No toda su vida fue el doctor Domingo Arena el colorado sangre de toro que han conocido las presentes generaciones y cuyas vibrantes arengas de exaltado partidarismo en la tribuna partidaria o en su banca del parlamento, aplaudían hasta rabiar sus exaltados partidarios, y cuyos artículos periodísticos en las columnas de “El Día” hacían la delicia de los colorados más exigentes; no. Don Domingo, en su juventud, fue también un exaltado opositor de los gobiernos colorados y un blanco de pura cepa, como prueba la siguiente anécdota: Allá por el año 1887 u 88, hubo en Tacuarembó una gran asamblea nacionalista prestigiada por el gran jefe blanco Don Juan Manuel Puentes y a la que asistieron delegaciones de todas las secciones del Departamento. El campamento en el que había no menos de 3000 personas (número extraordinario para aquella época) estaba situado en la margen izquierda del Tacuarembó Chico, en las proximidades del “Paso de las Carretas”.
Dominguito Arena, pleno de entusiasmo y de fe partidaria, lucía, como muchos otros, grande y vistoso pañuelo celeste tendido a la espalda a modo de golilla. Cabalgaba Dominguito ese día, un brioso y escarceador caballo tostado, que era todo una pintura, y al que Domingo, en sus excursiones por la población, lo hacía caracolear de lo lindo, con el objeto de lucir su gallarda apostura y de que lo admiraran las muchachas nacionalistas.
En una de esas andanzas en que venía el tostado de vereda a vereda, el entonces Jefe Político de Tacuarembó, Coronel Don Carlos Escayola, que se encontraba en ese momento en la puerta de su domicilio tomando un matecito, al verlo venir, se adelantó hasta el cordón de la vereda y al enfrentarlo Domingo, le preguntó:
-¿Cómo es eso, Domingo? ¿Con ese pañuelo?
A lo que Domingo, echando el sombrero a la nuca, le contestó:
-Que quiere, Coronel, este es el pañuelo que debe usar la gente decente.
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Allá por el año 18… existían en Tacuarembó dos periódicos “El Heraldo”, órgano de la Jefatura, y “El Cosmos”, que representaba la oposición.
Desde las columnas de los mismos se “piropeaban” de lo lindo, situacionistas y oposicionistas, guardando unos y otros, como es de suponerse, el más riguroso incógnito, aunque ambas partes no ignoraban quien o quienes podrían ser los autores de las “serpentinas” que mutuamente se tiraban.
Por aquel tiempo vivía en Tacuarembó un tuerto que ejercía el oficio de carrero y que respondía al nombre de Juvenal Rodríguez y que era más conocido que el abrojo. En uno de los “quites” que periódicamente se hacían tirios y troyanos, don Lucero Magnone, contestando desde las columnas de “El Heraldo” los “piropos” que desde “El Cosmos” le había dirigido don Benigno A. Goyo, le decía que emplearía el látigo de Juvenal para contestarle, refiriéndose al famoso crítico “Juvenal”.
Y don Benigno, “agarrando el rábano por las hojas” y comentando en rueda de amigos el artículo de “El Heraldo” decía: “que se habrá creído ese j… para amenazarme que me va a castigar… Que se junte nomás con Juvenal y que se vengan que me van a encontrar… Si se pensará ese maula que le voy a tener miedo…” – Plinio
De “TACUAREMBO, su fundación, hechos históricos y anécdotas” – Autor: Ramón P. González (Precio del ejemplar $1,20 – Año 1939)
(*) La mayoría de estas anécdotas han sido tomadas del periódico local “La Voz del Pueblo”.
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