Decir lo mismo con un tono constructivo e identificar dieta con alimentación saludable es básico para conseguir que comer bien se asocie con estar bien. Los mensajes negativos no logran nunca acciones positivas a largo plazo. Calificar de gorda a una persona, prohibir alimentos o cargar de culpa a quien tiene malos hábitos resta eficacia al propósito de alimentarse bien. Esto, que de puro sentido común parece elemental, tiene más complejidad de la que aparenta. Hay que tratar de utilizar el lenguaje como una herramienta que ayude a construir futuras acciones positivas. Es mucho más que intentar combatir equivocados usos interiorizados y señalar, cuando no imponer, los correctos.
Dieta, errores subsanables – «No comas eso que engorda mucho», «mírate lo gordo que estás», «qué delgado es y qué guapo», «ya te pasaré mi dieta, te quedarás flaco». Las ocasiones en que se transmite información sobre la alimentación son diversas y numerosas. Además, en gran medida, se vinculan a valores de bienestar y belleza, pero en vez de resultar un apoyo, culpabilizan y recriminan lo que conduce al fracaso. Alejan el fin último de lo que se busca, que no debe ser otro que comer bien para ganar o conservar la salud. Un gran error que arrastra la sociedad es identificar la palabra dieta con adelgazar. Ponerse a régimen es sinónimo de asumir unas normas ajenas, en gran medida obligadas y que regulan cantidades y grupos de alimentos, en beneficio de la salud. Sin embargo, seguir una dieta no debe entenderse como una acción correctiva ni ajena a la voluntad. Pero se concibe así. «Siempre está a dieta» suena al cumplimiento de una obligación, a la renuncia de un placer, a realizar un acto contra la voluntad. Y no.
Seguir una dieta sana es, en efecto, cumplir con unas normas, pero no estar sometido a una obligación no querida. De hecho, quien no comprende que la alimentación es un conjunto de decisiones que bien tomadas son la mejor alianza para la salud, tiene muchas posibilidades de caer en errores. En dietas milagro o falsas creencias alimentarias. Las falsas creencias sobre las dietas se repiten y reafirman con frecuencia. Se imponen a los beneficios de alimentos sanos, que también son sabrosos, una cualidad que debería anteponerse a sus propiedades beneficiosas. El gusto es el primer factor que condiciona al consumidor en la elección de los alimentos. Se sobrevaloran las cualidades nutricionales de unos alimentos, en muchos casos exóticos (bayas o zumo de goji, semillas de chía…), que, con el paso del tiempo, se comprueba que no responden más que a una moda pasajera. También se demonizan las elecciones menos sanas, hasta el punto de dotarlas de carácter prohibido, algo que les suma atractivo. En definitiva, se repiten los errores y alejan los hábitos de los aciertos.
Aciertos alimentarios, refuerzos positivos – En las últimas décadas, los conocimientos sobre alimentación, nutrición y dietética han experimentado profundidad científica y han abierto numerosos cauces de divulgación. Hoy se sabe que el pan no engorda, que no hay alimentos prohibidos, que las grasas saturadas bien calculadas son sanas. La ciencia ofrece la posibilidad de reiterar afirmaciones positivas y educar con argumentos y pruebas en una alimentación saludable. El metabolismo humano se ha revelado como el mejor aliado para comprender cuáles son los hábitos alimenticios correctos y, sobre ellos, educar a las generaciones futuras y, si fuera necesario, reeducar a las generaciones actuales.
Convencer a la sociedad de que desayunar bien es la mejor manera de comenzar la jornada, introducir las frutas y las verduras como aliadas apetecibles, atractivas y dotadas de salud dan logros a largo plazo. A la par, recuperar las legumbres, los cocidos y los guisos, la cocina tranquila y las propiedades de las elaboraciones caseras forma parte de un nuevo lenguaje más posibilista y positivo. No hay que buscar culpables, sino encontrar en la comida y en la alimentación sana y equilibrada la satisfacción de hacer lo que nos gusta.
Escuchar a las tripas – La serotonina (5-hidroxitriptamina o 5-HT) es un neurotransmisor, un mensajero del sistema nervioso central importante en la inhibición de la ira y de la agresividad y en la transformación en la sensación de buen humor. Influye también en el sueño, en la sexualidad, e incluso, en el apetito. Pues bien, el 90% de la serotonina se produce y almacena en el sistema digestivo. En él ayuda a cumplir las funciones esenciales de absorción, aporte nutricional y movimientos musculares, acciones de las que depende nuestro bienestar. Esto lleva a una conclusión: hay que escuchar más al sistema digestivo, al estómago, y a los intestinos. Aunque suene básico, la ciencia confirma que el ánimo depende del modo en que se sientan las tripas. Por ello, debe aprenderse a escuchar sus señales para estar más sanos, perceptivos y equilibrados.
Maite Zudaire – UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias
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