Quería ir a un lugar donde me pueda maravillar de algo. El lenguaje, el helado, el espagueti, algo. Así es que llegue a Italia. ¿Podría haber elegido otro país para probar la mezcla de sabores? Quizá sí, pero Italia, además de tener buena pasta y exquisitas pizzas, tiene el italiano, un idioma que suena muy bien, que «te provoca» y “te encanta».
Yo creo que esta primera parte de mi viaje, tiene muchísimo que ver con la frase: «Solo perdiéndote, te encontrarás a ti mismo». Si tienes un enorme embrollo, un quilombo, una bronca o como desees llamarle, lo mejor es alejarte un tiempo para encontrarte a ti mismo y es mejor si decides perderte en Italia. Disfrutar de buenos amigos, del sabor de las nuevas frases en italiano que aprendí, de la vista impresionante de Venecia, Roma, Florencia, Pisa, etc.
Pero mi viaje a Italia lo contaré en otra oportunidad. Entre mis destinos estaba: Italia, Francia, Suiza y España, al que más ansias tenia de llegar es a España, es como llegar a casa, después de un largo camino recorrido fuera, pensaba en sus pueblos, su gente, que también tienen que ver con la mía, con mi historia, con quienes fuimos, pensaba en los miles de anécdotas que me iban a contar por ahí.
Pero Dios tenía algo preparado, algo mejor, más grande. Me detuvo en “La Cabaña del Abuelo Peuto”, tendría un libro largo y extenso para hacerles, pero me quedo con lo más importante. Les estoy escribiendo desde Güemes una localidad del municipio de Bareyo, Cantabria (España). Salir de una mala relación equivale a ir muriendo poco a poco, pero cuando vuelves a disfrutar, tu corazón vuelve a latir y llega una nueva razón para vivir, sientes otra vez. Tienes un propósito.
La mayoría buscamos estar en paz con nosotros mismos, perdonarnos y perdonar, porque no es bueno latiguearnos y cargar con una cruz toda la vida. Creo que no me pudo haber tocado un mejor lugar que el que estoy aquí y ahora.
Encerrada, en cuarentena, por el famoso bichito que vino a darnos pánico y terror al mundo, llamado coronavirus. Pero una vez estando acá, todo el miedo que tenia se desvaneció, me sentí segura, cuidada, protegida, pero lo más lindo que encontré fue una familia, para siempre. Imagínense que estar lejos de casa, en un país que no es el de uno y encima en cuarentena por culpa de un pequeño virus que ha matado a miles de personas en el mundo, te llenas de miedos, angustias, inseguridades, preocupación, pero cuando pisas “La Cabaña del Abuelo Peuto” todo eso se va.
Y así es que les quiero hablar de alguien que me abrió las puertas de su casa y me hizo parte de su familia. Ernesto, es el cuarto de los cinco hijos que tuvo el matrimonio entre Manuel Bustio y Laura Crespo, la menor de los hijos de Peuto y Vicenta. Nació en esta casa desde donde les estoy escribiendo en este momento, corría el año 1937. Cura, pastor en las montañas, albañil y muchas otras cosas más, pero es un caminante infatigable, es buen vecino. Esta casa, lugar de reencuentros de miles de peregrinos que llegan de todas partes del mundo a conocerlo o pasar por aquí.
En los años 90 la transformó en albergue de peregrinos del Camino del Norte hacia Santiago de Compostela. Aquí nació y aquí vive. Hoy posee uno de los mayores archivos fotográficos que he visto en mi vida. Además de su sabiduría, sus enseñanzas, lo considero un trotamundos y eso es lo que más rescato de él y admiro.
En 1979 Ernesto se subió al Land Rover, viajó a África y Sudamérica y creó una ONG, se lanzó al camino con el triple propósito de conocer gente, trabajar en lo que saliera y fotografiar todo lo que se le pusiera por delante. A ese viaje que duro 27 meses, lo llamó: Viaje a la Universidad de la Vida y en el que había tres campos de trabajo: el mar, la industria y el campo. La intención era conocer la gente en su propio ambiente desde dentro. Después de aquél viaje se dedicó a construir y trabajar en la Cabaña del Abuelo Peuto, pensando en que fuera un lugar de acogida y encuentro de gentes de todo el mundo, y también un espacio donde guardar y divulgar la experiencia y el material recogido en aquellos dos viajes.
Hace 21 años pasó el primer peregrino y entonces el albergue se hizo peregrino. Peuto era su abuelo, que se llamaba Perfecto, y aquí a los Perfectos se les llama coloquialmente Peuto.
Hace ahora cien años que el abuelo construyó esta casa, y como entonces no había ninguna otra alrededor la gente del valle la llamaba la Cabaña del Abuelo Peuto. En la Cabaña del Abuelo Peuto el peregrino recibe techo y comida. No hay donativo, el peregrino aporta de forma anónima pero responsable la cantidad que considera. Hay peregrinos que buscan tranquilidad, otros hacen el camino para cumplir una promesa, una cuestión de fe.
Él me ha enseñado que la gente que vive en una sociedad de consumo como la nuestra, que puede llegar a cualquier lugar en coche y encontrar un alojamiento lleno de comodidades, se coge una mochila y camina desde Irún, o desde Bilbao, hace frente al sol, a la lluvia, a las ampollas, entonces es que estamos ante un aspecto nuevo de la sociedad. Me enseñó que antes de cualquier motivo religioso está la búsqueda personal de algo noble.
Lo he escuchado decir muchas cosas, porque uno le tiene que escuchar con atención, aprendes todos los días de él, pero hay algo que me llevo conmigo y que la vida es un peregrinar de la esclavitud hacia la liberación, que la libertad es hacer lo que debemos hacer, con dignidad para crecer como personas y ayudar a la sociedad en que vivimos.
Tendría muchas cosas que escribir sobre él, pero me quedo con ese señor, sencillo humilde, que me abrió las puertas de su casa, que me hizo ser parte de su familia y que todos los días cuando me despierto, tiene una sonrisa y ahí está su mirada y voz que me dice: “Margarita, no te olvides de vivir”.
Todos los días me hace recordar de dónde vengo y quien soy, me habla de Argentina y Uruguay, para que no olvide ni me sienta lejos.
Eres una luz para todos nosotros y espero llevar esa luz para los demás, toda mi gratitud, gracias por abrir tu corazón y tu mente a tantas almas errantes, en busca de sanación. Vine para encontrarme a mí misma y encontré una familia.
Mi respeto y mi admiración
Un pequeño homenaje, de una caminante.
– Gracias…
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– Güemes (Cantabria – España), marzo 2020.
(*) Margarita da Silveira, nació en Tacuarembó el 21 de diciembre de 1991, es hija de Edgar da Silveira y Jeannette Rovira.
Las cosas por algo pasan!
que lindo,cuidate campeona y peregrina!!!
Desde el alma, emociona
Gracias por compartir tu elucidante experiencia. Hay gente hermosa a la vuelta de la esquina, solo hay que saber descubrirlas.