De Buenos Aires a Roma. Pocos cardenales tuvieron que viajar tanto como el arzobispo Jorge Mario Bergoglio para llegar a destino. Y eso también fue una señal para mí. Alguien que llega desde el otro lado del mundo ve, naturalmente, las cosas de otro modo. Es más escéptico, más crítico, más relajado y también más irónico consigo mismo. Luego de asumir su cargo, lo que más entusiasmaba al verlo era justamente su «otra” forma de ser, en comparación con los papas anteriores, más recientes. Es como si hubiera querido decir: «Miren: el Papa también es un ser humano”.
Con Francisco, tenemos muchas cosas en común, pero lo más importante es que los dos somos buenos sagitarianos. Lo primero que rescato de él, es su humildad, sencillez y que ha intentado cambiar muchas cosas, dentro de la iglesia, pero no lo han dejado. Y segundo: a él le encanta ir en contra de las etiquetas.
A las 9:00 hs. de Roma, el día 19 de febrero, en una sala, colmada de fieles y admiradores de todas partes del mundo, llamada : “Aula Nervi, dentro de El Vaticano, se abre un telón rojo, que parecía hacerse eterno en desaparecer, estaba ahí desde las 5 de la mañana, pero él se hizo esperar, como buen argentino.
Caminó hacia nosotros, por un pasillo, que lo llevaría al centro del escenario, era la primera vez que lo veía, la primera vez que veía a un papa, pero este tenía algo de especial, era nuestro. En ese instante pensé: `la Iglesia Católica, nunca volverá a ser la misma´. Si la iglesia realmente quiere ser un espacio de sanación para las personas, y no solo para un puñado de supuestos iluminados, tiene que cambiar.
Y el hombre del fin del mundo es el impulso que da lugar a un nuevo comienzo. Ya no habrá vuelta atrás. Su recorrido, fue pausado, difícil, como todo lo que le ha tocado, con su problema en la cadera y con toda la gente que se le balanceaba encima, hizo lo que pudo. Llenó el lugar de luz, amor y esperanza, muchos llorábamos, otros sonreían y otros simplemente se quedaron sin saber qué hacer. Saludaba a todos, a enfermos, a ricos, a pobres, de todas partes del mundo y de todas las razas. Rodeado de sus seis guardaespaldas y con toda la prensa puesta sobre él, logró llegar al escenario.
Ya agitado y cansado, se tomó un vaso de agua y tiro estas palabras para nosotros: “Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!” A partir de ese momento, se detuvo el tiempo para mí y solo me enfoque en él. Pareciera que Dios hizo todo a la perfección para mí, todo era precisamente calculado, se sentó y nos dijo: “En la catequesis de hoy abordamos la tercera de las ocho bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,4). El término “manso” usado aquí significa literalmente dulce, suave, gentil, no violento.
La mansedumbre se manifiesta en los momentos de conflicto, se puede ver por la forma en que se reacciona a una situación hostil. Cualquiera puede parecer manso cuando todo está tranquilo, pero ¿cómo reacciona “bajo presión” si es atacado, ofendido, agredido? Yo venía trabajando sobre eso, todavía tenía secuelas, no sabía que él iba a tocar ese tema y que me daría ese mensaje, en el momento justo. Nosotros por tradición o porque de chico nos inculcaron uno decía: `Bueno sí, creo en Dios´.
Porque así era lo que escuchábamos y lo que nos decían que digamos. ¿Pero en realidad alguna vez, realmente lo buscaste? ¿Lo encontraste? Siempre fui una persona de poca fe, siempre repetía todo lo que me decían y todo lo que me enseñaron. Hasta que un día me tuvo que pasar algo muy feo y uno a veces se niega a encontrar a Dios en momentos duros, pero es cuando el más está, entonces me aferre a él, como jamás me había aferrado a nada y puedo decir, que el escucha, el acompaña, protege, cuida y ayuda. Y en ese instante tuve fe.
Es un camino que cuesta mucho, es difícil, pero se lo encuentra. No solo uno tiene que pedir y exigir, también hay que agradecer. Uno a veces puede estar enojado, con bronca, muchas veces no encontramos respuestas a muchas cosas, pero si uno tiene fe y cree en él, puedo decir que ve la vida de otra manera.
Él nos da las herramientas, para que obremos bien y seamos buenas personas, después esta en nosotros. No podía creer que la palabra de hoy fuera: “manso”. Y al escucharlo a Francisco, que siempre fue claro, preciso, dice lo que piensa.
Y si tuviera que decir algunas pocas cosas de las que ha hecho, de las cuales estoy orgullosa: Reformó el código de penas católico aumentando la sanciones contra pederastas, abrió el debate sobre el celibato en la Iglesia, canonizaciones históricas, fue una pieza clave en el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, acercó a los divorciados a la Iglesia, autorizó que se perdonara a mujeres que hayan abortado, visitó Birmania en medio de la persecución a los rohinyá, ha enfrentado escándalos de abusos sexuales por parte de sacerdotes en Chile y Estados Unidos, apoyó el Pacto Mundial de las Migraciones y así muchas más, él ha venido a revolucionar la iglesia y si hay algo que a mí me gusta, es la revolución.
Muchas veces no observamos las cosas buenas que se hacen y ponemos el ojo en lo malo y también es muy común que se inventen cosas. Francisco es un ser humano y puede cometer errores, como todos. Además de sus 83 años y toda la mochila de la humanidad, cargada sobre sus hombros. A veces no es fácil escuchar la verdad y los profetas siempre han tenido que lidiar con la persecución por decir la verdad.
Todo empezó un día en Tacuarembó, que le comenté a Ana María, prima de mama, pero sobre todas las cosas amiga, una persona de fe, que en todos estos años ha ayudado a muchas personas y pone todos los días su granito de arena, para tratar de cambiar el mundo, así con su dulzura, su paz supo escuchar, cuando le dije: `Quiero ir a roma y ver al Papa´, enseguida no dudo un segundo, en ofrecerme sus contactos y en decirme: “Vos escribí un mail ahí, no sé si lo van a responder, pero probá, no pierdes nada con hacerlo”.
Y así fue que una tarde, recibí un mensaje desde el Vaticano, con palabras escritas por su secretario personal diciendo: Estimada Margarita: “adensa genérale di sua Santita Francesco”. En la puerta Santa Ana, tiene usted que retirar su invitación y estará en segunda fila, a lado del Papa. Jamás imaginé este regalo de Dios.
Cuando termina la audiencia ya despidiéndose: “Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a ser mansos y humildes de corazón, y a reconocer los momentos en que perdemos la calma para que, con la gracia del Señor, podamos volver a encontrar y a construir la paz. Que Dios los bendiga.” Me largue en llanto, no quedaba más que agradecer, por si faltaba algo.
El nunca deja de sorprenderme, El Papa bajó caminando esas escaleras de la sala, mientras saludaba a todos los enfermos y todos los presentes allí en las primeras sillas, yo saqué mi rosario, la bandera de Argentina y todas las estampitas que me habían dado mi familia y el vino hacia mi, me miro a los ojos, me agarró la mano y entre nerviosa, asustada y feliz, pude decirle en un segundo “Pancho, vine desde el fin del mundo solo para verte”, solo sacudió la cabeza, se sonrió, me dio un beso y antes de irse solo me dijo: “Reza por mí”.
Y así se alejó, con su cadera tembleque, y su mirada cansada, de alguien que vino a revolucionar la iglesia, en ese instante me soltó la mano.
Yo no sé si alguna vez volveré a vivir algo semejante. Y por eso lo quería compartir, porque las cosas lindas que le pasan a uno también se deben compartir.
Y solo digo “Pancho, gracias por volver a creer y volver a confiar”. Las elites siempre quieren apropiarse de él, pero él las elude. Yo sé que no le tiembla el pulso. ¡Gracias!
– El Vaticano, Roma, Italia febrero 2020
(*) Margarita da Silveira, nació en Tacuarembó el 21 de diciembre de 1991, es hija de Edgar da Silveira y Jeannette Rovira.
Es hermoso tu testimonio Margarita, renueva mi fe, lo que me viene muy bien porque estoy pasando momentos difíciles con mi salud.
Gracias.
Héctor