
En Tacuarembó, tierra de poetas y trovadores, el nombre de Edgar Marrero resonará siempre con la fuerza de un viento libre. Músico, poeta, pintor, artista en toda su expresión, su vida fue un acto de rebeldía y autenticidad, un testimonio de que la verdadera esencia de un hombre no se mide por sus posesiones, sino por la intensidad con la que elige vivir.
«El Egar», como le decían los suyos, tenía en la sangre la música y la poesía. Creció en una familia donde el arte es un lenguaje cotidiano y, desde adolescente, encontró en las canciones su manera más pura de expresar el mundo. En la vieja cinta de «Diarios Viejos«, banda que tenía con sus hermanos, quedaron atrapadas algunas de sus melodías, esas que quienes lo conocieron escuchaban y seguramente escucharán una y otra vez, como un refugio de su alma errante.
También en las de «Los Monjes«, banda que devino después con hermanos y amigos, o en «Edgar Marrero y su banda«, y ese álbum exquisito «El Tiempo de los peces» y en tanta composición mágica, suelta y espontánea que Edgar soltaba con increíble sencillez desde un banco de la Colón o de la Cruz.
Yo recuerdo una vez allá por el 2009, cuando se me incendió la casa de Dr. Ivo, que una tarde en la que toda yo era hollín y devastación, él pasó en bicicleta, guitarra a cuestas, y gritó un fuerte «¡Pa´ gurisa!» frenó y se sentó en el mágico portal de la Dr. Ivo sin invitación y me regaló una tarde de bellas canciones y compañía, cada uno entre sus dolores, silencios, lágrimas y complicidad.
Siempre está la duda de cuánto un artista es reconocido o no. A Edgar lo convocaban es verdad para los toques de la Intendencia, y de la Oficina de la Juventud, estuvo por largo tiempo en cada aniversario de «la Zorrilla«, y en más de un tributo a Eduardo Darnauchans. En el 1987, su canción «Silvana», fue la ganadora en el Festival de La Paz, en Canelones como mejor composición inédita, y mejor voz e interpretación. Cuantos otros reconocimientos habrá tenido que quedaron por el camino, que nunca fue a buscar o de los que jamás se enteró.
Silvana, Cecilia, Alexandra, Tota ‘Blues, entre varios otros… ese paralelismo de nombres de mujeres guiando canciones del Darno y Edgar, llama siempre mi atención.
«¡Tota!, es tu cumple y no tengo güita para hacerte un regalo, pero te compuse una canción. ¡Feliz cumple Tota!» dijo Edgar, según el anecdotario familiar y así nació «Tota´´¨´ blues», una canción a su madre, y para mí, de las suyas más bellas.
Edgar eligió otro camino. Se apartó del mundo de los otros y decidió habitar la intemperie, en el monte, bajo el puente, lejos de las estructuras impuestas por la sociedad. Su vida fue una elección consciente, una decisión que sostuvo hasta el final con una dignidad inquebrantable desde su posición ante la vida. «Gracias gurises, pero mi vida es mi elección, me siento bien así y pido que lo respeten. No me manden más a los milicos», respondió cuando sus hermanos, con la nobleza de quien quiere cuidar, le ofrecieron una vez más un techo para el invierno.
El arte no lo abandonó nunca, aunque la guitarra ya no lo acompañara. Seguía componiendo, creando en su cabeza, en un mundo donde las palabras y la música no necesitaban papel ni cuerdas para existir. «Le voy a regalar una armónica, que la puede llevar en el bolsillo. Edgar tiene que hacer música», dijo un amigo, con la certeza de que el arte era parte inseparable de su ser.
Y así vivió y murió Edgar Marrero: sin ataduras, sin concesiones, con la coherencia de quien elige su destino sin pedir permiso. No sabemos si fue feliz, pero si no nos queda dudas de que fue libre. Y eso, en un mundo que impone reglas y caminos preestablecidos, es una victoria que pocos pueden reclamar. Tan parecido a mi hermano, que duele.
Fue libre por elección propia. No dejó que el mundo «normal» (?) lo atropellara. Trovador exquisito, de don multifacético excepcional. Contumaz contra lo «normal» del entorno. Lindo leer las palabras de su primo y artista, Ney Peraza, del propio hermano y artista Santiago Marrero, Ney Brum, Jorge Saavedra, Patria Márquez, Isaí… amigos y compañeros de trinos además de toda una vida.
«Ya no soy del norte, de dónde seré, señor Aduanero, dígamelo usted…», escribió alguna vez Darnauchans. Hoy, Edgar y él cantan juntos en algún rincón de la eternidad. Y en Tacuarembó, su voz sigue resonando, porque los artistas como él no mueren: se transforman en música, en versos, en memoria viva.
Gracias, Edgar, por tu arte, por tu vida, por recordarnos que la libertad no tiene precio.
Hasta siempre…
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Recomiendo entrar en Youtube y buscar «Edgar Marrero», allí aparece una lista seleccionada con un repertorio de presentaciones, canciones y disco completo para el deleite de nosotros.
PLAYLIST DISPONIBLE AQUÍ
Escuchar el disco completo «El Tiempo de los Peces»: AQUÍ
Gracias a Jorge Saavedra y Santiago Marrero por algunas de las imágenes.
- Marzo del 2025.
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Ana Bettina Silva Carneiro: Periodista, gestora cultural, productora. Nacida en Tacuarembó, en su tierra natal trabajó en la Revista «Tacuarembó 2000», en Radio Zorrilla de San Martín y Canal 4. Colaboró además en proyectos locales del CLAEH así como en investigaciones de monitoreo de audiencias. Fue corresponsal por Tacuarembó en el diario La República, y luego cronista del multimedio en las secciones Política, Sociedad y Cultura. Trabajó en los suplementos «Café&Negocios» y «Emprendedores» de “El Observador”. Por 4 años fue productora periodística de Aldo Silva, en Metrópolis FM. Participó en “Radio A Pedal”, revista Lento de “La Diaria”, en el portal de cultura Cooltivarte y en el libro «Entre el Cuervo y el Ángel» sobre Eduardo Darnauchans de Marcelo Rodríguez Arcidiaco.
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