando no se sintió cómodo se retiró y le dijo a Jorge Batlle cuando vino a visitarlo: “Va a pasar esto, esto y esto”. Y pasó todo lo que dijo Celiar.

Con 94 años, “Doña Beba”, como la llaman quienes la conocen, mantiene la postura de haber sido la cónyuge de un actor fundamental de la historia política tacuaremboense: don Celiar Ortiz, un nieto por línea paterna de Juan José Ortiz Núñez, uno de los “Treinta y Tres Orientales”.

Pero Bárbara Calcagno Ocello, significa además un testimonio de lo que va del siglo XX, con sus cambios, transformaciones e incidencia en nuestro medio. “Yo estoy muy de acuerdo con la vida que llevan los chiquilines de ahora, con los años que tengo soy muy de los jóvenes, porque son más libres. Antes, si teníamos un dragón, teníamos que hablar a escondidas de mamá a través de un balcón. Pero los jóvenes de antes eran más idealistas, hoy son más prácticos”.

Muchísimas cosas quedaron sin conversar con doña “Beba” Calcagno de Ortiz.

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1904

Me acuerdo de todo lo que pasamos en la guerra de 1904; yo era muy chica cuando la batalla de “Paso del Bote”, un 2 de mayo. Fue una pelea brava, incluso había hermanos que estaban en distintos bandos. Uno de los jefes de los blancos era Santiago Borda, y cuando estos entraron a Tacuarembó mataron e hicieron de todo; a mi suegra, doña Sixta, le mataron un hermano, en la vía, cuando se iba para San Gregorio.

Mataron a varias personas que no estaban en la pelea, sino en la ciudad. Entraron a caballo amenazando y haciendo de todo; a mi madre que estaba en el zaguán le querían sacar unos lentes de largavistas que mi padre había traído de Italia, pero no los dejó entrar; nosotros estábamos llorando al lado de ella. Cuando eso vivíamos en lo de Mario Piguillem, en 25 de Mayo y Lavalleja.

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GARDEL

Muchos decían que Carlos Gardel era de aquí de Valle Edén, pero yo no sé decir más. Comentaban que era hijo de Escayola y Lelia Oliva.

A Carlos Escayola lo conocí, era muy buen mozo y enamorado; él fue que trajo a Tacuarembó los mejores teatros, operetas, zarzuelas y compañías tan inmensas que había que habilitar casas de familia para hospedarlas. Escayola se casó con tres hermanas: María Clara, María Blanca y María Lelia Oliva. Se comentaba que Escayola había embarazado a Lelia siendo esta soltera, y estando casado con Clara. Y además decían que a Lelia, estando embarazada, la habían mandado a una estancia de Netto. Dicen, además que Gardel estuvo en Valle Edén hasta que tuvo edad escolar.

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Reportaje de Gustavo Bornia con fotografías de Edison Moas de Lara – Publicado en Semanario Batoví el 10 de mayo de 1991 en la sección La Gente.

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