Un modo disidente de estar en el mundo. En algún momento de los años ochenta, mirando una revista en la sala de espera de un consultorio médico, di con un poema de Circe Maia. Fue un encuentro tan imprevisto como excepcional. Yo era ya para entonces una atenta lectora de mujeres y una ferviente lectora de poesía. En un mundo todavía no virtual, comencé a buscarla, primero con interés, después con pasión, con obsesión. “Diario de Poesía” hizo de puente, es por esa vía donde ella más ha circulado en Argentina, hasta la publicación de “La pesadora de perlas”.
En algún momento de los años ’90 mi marido viajó a Tacuarembó, le pedí que me consiguiera su dirección postal, le escribí y ella me mandó un libro pequeño, recién editado, cuadrado, amarillo: era “De lo visible”, compuesto por Susana Chaer e impreso en la Asociación de Impresores del Uruguay, testimonio de amistad invalorable; me envió también fotocopias de otros libros. Durante esos años yo escribía los poemas de Kodak (saldría en Argos, en Córdoba, en 2002), y en algún momento entraron como epígrafe de ese libro unas líneas de un poema suyo: Trabajo en lo visible y en lo cercano/y no lo creas fácil, y se convirtieron en un arte poética para explicarme a mí misma todo lo que he escrito. Después, pero eso fue mucho después, a instancias de Gastón Sironi, surgió la idea de editarla y de invitarla (¡qué proeza!) al Festival de Poesía de Córdoba.
La noche de su lectura, con más de 700 personas escuchándola, lleno el patio y las galerías del Cabildo de la ciudad, es una noche imborrable para todos nosotros.
¿Qué tiene la poesía de Circe para que se haya quedado en mí, inolvidable? ¿Para que la lea desde hace treinta años y suba a la boca en las conversaciones sobre libros y aparezca repetidamente en las citas y los epígrafes? El mundo griego presocrático tan engarzado en la vida cotidiana, en la revelación de un ángulo profundo y singular sobre lo vivido es, sin duda, uno de los núcleos, un mundo hecho cuerpo en el poema, sin que jamás eso tenga un atisbo de erudición.
A veces, una sola imagen bien intensa o una sensación es suficiente, me dice. Estás planchando una prenda y se desgarra, eso es el centro del poema. Si agrego otras cosas, el poema se debilita. Hay en la poesía de Circe una huella enraizada en socráticos y presocráticos; el lector es llamado a construir pensamiento, a resolver planteos filosóficos, invitado a percibir sutiles transformaciones. Mi actividad como profesora hacía que estuviera explicando en el plano teórico el pensamiento de un filósofo y de repente esa situación era el disparador de algún poema, dice. Fue en Seferis, Kavafis, Elytis, Ritsos donde aprendió que la poesía es un modo de pensamiento alimentado a su vez por corrientes muy antiguas, porque las primeras formas de la filosofía, las de los presocráticos, fueron poemas filosóficos, un pensamiento por imágenes, previo a lo conceptual; las religiones aparecieron como poesía primero, dice.
Así y ahí encuentra ella ideas sobre el mundo, grandes ideas que vienen desde un lugar remoto para encarnar en lo más íntimo, en lo más pequeño. Siempre temo que sea demasiado evidente, dice, porque fui profesora durante treinta años. Teatralizaba mucho el Fedón y el momento clave era cuando los discípulos caían en un silencio. Hay un poema que trata eso, un argumento, el de Simmias, que es como una ola que todavía nos salpica, dice, porque Sócrates acababa de decir que, siendo el alma tan diferente del cuerpo, por qué va a tener la misma suerte: “¿Y si el alma fuera como música / y el cuerpo la lira? / Roto uno, la otra no existe / dice Simmias. / El silencio se hace en la celda. / Los discípulos callan, inquietos. / De aquel largo silencio, todavía las olas / salpican”, dice en Objeción de Simmias, asunto que rebrota en otros poemas y es el corazón de La muerte de Aase: Las cosas por su nombre…// ¿Y si no lo tienen? / ¿Cómo se llama esta tristeza/ que te dan las tres notas ascendentes/ de La muerte de Aase, en esta música?// Cuidado, no se llama Esta Tristeza. / Vas a tener que dar algún rodeo / para nombrarla / porque no existe fuera de las notas / y sin embargo/ las notas no son ella.
Es extraña Circe: muy sencilla y a la vez sumamente compleja. Tiene un pensamiento muy sofisticado pero escribe sobre lo más cotidiano y ha elegido una manera de retirarse (no del todo, porque publica, pero ha dosificado al extremo su vida pública) para poder hacer verdaderamente una obra y para hacerla, así como la ha hecho, escribiendo en medio del quehacer doméstico, conjugando ahí poesía sobre la corrosión del tiempo, sobre la vida que se desliza sin que nos demos cuenta, sobre la búsqueda de la luz y de las pequeñas cosas de la vida doméstica y del diario asombro de vivir…
Lee y traduce a los presocráticos en su Tacuarembó, y es como si habitara a la vez en un tiempo y en un lugar lejano. Sabe el valor que tiene lo que hace, pero juega un poco a no saber y yo creo entender por qué. No se trata de una coquetería ni de falsa modestia, sino de la condición necesaria para escribir la poesía que escribe, porque ella escribe a condición de que no parezca que está escribiendo y entonces todas sus elecciones apuntan a una vida lo más sencilla posible para poder hacer esa obra única. Lejos de las vanidades del mundo, corrida de los espacios de reconocimiento y consagración, aunque los mismos le lleguen, Circe ha encontrado un modo diferente –un modo disidente- de estar en el mundo. Cada poeta es único y elige una manera de vincularse con la palabra y construye su vida en relación a eso; la vida que ella ha construido para sí, parece muy distinta de la dimensión enorme de su obra y, sin embargo, es condición esencial para que su obra sea como es.
El tiempo es otra constante, el tiempo que corre y corroe y cuya permanencia radica en el constante imperceptible cambio. El tiempo, la búsqueda de la luz como materia del poema y también esa luminosidad que alcanzan sus palabras para decir lo más hondo, lo más oscuro, lo más difícil y lo más lejano; para abordar lo complejo, porque a diferencia de otras aventuras poéticas que trabajan con lo oscuro, Circe busca machadianamente la luz: yo no querría oscurecer, siempre quiero claridad. Es que me parece que las metáforas lo que hacen, en realidad, es hacernos sentir más profundamente una realidad. Por eso a veces al surrealismo lo he rechazado. El surrealismo muy puro te deja demasiado rápido fuera de la realidad, dice.
Al leerla vemos cómo desde un fondo opaco el poema incita a la pregunta, va hacia esa búsqueda de claridad, pero el verdadero alumbramiento (y deslumbramiento) sucede porque ella puede atravesar con exquisita levedad toda esa pesadez de lo real, la verdadera maravilla se produce porque pasando por ahí, nada la distrae en accesorios inútiles, nunca jamás suena erudita. No vamos a encontrar aquí ningún subrayado retórico, sino una poesía profundamente ética (una ética de escritura) por su altísima condensación, su austeridad, por esa depuración que aleja a la palabra de todos los riesgos que la poesía tiene, los riesgos de la retórica, los riesgos de la banalidad, de la palabra que se vacía o que se carga de saber, nada que se vuelva impreciso, vago, general o abstracto.
Ella atraviesa todos esos riesgos y cruza las aguas del riesgo mayor, el de la búsqueda de “lo literario”, para convertir en poesía las grandes ideas, rehusándose a una belleza fácil, una belleza artificial, como quien se pinta mucho, dice. El resultado que alcanza esta lectora de Machado, esta hija de su Juan de Mairena, es una poesía de alta nobleza que adjetiva poco, poesía sustantiva que renuncia, como su hacedora, a toda ostentación, en un camino personal extraño, no por su exotismo, sino precisamente por su sencillez. Una sencillez muy elaborada que a menudo hace milagros. A veces, siento con dolor cómo todo se apaga instantáneamente; esto que estamos conversando en un ratito es nada. Se está oscureciendo rápidamente lo que era luminoso, me dice. La poesía es omnívora, se alimenta de todo, a veces, también de otros poetas. Lo doméstico, lejos de obstaculizar la creación, la inspira: “escribo cuando la casa se tranquiliza y uno está acompañado de su luz, de su lámpara. Eso fue siempre así. Nunca vi una oposición entre la vida cotidiana y la de poeta. Nunca pensé que no tenía tiempo para dedicarme a mí, dice. Nunca hubo una separación muy clara entre la casa y la escritura, nunca la hubo, sino que, de noche, tarde, cuando todos se dormían, a veces, anotaba cosas que durante el día habían aparecido, líneas, a veces tenían que ver con lo que se había vivido en el día”.
Consciente del más mínimo desequilibrio o del acierto causado por la inclusión de un vocablo o por el descarte de otro, nuestra poeta pone cuidado extremo al combinar sonidos y voces en medio del derrame que supone la escritura. La imagen de la mujer grávida que pesa perlas podría ser una metáfora de esa labor morosa y amorosa que deviene poesía; alude a la pintura de Vermeer, pero se vuelve extensiva a su concepción del trabajo de escritura. Bien lo dice en ese poema que se convirtió en faro para mí, “Trabajo en lo visible y lo cercano/ –y no lo creas fácil–. / No quisiera ir más lejos. Todo esto/ que palpo y veo/ junto a mí, hora a hora/ es rebelde y resiste. / Para su vivo peso/ demasiado livianas se me hacen las palabras; un poema a partir del cual, dice Alicia Genovese, podría escribirse sin parar, un tratado sobre el peso que lo vivencial introyecta en las palabras, o sobre la aparente facilidad de lo íntimo.
En los poemas están las preguntas, están los paréntesis y esa advertencia, no lo creas fácil, como quien dijera “Cuidado con lo que estás viendo porque esto que ves puede ser otra cosa”. Ese límite de la percepción y esa dificultad humana de estar en el presente… ¿Quién vive plenamente/y está en verdad despierto?/ (Temor de estar en rueda de fantasmas/y fantasma uno mismo (Grados de irrealidad). Porque la forma de existir del futuro es misteriosa, parece que viene levantando vuelo desde lejos y se viene. He visto el tiempo siempre así, no tanto que sale del pasado y el presente, sino que se nos viene desde allá, dice. Así van abriendo su capullo los poemas, se nos van ofreciendo y una vez ofrecidos se demoran en nosotros, se alojan en nuestra memoria, reconocimiento mayor, espléndido premio.
Esa pasión por la luz, al mismo tiempo que ese dolor de ver, van unidos a su amor por la pintura holandesa. Se podría pensar que se trata de todo lo que se asocia a una luz que se abre paso de forma dinámica, que entra en los rincones y va tomándolo todo. ¿Por qué Vermeer? La luz en este pintor es respetuosa de cada detalle, la bordadora, la que pesa perlas, la lechera, la que lee una carta junto a la ventana… todo al mismo nivel de vida intensa, como dice uno de los poemas, no prioridades, no jerarquías, se trata del mundo privado que es también el mundo de su poesía, y es en ese mundo donde surge su pensamiento sofisticado. No se trata sólo de luz solar, sino de diferentes modos del tiempo; el tiempo vegetal, que es un tiempo lento, de crecimiento, el tiempo mineral y nuestro tiempo tan cortado, tan herido, queriendo penetrar en otro tiempo ajeno.
Hay mucho de conversacional y de delicado balbuceo en su escritura. Un temblor, ese decir las cosas como si no se las supiera del todo, ese ir tanteando en la espesura, entre paréntesis, guiones, líneas corridas hacia el costado, como si la palabra sola no bastara. Me da mucho placer que en el poema suene, a veces, una expresión bien de nuestra conversación, porque casi siempre hay un diálogo con el lector. Lo prosaico. Me gusta el prosaísmo. Que la lengua no abandone el habla. Que el lenguaje no abandone el habla, dice. La palabra como un límite que nunca alcanza a decirlo todo. Palabras con su dualidad invisible, poemas a dos voces, donde quien escribe va esbozando el camino en una búsqueda interna que no se deja domesticar. ¿Cómo se hará para estirar la mano/ y atraer hacia aquí todo el presente/ y atarlo? (Sincronías).
Y antes y después, esa incitación a despertar, a vivir atentos, porque lo que llamamos humildad es atención, podríamos decir recordando a Simone Weil, la atención como una forma de amor que hace que las cosas se vuelvan luz. Una poesía de emotividad compleja que hace sin embargo del pudor una ética. Una poesía centrada en la tarea de percibir, pero dispuesta siempre a comunicar. Atenta a la síntesis y a la música del habla, pero también a la reflexión filosófica, insistiendo en la tensión del entredós.
Poesía que alcanza el fulgor contenido en lo concreto, que mira a la naturaleza y al mundo de los otros con la misma lucidez. Poesía de la atención entonces, que es, siguiendo a Weil en La gravedad y la gracia, al mismo tiempo amor y humildad. Que mira con los ojos abiertos la materialidad del mundo para ir desde ahí y no a la inversa, en busca de lo espiritual. La percepción de que lo verdadero, lo bello y lo bueno se originan a partir de un único y mismo acto, por la plenitud de la atención al objeto. Un llamado a vivir con más conciencia, con plena conciencia del instante, para poder sostenernos en lo real. No en la evasión. No busques la luz del sueño (El remolino, V), nos advierte en uno de los poemas, del sueño personal propio y único que nos aparta de los demás.
Apasionada en mis lecturas, he dedicado muchas horas a los libros de los otros y eso ha acompañado siempre de la mejor manera mi propia escritura. Pero participar en “La pesadora de perlas” ha sido, de entre todas, la experiencia de lectura más hermosa. Siempre estaré agradecida a la energía de Gastón Sironi hacia la poesía de Circe y a su invitación a formar parte de este libro, cuya primera edición fue recibida con críticas luminosas, apasionadas reseñas, lectores ansiosos por tener su ejemplar, libreros entusiastas.
Hace tiempo que el libro falta en los anaqueles y es a pedido de tantos lectores que sale esta segunda edición, con su formato elegante, austero, límpido, como la palabra de Circe. Para los nuevos lectores, los antes distraídos y los que hoy llegan, esta poesía que relumbra, tan leve como grávida, sobre la pequeña balanza de las perlas.
María Teresa Andruetto
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- La pesadora de perlas. Circe Maia (Uruguay). Obra poética y conversaciones con María Teresa Andruetto. 2023. Ilustración de Cecilia Afonso Esteves. Segunda edición ampliada. 256 páginas. Editorial sello independiente Viento de Fondo. – El libro está a la venta en forma exclusiva en Uruguay en Librería Difusión de la ciudad de Tacuarembó.
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