Con cifras históricas de venta de boletos, AFE rehabilitó la línea de pasajeros Tacuarembó-Rivera después de dos décadas en desuso. Las vías atraviesan parajes aislados de una región cada vez más despoblada. Algunos se preguntan si no será ya demasiado tarde.
Familias con niños y pobladores de las zonas rurales más profundas de Tacuarembó y Rivera son los principales pasajeros del servicio.
Hay que ir a Tacuarembó y madrugar para tomarse la máquina del tiempo. A las 7:00 AM, cada lunes, miércoles y viernes sale el tren hacia Rivera, en un servicio de pasajeros que fue rehabilitado por la Administración de Ferrocarriles del Estado (AFE) el 19 de diciembre pasado, tras 20 años en desuso.
Conocido antiguamente como el «Tacoma», el tramo Tacuarembó-Rivera es el viaje más largo que puede hacerse sobre rieles (118 km), y la mejor manera de revivir una aventura ferroviaria en el Uruguay de 2019. Si bien cumple con el trayecto en apenas dos horas y media, el tren pasa por un túnel único en el país, se interponen las vacas en la vía y en las seis estaciones o decenas de paradas, suben y bajan los habitantes de una campaña aislada, que hablan en portuñol y sobreviven al despoblamiento de una zona rural que ha perdido el 50% de los pobladores en las últimas dos décadas.
De «tanto» andar, cruzando un paisaje de quebradas y cuchillas, la máquina cambia de conductor a mitad de camino. Las autoridades de AFE están radiantes con los primeros resultados de este servicio. En el mes inaugural han vendido unos 3.000 boletos (con valores de $ 55 a $ 200) y analizan incrementar las frecuencias de mantenerse la demanda más allá del período de «novedad».
«Un día de recaudación en el norte equivale a una semana en el sur», asegura el presidente de AFE, Wilfredo Rodríguez, al comparar con las otras dos líneas de pasajeros del ente, de Montevideo a 25 de Agosto y el nuevo coche a Empalme Olmos.
Además, el jerarca valora el tren del norte por motivos sociales. De Tacuarembó a Rivera se puede ir en ómnibus por Ruta 5, rápido y con variedad de frecuencias, pero para pueblitos o parajes intermedios, que nacieron alrededor de las estaciones, el ferrocarril representa la única salida.
Bañado de Rocha, Paso del Cerro, Laureles o Paso Ataques están a 30 o 40 kilómetros de Ruta 5 y más allá del ferrocarril no existe otra opción de transporte público. La gente se mueve o se movía «de carona», que es la forma en portuñol de decir «a dedo».
Ocho funcionarios viajan en cada servicio norteño: dos conducen, otros dos cortan los boletos (con aquellos cilindros metálicos llenos de pegotines, ¿se acuerdan?). Los cuatro restantes serán los conductores y guardas del servicio de regreso que sale a las 17:30 de Rivera.
Los funcionarios de AFE en tránsito ceban mate parados con una destreza coreográfica. Abren las piernas, las rodillas actúan como amortiguadores y la cintura nivela los movimientos laterales; brazos y manos firmes completan la acción para que el chorrito caiga limpio en el pozo de la yerba.
No tendrá la mística del Expreso del Oriente, o la épica del Transiberiano, pero Tacuarembó-Rivera de AFE se ganó en los años 70 una canción de Numa Moraes (Tren Tacoma). A bocinazo y traqueteo, en una máquina del Estado como las de hace un siglo, hoy ha vuelto como una joyita dentro de un panorama de transporte público cada vez más impersonal.
Bienvenidos.
A bordo.
Amanece con una lluvia bíblica en Tacuarembó. Es la mañana del viernes 18 de enero. Algunos llamaron a la estación preguntando si el tren salía con semejante diluvio. «Claro que sí», les han respondido.
Dicen que el servicio suele partir completo, pero hoy, por la lluvia, viajan 41 personas sobre una capacidad total de 134. El segundo coche o vagón no se habilitó.
Los coches son suecos, comprados el año pasado por AFE a unos US$ 40.000 cada uno. Aunque fueron fabricados en la década del 80, para el Uruguay ferroviario son el mejor vehículo disponible: asientos cómodos y una velocidad máxima de 130 km/h, aunque los conductores no tienen permitido ir más allá de los 70 km/h.
Chu-chu. Salimos casi puntuales a las 7:03 AM. Erlest Fros está emocionado. Oriundo de Laureles, lleva a su hija adolescente por primera vez a su tierra natal. La chica, medio dormida, no parece muy entusiasmada. La familia Batista, de Tacuarembó, tenía previsto el paseo y no los amilanó la lluvia. Van padre, madre e hijos de 12 y cinco años. Para los más chicos, es la primera vez en tren. Hay otras familias a lo largo del vagón en igual situación.
Pero, con perdón y permiso por la generalización, a los niños de hoy no les importa nada el tren. A los cinco minutos se han hecho compinches en el intercambio de celulares o tablets, con prescindencia de lo que suceda en unas ventanillas empañadas y preocupados solo porque por momentos se pierde la señal de datos móviles para jugar on line.
En la primera estación (Bañado de Rocha) no hay nadie. Pero un kilómetro más adelante se produce el primer gran momento del viaje. El conductor lo anuncia por altavoz: «Túnel». Otro funcionario apaga las luces del vagón para vivir una experiencia 100% oscura mientras el tren recorre 200 metros bajo el cerro. Data del siglo XIX y es el único túnel ferroviario del país.
Diez kilómetros más tarde, en Paso del Cerro (200 habitantes) suben 13 personas. Todos saludan. Botas blancas, boina y bombacha de campo, Miguel Ángel se sienta en primera fila. Es un pequeño productor y va a Rivera a un viaje cotidiano de compras, trámites y visita al médico. «Para nosotros el tren es una gran solución», dice.
El viejo Tacoma era acusado de ser facilitador del bagallo fronterizo. «Traqueteando los bagallos», canta Numa Moraes. Pero en este nuevo tren, los pasajeros solo pueden llevar bolso de mano. No hay bodega.
Chu-chu. Ahora paramos. Los ocho funcionarios se reúnen al frente para asistir al conductor en una maniobra compleja: una tropa de vacas camina por la vía sin posibilidad de correrse porque a los costados hay agua y más agua. «Animales en la vía» es una falta que los funcionarios deberán denunciar luego en la Policía. El tren avanza a paso de ganado. «Son las vacas de Dourado», bromea uno de los funcionarios. «Dales un topecito», sugiere otro. Un tercero pide cautela y cita imprecisos antecedentes de vacunos atropellados. «Cuidado porque te rompen todo». La palanca de la derecha acelera y la izquierda frena. El conductor acciona una y otra empujando de a poco a los animales hasta que se dispersan.
Además de las estaciones, por el camino hay paradas a las que se acercan los vecinos de tierra adentro. El peón rural Nolberto Pérez sube en una de ellas con rumbo a Rivera. «Estaba medio aburrido de la lluvia. No había ni para hacer torta fritas en las casas».
En Estación Laureles (19 habitantes) cambia el conductor. Se pasan una hoja titulada «Precauciones de la línea Tacuarembó y Rivera» donde están los pasos niveles, curvas, puentes y demás complejidades de la ruta reinaugurada.
Baja la familia Fros y suben las hermanas De Olivera. Ellas van al cumpleaños número 83 de su madre, a la que llegarán de sorpresa en Rivera. «Cuando llueve no se puede salir de Laureles porque los puentes no dan paso. El tren es lo único», cuenta Marisel, la menor. Jaqueline, la mayor, se pregunta si no será demasiado tarde la vuelta del ferrocarril para Laureles, cuyos 20 habitantes promedian los 70 años de edad. «Cuando yo iba a la escuela, éramos 40 alumnos. Ahora hay dos».
El convoy llega a Tranqueras (7.000 habitantes), penúltima estación y vuelven a subir familias, como la de la abuela Nilda, que trae cuatro nietos a la experiencia del tren. «Otros se quedaron con ganas», dice.
Chu-Chu. A las 9:36, el tren ingresa en la estación de Rivera, como lo hizo por primera vez en 1892. Los pasajeros bajan uno a uno a hacer lo suyo.
Sigue lloviendo.
MIGUEL BARDESIO – Extraído de elpais.com.uy (27/1/2019)
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