En nuestra visita a Uruguay visitamos amigos por orden de respuesta en el correo y lamentamos no tener días de 48 horas para ver a todos.
Con Helena Villagra nos debíamos una cena. Para hacer la velada más interesante invité a Gustavo Esmoris, un amigo escritor que no conocía personalmente pero que siempre me pareció de lo mejor que dio el Uruguay en las dos últimas generaciones (es sólo parte de mi ignorancia sobre la literatura nacional actual, involuntaria o planificada, que no puedo disfrutar de nuevos valores; como digo, una carencia mía, no de los nuevos marginados).
Helena habla, cuenta y siente como su compañero, mi querido Eduardo Galeano. Escucharla es escuchar a Eduardo. Creo que algún día se hará justicia y se reconocerá a esta entrañable mujer su parte en lo que fueron los inimitables libros de Galeano (“Eduardo corría por ese patio abrazado a un adjetivo y yo detrás insistiendo que sobraba“). Galeano no era un estilo literario. Era una forma de ser, de vivir, de pensar y de sentir. Como Helena, la dulce Helena.
Pero ella es tan reservada para sus cosas privadas como lo era Eduardo. Se abría con los amigos y al pie de página me recordaba que no era para la letra impresa. Así que el placer esa noche fue solo nuestro, de Gustavo y mío. Y como siempre he sido discreto con cada historia que Eduardo (y tantos otros) no voy a romper esa regla de oro ahora de viejo.
No todo es publicable y es bueno recordarlo, más en estos tiempos.
Sí lo son estas pocas fotos en su casa de Montevideo, desbordada de historias y de la presencia silenciosa y siempre querida de Eduardo.
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