José María López Mazz (57), antropólogo, arqueólogo, docente, coordinador del Grupo de Investigación de Antropología Forense de la Facultad de Humanidades (encargado de la búsqueda de restos de detenidos desaparecidos).
¿De dónde surge el sobrenombre “Pepino”?
Mi padre se llama José, le dicen “Pepe”. Fue una manera de evitar el “Pepito”.
Dicen que cuando era estudiante se despertaba temprano de muy mal humor ¿eso cambió con los años?
Sigue siendo igual. Pero en general me despierto temprano.
¿Por qué fuma solo después de la caída del sol?
No me apetece en el día el cigarro, pero cuando cae el sol me da por fumar.
Es egresado de la primera generación de licenciados en antropología. ¿Qué lo llevó a estudiar esa carrera?
Yo soy de Tacuarembó y desde niño mi padre me llevaba al Museo del Indio y a los montes. Y cuando estudiaba Historia en Humanidades y Abogacía, tuve un profesor de Prehistoria americana que fue el culpable.
¿Cuál fue su primer trabajo?
Fui becario del rescate arqueológico de Salto Grande cuando hicieron la represa, en el 76 o 77. UNESCO participó de ese rescate porque el lago del embalse iba a sepultar muchos sitios. Fui a trabajar con un equipo francés.
Es padre de dos hijos, de 30 y 31 años, de uno de 10 años y abuelo de una niña de 8 meses. ¿Cómo es esa situación familiar?
Es divertida. En realidad, el manual del abuelo lo voy a ir a comprar el domingo, no sé como manejarme con el tema.
¿En qué cambia la paternidad en dos momentos tan diferentes de la vida?
Ahora lo disfrutas más, tenés más tiempo. Antes tenía multiempleo, corría de un lado para otro. Ahora lo disfruto mucho más, puedo llevarlo a la escuela que es algo que siempre me gustó.
Se casó dos veces. ¿Se animaría a incursionar en una tercera?
No sé. No soy fanático ni para un lado ni para el otro.
Vivió en Paris, donde hizo un doctorado y un diplomado. ¿Qué le dejó la experiencia en esa ciudad?
Me fui en el 80. En un momento en que Uruguay estaba muy oscuro me fui a la “ciudad luz”. Fui con mucha fuerza y con muchas ganas de salir de acá y con ese mito de que todo pasa entre Londres, París y Tacuarembó. Lo aproveché muchísimo, fui a clase con (Michel) Foucault. Todo lo que había para hacer trataba de hacerlo.
¿Cómo era tomar clases con él?
Había que ir temprano porque se llenaban tres salones en el College de France. Él daba un seminario, lo iban a escuchar de todos lados.
¿Es verdad que en esa época trabajó como pintor de paredes?
Si. Y mi casa no dejo que nadie la pinte. Cuando en París se me terminó la beca tuve que encontrar trabajo. Había uruguayos de la Escuela de Bellas Artes que pintaban y me dieron trabajo. Por suerte le encontré la vuelta.
Además dio clases en Barcelona y Argentina, y estudió en Kentucky. ¿Qué es lo que lo hace terminar volviendo a Uruguay?
Lo descubrí hace poco. Hasta hace unos años seguía pensando en emigrar. Con los pro y los contras, no está mal Montevideo. Un día iba por Sarmiento atravesando el Parque Rodó, llegando a la rambla. Y ahí me cayó la ficha y me dije “no está mal”. He vivido en ciudades muy lindas pero vivís a una hora y pico de tu trabajo en condiciones que no son para toda la vida.
También trabajó en cine ¿Qué hizo?
Trabajé bastante con Gonzalo Arijón. Hicimos muchas cosas con cuestiones de América Latina.
¿Qué película haría en Uruguay si tuviera fondos?
Conocí a dos señoras afrodescendientes mellizas que vinieron muy chiquitas de Brasil. Las separaron, a una la dieron en el norte, en Cerro Chato, y la otra vive en Castillos. Y todo el tiempo tratan de verse, tienen como 90 años. Me quedé muy impactado, no hay un momento en el que no traten de verse.
Cuando usted comenzó la búsqueda de restos de detenidos desaparecidos ya tenía una larga trayectoria como antropólogo. ¿Cree que la gente lo empezó a conocer a partir de ese momento?
Antes yo aparecía en televisión por temas de Arqueología, desde que volví en el 86 y 87. Pero la gente es más sensible con relación al tema de los desaparecidos y te registra más. La otra vez bajé del auto en el Chuy y me preguntaron “¿qué estás haciendo acá?”. O una señora que me corre, u obreros de la construcción que quieren saber cómo está la cosa. En ese sentido es una cosa muy particular. He sentido muchísimo cariño, es rarísimo.
Extraída de Revista Galería (entrevista de Elena Risso)
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